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Museo del Inmigrante: un nuevo capítulo cultural en Valparaíso

En un edificio emblemático del Cerro Concepción, declarado Monumento Nacional en 2015, hoy se levanta el Museo del Inmigrante, una iniciativa que busca poner en valor el rol de los inmigrantes en el desarrollo de la ciudad.

Después de un proceso de reconstrucción que duró tres años, a mediados de agosto finalmente abrió las puertas el Museo del Inmigrante, en el Cerro Concepción en Valparaíso. La iniciativa privada, a cargo de la familia Dib, se enmarca dentro de un proyecto más ambicioso aún: Destino Valparaíso, un centro cultural de 5.000 metros cuadrados ubicado en lo que fue el Colegio Alemán, declarado Monumento Nacional en 2015.

“Queríamos hacer algo que trascendiera, resignificarlo. Llevarlo a un centro cultural integral. Soy un gran admirador de la inmigración. Es uno de los desafíos más grandes que puede tener un ser humano. Me sentí con una responsabilidad histórica”, declaró Eduardo Dib, gestor del proyecto, en una entrevista al Diario Financiero.

Este edificio emblemático fue restaurado cuidadosamente para convertirse en un polo cultural, histórico y gastronómico importante dentro de la región y, desde su apertura hace poco más de un mes, el Museo del Inmigrante, corazón del espacio, ya se ha convertido en un imperdible para quienes visitan Valparaíso. Este espacio de 1.800 metros cuadrados busca dar a conocer la historia de los inmigrantes que ayudaron a desarrollar la ciudad durante fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Aventureros, empresarios, intelectuales y todo tipo de personas en busca de una nueva vida llegaron hasta Valparaíso, logrando dar vida a una identidad local irrepetible.

El museo es una experiencia inmersiva que apela a los sentidos: voces, olores, luces, sonidos e historias personales llevan a los visitantes por un recorrido que empieza en la gran plaza abierta del edificio y concluye en el Gran Salón, en un recorrido que se mete en la memoria, los recuerdos y la vida de los migrantes.

Detrás de la propuesta museográfica está el equipo de Encaje, compuesto por los arquitectos Paola Torres y Felipe Ovalle. Su trabajo se ha centrado casi exclusivamente en proyectos museográficos, una vocación que comenzó en Barcelona, cuando Felipe trabajó en Ambitocero, una empresa de museografía con decenas de proyectos en Europa y otros lugares del mundo, y que por esos años estaba trabajando en el nuevo Cosmocaixa, el Museo de las Ciencias de esa ciudad. Desde entonces, el interés por combinar investigación, narrativa histórica, diseño y nuevos lenguajes visuales ha guiado su enfoque. “En un año puedes ser astrónomo, luego historiador, pasando por investigar matemáticas y al poco tiempo estar haciendo una exposición sobre un artista en particular”, cuentan. Conversamos con Felipe y Paula, quienes nos contaron cómo fue diseñar este espacio.

¿En qué consistió exactamente el encargo que recibieron para el Museo del Inmigrante y qué los entusiasmó del proyecto?

Eduardo Dib, a través de Pablo Rosen, director del proyecto, nos contactó para diseñar el museo junto a un equipo de guión compuesto por Catalina Dib, Mercedes Barrera y Natalia Hamilton, de Katari Andes. Desde su origen el proyecto fue tremendamente interesante por varias razones. Por la envergadura de la historia, por la complejidad arquitectónica y también por un tema más emocional de vinculación con la ciudad y el cerro Concepción. Felipe estudió en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y esos cerros fueron parte integral de su desarrollo como arquitecto.

¿Cómo fue el proceso de investigación y diseño museográfico para traducir la historia de la inmigración en este recorrido?

El guión presentado por Catalina, Mercedes y Natalia estructuró de modo integral la narrativa del museo. Luego, durante el desarrollo de ejecución, en Encaje profundizamos en varias capas de investigación, como corroboración de datos históricos, recopilación de material histórico, gráfico y documental, que es el que el visitante puede ver. Este material no sólo está presente en la propuesta gráfica del museo, sino también en los audiovisuales, en las colecciones, en audios e incluso en el material didáctico e interactivo presente en él.

Este proceso de profundización e investigación, añadido a la enorme y maravillosa labor de Katari Andes, fue logrado gracias a las conexiones que se generaron con decenas de “donadores” de historias: descendientes de inmigrantes que con generosidad infinita nos fueron ayudando a crear el hilo conductor del museo.

¿Qué criterios o decisiones fueron clave para crear una experiencia que dialogara con Valparaíso y su identidad?

El criterio elegido como punto de unión entre el guión y la propuesta museográfica y que permite que el museo sea un espacio entretejido con Valparaíso, fue pensar que lo que debía conducirte como visitante fuera la voz y no la lectura. Es decir, un espacio y un recorrido que fuera a través del sonido, de la voz, de las historias, de las escenas y la luz, dejando en segundo plano los objetos, los datos duros y la estructura habitual de un museo de historia.

Pensamos que la complejidad, diversidad y las diversas capas históricas se unirían mejor siendo el museo una especie de película caminable, más que una sucesión de vitrinas. Tal como es Valparaíso; capas de vistas, voces y perspectivas.

¿Hubo algún desafío particular en términos de espacio, narrativa o materiales que marcara el desarrollo del proyecto?

Hubo dos grandes desafíos. El primero fue diseñar, producir y montar la exposición casi al mismo tiempo que se resolvían soluciones constructivas y se desarrollaba una obra monumental y compleja, que combinaba restauración, construcción nueva y remodelación de otras áreas. Algo de la delicadeza de un proyecto museográfico, conviviendo con la rudeza material de una obra civil, fue un reto para todos.

El segundo reto fue que la gente que donó, cedió o dio en préstamo objetos, colecciones o documentos, se sumara al proyecto en los tiempos que el proceso requería para llegar a las fechas planeadas. La inercia necesaria para ello tomó mucho tiempo, y fue ya casi al final del proyecto, cuando estaba en un 95% de desarrollo, que colectividades y personas naturales mostraron interés por ser parte del museo y ceder o donar objetos para la colección permanente.

¿Qué esperan que los visitantes se lleven después de recorrer el Museo del Inmigrante y la museografía que ustedes diseñaron?

Creemos que una de las mejores herencias momentáneas de una visita al museo, va a ser salir con dudas y ganas de investigar. La infraestructura y la experiencia museográfica están pensadas para que el visitante quede interesado con escenas, datos e historias, pero también para que desde la emoción quiera profundizar más en su propia historia particular, tanto si reconoce o no una historia de inmigración como parte de su origen.

Fuera de ello, pensamos que otra cosa que el museo brindará, sin duda, es una sensación de vínculo con la ciudad de Valparaíso, pero también con las propias ciudades de los visitantes. El museo habla de Valparaíso y la épica migratoria, habla de un siglo de oro y de profundo desarrollo urbano, comercial y humano, pero eso es replicable a la complejidad histórica de todas las ciudades portuarias de América.

 

 

 

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