Desde niño, aunque rodeado de un mundo ligado a la ingeniería por influencia familiar, Andrés Núñez siempre se sintió atraído por lo artístico, lo intuitivo y lo natural. En este contexto, la arquitectura se le reveló entonces como un destino esencial, un oficio capaz de unir sensibilidad y rigor. Durante su formación en la Universidad del Desarrollo en Concepción, fue encontrando sus primeras inspiraciones: Fernando Castillo, Emilio Duhart y, sobre todo, Cristián de Groote. De ellos aprendió a mirar la disciplina con los pies firmes en la realidad y los ojos atentos al paisaje.
Sus comienzos fueron vertiginosos. Apenas titulado, se atrevió con un par de casas que desarrolló completamente solo. Una experiencia intensa que le enseñó a trabajar la arquitectura desde la raíz: cada plano, cada detalle, cada conversación con quienes habitarían esos espacios. Con el tiempo, reunió un equipo que hoy conforma ANF + Arquitectos, la oficina donde despliega su visión junto a un grupo de profesionales que comparten su manera de entender el oficio.
“Minimalismo armónico”, repite cuando le preguntan por su sello. Espacios limpios, materiales nobles, luz natural que atraviesa sin obstáculos. No busca deslumbrar con gestos recargados, sino generar serenidad y equilibrio. La sostenibilidad, bajo su mirada, no es una moda ni un añadido, sino la esencia misma del proyecto. Como él mismo dice, “La arquitectura debe ser pasiva, abrirse al sol del norte y protegerse del viento del sur, observar pero sin invadir. Ética y estética son inseparables: lo que respeta su lugar permanece”.
El proceso siempre comienza en el sitio: caminarlo, escuchar el viento, observar el movimiento de la luz. De allí nacen los primeros trazos, siempre a mano, en un cuaderno. La tecnología se suma más tarde, con el uso de software BIM que optimiza y da eficiencia, pero que nunca sustituye la intuición. La línea inicial, imperfecta y libre, sigue siendo su brújula.
No habla de hitos, sino de un camino. Aun así reconoce en la Casa C, en Chicureo, un punto de inflexión en su trayectoria. Allí, un volumen sereno se despliega en el paisaje, interrumpido por vacíos que invitan a la luz y al encuentro. La casa, diseñada para la vida familiar, combina apertura e intimidad en torno a un patio central que acoge la cotidianeidad del hogar. En ella se expone la búsqueda de un lenguaje experimental y humano, hecho a la medida de quienes lo habitan.
La inspiración suele surgir de la calma, de las conversaciones con su equipo, o de los viajes que amplían su mirada. “La arquitectura es colectiva”, afirma. “En mi oficina todos participan; mi tarea es guiar y enseñar”. Nueva York lo sacude con su energía inagotable, Madrid le recuerda la serenidad que cultiva en su vida. Entre esas dos fuerzas, encuentra equilibrio.
Hoy los desafíos lo llevan lejos: una casa en Sudáfrica, donde debe reinterpretar el paisaje bajo nuevas coordenadas, y un centro para la Teletón en Chile, que le exige pensar la arquitectura fuera de lo habitacional y verlo desde lo social y lo colectivo.
Entre tanto, sabe proteger sus límites. Los fines de semana se guardan para la familia; correr por cerros es su forma de meditar en movimiento; viajar, su fuente de recarga creativa. “La arquitectura me da mucho, pero la familia me centra”, confiesa.
Mirando hacia adelante, su visión es clara: “No basta con ser sostenibles; la arquitectura debe ser regenerativa. Debemos restaurar ecosistemas, pensar en edificios circulares, materiales vivos, estructuras que no se derriban, sino que se transforman. La inteligencia artificial será una herramienta útil, pero la esencia seguirá siendo humana: crear espacios sensibles al usuario, atentos al clima y enraizados en el lugar”.
A quienes comienzan, les entrega un consejo que encierra su propia filosofía: “Dibujen a mano siempre. Escuchen más que hablen. Viajen para absorber contextos. Sean pacientes: la arquitectura no es un camino fácil, pero es profundamente gratificante. El proceso es más importante que el destino”.
Así, en cada obra, Andrés Núñez se propone algo más que diseñar casas, muros y techos: busca levantar experiencias de calma, espacios que parecen respirar, que se entrelazan con el paisaje y lo acarician en lugar de modificarlo. Arquitectura que no necesita imponerse para perdurar, porque en su delicadeza reside toda su fuerza.
CASA S
La Casa S es una vivienda unifamiliar emplazada en el litoral central frente al mar, ubicada en la comuna de Zapallar. La propuesta se compone de dos volúmenes de marcada presencia y carácter estereotómico.
Las líneas ortogonales y su estructura de hormigón generan un contraste entre la topografía sinuosa y el entorno circundante. La pendiente natural, en conjunto con la normativa, invitan a que el proyecto se piense en dos volúmenes invertidos a lo largo del terreno.
La distribución espacial se desarrolla en torno a la vistas hacia el mar. En el primer nivel se proyectan los espacios comunes, tales como el hall de acceso, living, comedor, cocina, y el baño de visitas junto con el dormitorio principal. Estos van acompañados de lucarnas y patios de luz para aprovechar la iluminación del oriente y la integración de la vegetación del lugar en su interior.
El zócalo de la casa se destina a un programa más íntimo: en él se encuentran dormitorios para niños e invitados, y un estar que tiene acceso directo al patio. Ambos niveles se conectan en el hall de acceso, el cual se caracteriza por su gran altura y el envigado a la vista que permite el ingreso de luz natural cenital.
El uso del hormigón visto envuelve los volúmenes en su exterior evocando un carácter de nobleza y simpleza, mientras que en su interior se utilizan materiales como la madera y mármol, los que crean una atmósfera más cálida y acogedora.


CASA H
Ubicada también en la comuna de Zapallar, se proyecta como un refugio contemporáneo que establece un diálogo armónico entre interior y exterior, con una arquitectura pensada para abrazar el paisaje costero y la vida en comunidad.
La casa se despliega como un volumen de hormigón de líneas puras y horizontales que se posa sobre la pendiente, dialogando con el terreno y las vistas del entorno. La espacialidad está resuelta a través de una planta abierta, donde los límites entre estar, comedor, cocina y terrazas se desdibujan para dar lugar a una experiencia de habitar continua y fluida.


Las terrazas cubiertas cumplen un rol protagónico, funcionando como un segundo living-comedor en plena conexión con el entorno natural. Este espacio está delineado por un cielo de madera continua que recorre toda la vivienda, reforzando la unidad formal, otorgando calidez al proyecto y aportando una estética costera.
En el corazón de la vivienda, una escalera conecta ambos niveles atravesando el recorrido central y envolviéndose entre los pilares. Este gesto, acompañado de una lucarna protagónica en el hall, baña el espacio de luz cenital y enfatiza la verticalidad, transformando el tránsito en una experiencia de apertura y encuentro con el exterior. La escalera conduce de manera natural hacia el jardín, consolidando la idea de continuidad espacial y reforzando la integración entre los dos mundos de la casa.






