Desde la infancia la diseñadora de modas argentina Paula Cahen d’Anvers y su marido, Federico Álvarez Castillo, pasan sus vacaciones en el extraordinario balneario de Punta del Este. Los dos soñaban con una casa ligada al paisaje y a la tradición, que fuese auténtica y actual, además de simple y nada ostentosa.
Lo que hallaron fue una finca abandonada, a cien metros del océano y rodeada de colinas y campos que se pierden en el infinito. Esta propiedad se compone de varias y pequeñas construcciones, cada una con funciones bien diferentes.
La casa principal cuenta con un pequeño salón, dos cuartos, un baño y una cocina; también con dos terrazas cubiertas, una que mira al mar y la otra al campo. En la casa de huéspedes, en tanto, hay un dormitorio, un baño y una cocina. Por último, una cabaña de madera para que jueguen los niños y un gran galpón que sirve de depósito y de garage para autos y bicicletas. Y como toque final, anclado en la arena al borde del mar, se construyó recientemente un “beach house”, como un mirador hacia la inmensidad del océano.


Si bien el conjunto fue restaurado en su totalidad, aún conserva gran parte de sus materiales de origen, como los pisos en damero y las puertas y ventanas. Mientras que los picaportes y algunos azulejos, como por ejemplo los que cubren la chimenea del salón, provienen de anticuarios de la zona. El techo es de chapa y los pisos de las terrazas, de ladrillo, como en la mayoría de las construcciones de campo típicas en el Uruguay.
Las líneas son sobrias y simples, las proporciones pequeñas, y en cuanto a la decoración, la principal preocupación fue lograr un estilo natural, sin nada recargado. Y esto se ve en todos los espacios: las cocinas como la de antes, simples y cálidas, con muebles de madera realizados a medida, piletones de piedra y cubiertas de trabajo de mármol, mesas y sillas antiguas y toda una colección de objetos encantadores y de cuadros y afiches en las paredes.
Los dormitorios son también muy simples, y como el resto de la casa, decorados con muebles y objetos reciclados, sólo la cama de la pieza de Paula y Federico fue realizada a medida por artesanos locales. La mayoría de las cosas provienen de diferentes lugares del mundo, todas son antiguas, y lo nuevo fue patinado y gastado para encajar con la atmósfera general.
Y para dar el toque de modernidad y de alegría, eligieron el color azul “Klein”, bastante fuerte y osado, que hace contrastar la vivienda con el verde del paisaje que la rodea. Este tono confirma la gran libertad y fantasía para decorar que tiene este matrimonio, además de su encanto sin pretensiones, lo que le imprime a esta casa de veraneo ese “no sé qué” de los lugares auténticos.