Cachapoal

Estuvo en el Hot list 2015 de conde Nast Traveller y ha sido reseñado por las mejores revistas de viajes y de vinos del mundo. Vik, en el Valle de Millahue, en la sexta región, es mucho mas que un hotel y una viña. Es una experiencia alucinante.

Los indígenas bautizaron este valle como Millahue, que significa “lugar de oro”. Después de casi dos horas de viaje desde Santiago y de atravesar caminos de tierra, huertas, parras, animales y casas de adobe, llegamos a un portón con un citófono. “Venimos de la revista ED”. Una vez abiertas las puertas, vemos a lo lejos, sobre un cerro, una estructura metálica que brilla potente por el reflejo del sol, hace honor al nombre del lugar. “Ahí debe ser”, pensamos.

Para nada convencional, el hotel Vik es un estímulo a los sentidos. Es disruptivo, diferente, hasta loco. Así y todo, no rompe con la armonía del paisaje. Al revés, los cerros, la viña y el resto de la vegetación junto a la construcción forman una postal única; quizás es porque el entorno lo mantuvieron tal cual y el jardín lo hicieron dentro del hotel. Lo diseñaron los mismos dueños de la viña junto al arquitecto uruguayo Marcelo Daglio; el techo es de titanio y representa el movimiento del viento entre los cerros que se produce en el valle. De estructura cuadrada, tiene un patio interior que se parece a los que tenían las antiguas casas patronales del campo chileno. En el suelo hay líneas rectas oscuras en diferentes direcciones; forman la palabra Vik.

Alexander Vik es un noruego que se dedica a los negocios financieros. De mamá uruguaya, siempre estuvo ligado a Sudamérica. De hecho tiene tres hoteles en Uruguay: una estancia y otros dos a la orilla del mar –Playa Vik y Bahía Vik–, todos en el balneario de José Ignacio. Hace un tiempo que tenía la idea de producir un vino de calidad única. Después de varias investigaciones llegó al valle de Millahue, donde compró 4.300 hectáreas en 2006; ese mismo año su equipo se puso a plantar, y en 2009 fue la primera cosecha. El hotel fue una idea posterior, y está funcionando sólo hace un año y medio.

Una vez arriba, nos recibe Juan Antonio, nuestro guía. Lo primero que hacemos es instalarnos en nuestras piezas. A la Pía le tocó La Patricia, de la artista Patricia Fernández; para mí la Abelli, de Cristián Abelli. Esa es una de las tantas gracias de Vik, la mezcla perfecta entre el vino y el arte. Alexander Vik y su señora, Carrie, se encargaron de seleccionar personalmente a cada uno de los 35 artistas, la mayoría chilenos, que colaborarían o inspirarían el diseño de las 22 piezas, bodega y espacios comunes del hotel. Cada mesa, sofá, cómoda, cuadro, es una oda al diseño y el arte. Por ejemplo el artista Álvaro Gabler trabajó en una de las mastersuites tres meses. Otros nombres que se pueden reconocer en los diferentes espacios son los de Marcela Correa, Sebastián Valenzuela, Mario Gómez, José Basso, Francisco Uzabeaga, y el argentino Antonio Seguí. En el living, nos dan la bienvenida dos obras de Roberto Matta y una grande de Anselm Kiefer. “Gente de todas partes del mundo ha venido a ver este trabajo, ¿Ves los números? Son identificaciones del Holocausto Judío”, nos cuenta Patrick Valette, el enólogo CEO del hotel y la viña. Es él mismo quien nos hará un tour más tarde. Pero antes, el almuerzo…

El restorán Milla Milla es dirigido por el chef Rodrigo Acuña. Acá se hacen los platos más exquisitos. La gastronomía es una parte importantísima de la experiencia Vik. Todos los platos son maridados con el vino Vik, a nosotros nos tocó un asado de tira braseado con un mix de vegetales y un pescado jelguillón. La palabra exquisito se queda corta. No era de esperarse otra cosa, cada detalle está cuidado hasta en lo más mínimo: todo se hace a mano, desde la mantequilla hasta la charcutería, pasando por los helados y el pan.

Una vez que terminamos de almorzar Patrick nos pasa a buscar para iniciar el recorrido. Vibra con su trabajo, se le nota. Nacido en Temuco, Patrick fue criado en la región de Burdeos, en Francia. Ahí su familia tenía una viña llamada Château Pavie. Fue entrenado en Napa Valley, California, y creó algunos de los mejores vinos de Burdeos. Él sabe de sobra. Con un marcado acento francés nos cuenta que cuando se sumó al proyecto de “Alex” Vik, visitaron terrenos en Argentina y Chile, que hicieron cerca de 4 calicatas por hectárea en este valle, lo que terminó por convencerlos de que Millahue era una gran tierra para hacer un gran vino. Son 4.300 hectáreas en total, en 388 hay parras. Camino a la bodega el campo nos entrega sus mejores imágenes; las parras están rojas y se funden con los colores del atardecer. Cuando le pregunto a Patrick qué es una viña holística (así se define a Vik en la página web), él detiene el auto. “El todo es más importante que la suma de sus partes”, recalca. Patrick nos cuenta que en Vik tienen en cuenta todo, no sólo el magnífico terroir, sino que también el trabajo humano, la historia que se quiere transmitir con el producto, el medio ambiente y miles de otros factores más que hacen del vino Vik uno único.

SIN PALABRAS
Cuando llegamos a la bodega simplemente nos quedamos callados. Aunque ha salido en revistas, diarios y en la televisión, verla en persona es otra cosa. Para esta construcción los dueños de Vik llamaron a un concurso a seis arquitectos chilenos, la propuesta ganadora fue la de Smiljan Radic. Con un aire zen, por fuera corre el agua entremedio de piedras que instaló la artista Marcela Correa. Adentro, usan alta tecnología y además es sustentable: el techo es una membrana que deja pasar la luz natural, así usan energía solar y tienen aislación natural. De repente caminando entre las cubas de metal, Patrick aprieta un botón y se abre una puerta. En un acto casi ceremonial bajamos unas escaleras y nos encontramos con barricas francesas en donde el vino se guarda por 24 meses. Al fondo, iluminada, hay una pared pintada por el artista uruguayo Eduardo Cardozo; hizo y rehízo la obra cuatro veces. En la mitad hay un pasadizo oscuro, y al otro lado se puede ver cómo los tonos dorados resplandecen. Es como estar entrando en un antiguo templo, o algo así. Cruzamos el umbral y nos encontramos en la sala de catas. El hotel ofrece dos tipos de catas, las para principiantes y otras para expertos como los periodistas especializados. Por un costado, y escalera arriba, se encuentra el segundo restorán de la viña. Vanguardista como los demás espacios, tiene muchas piezas de la artista Marcela Correa.

De vuelta en el hotel vamos a conocer el spa. Este es otro de los puntos fuertes de toda la experiencia Vik. Tiene una sala de relajación y una peluquería, y otras salas donde ofrecen masajes, tratamientos faciales, drenajes linfáticos y aromaterapia, entre otros. Pero el número uno es la vinoterapia, que consiste en un baño de vino Vik que alivia los dolores musculares y suaviza la piel.

Además del spa hay varias otras instalaciones, una piscina que mira directo al valle y la Cordillera de la Costa, un gimnasio, una sala de yoga, una sala con un mueble con juegos de mesa y pin pon y una biblioteca. En Vik hacen todo a la medida. Hay cabalgatas, varios circuitos de trekking de diferentes intensidades, han hecho clases de cocina, hay bicicletas disponibles para hacer paseos. Incluso tienen equipamiento de paintball para grupos grandes. Uno de los panoramas más entretenidos es un asado en el medio de la viña en un spot que tienen especialmente preparado alejado del hotel.

Al día siguiente nosotros hicimos la cabalgata. Abajo del cerro del hotel, Don Nano nos esperaba con tres caballos. Con chupalla y polainas incluidas, partimos el paseo; nuestro guía nos mostró los valles y la viña. Un 30% de la uva se utiliza para el vino Vik, el resto se vende. La idea es que en el futuro toda la producción sea para el vino local. Había muchos temporeros cosechando, pero no la uva para el vino Vik. Esa se cosecha de noche.
De vuelta en el hotel almorzamos, hacemos un par de fotos más y partimos de vuelta a Santiago. Es difícil dejar Vik, no sólo porque uno siente que todavía queda mucho más por descubrir y disfrutar, sino que porque el equipo humano que está detrás hace que la experiencia sea espectacular. “Nosotros queremos transmitir un mensaje a las personas, que estamos tomando en cuenta todos los elementos para producir el vino, no únicamente el vino mismo. Y el hotel es parte de este concepto… Los huéspedes deben recibir la sensación profunda que ellos va a hacer la mezcla del vino”, remata Patrick.  www.vik.cl

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