Hace veinte años, la publicación Casas de Campo Chilenas dio inicio a una labor editorial inédita: registrar con detalle y sensibilidad las viviendas rurales que dan forma a la historia del país. Hoy, este ciclo se cierra con el cuarto y último volumen de la serie, una obra coordinada por Hernán Rodríguez y Valeria Maino, con apoyo de Banco Santander, la Ley de Donaciones Culturales y el patrocinio de la Corporación de Patrimonio Cultural de Chile.
Esta edición final presenta 21 casas seleccionadas desde la Región de La Araucanía hasta Magallanes, escogidas por sus particularidades arquitectónicas, la historia de sus habitantes y la relevancia territorial de los predios donde se emplazan. La gestión y curaduría estuvo a cargo de la historiadora María José Vial, con fotografías de Max Donoso, y textos elaborados por un equipo de expertos que también estuvo a cargo de la investigación: Fernando Imas Brügmann (Araucanía, Los Lagos y Los Ríos), Carlos Castillo Levicoy y Constanza Pérez Lira (Aysén), y Magdalena Pereira Campos (Magallanes).




Una de las principales particularidades de este volumen es su enfoque geográfico. A diferencia de los libros anteriores, el nuevo recorrido se centra en un territorio extenso y diverso, cuya arquitectura está profundamente marcada por el proceso de inmigración europea del siglo XIX, impulsado por la Ley de Colonización de 1845. Figuras como Vicente Pérez Rosales y los hermanos Phillipi fueron claves en este proceso, que buscó poblar y desarrollar una zona hasta entonces remota e inaccesible.
En los alrededores de Valdivia, Osorno y el lago Llanquihue, la inmigración alemana dejó una huella indeleble. Casas como Los Bajos (cerca de Frutillar), Los Guindos (Puerto Octay), Quirislahuen (Osorno) y San Ramón (Valdivia) son parte de este legado, reflejando el esfuerzo pionero de familias que, en condiciones precarias, dieron origen a importantes campos productivos e industrias que impulsaron el desarrollo del sur chileno.
En Magallanes, por su parte, la llegada de croatas, españoles, rusos y otros grupos europeos dio lugar a la formación de grandes estancias dedicadas a la producción de lana y carne, además de industrias navieras. En este volumen se incluyen estancias como Villa San Gregorio, El Trébol, Río Penitente y Cameron, esta última con una historia ligada al proceso de colonización en Tierra del Fuego.
Desde el punto de vista arquitectónico, el libro es un valioso testimonio de la fusión entre la carpintería chilota y la tradición alemana, con viviendas que evolucionan desde usos agrícolas —con bodegas en la planta baja y habitaciones en la alta— hasta sofisticadas casas patronales de finales del siglo XIX y principios del XX. No es raro encontrar torreones, cúpulas, miradores, techumbres altas, bow-windows, galerías vidriadas y una profusa decoración en madera calada o fretwork, especialmente en aleros y arquerías, que definen el carácter único de estas construcciones.
El paisaje también cobra protagonismo. El fotógrafo Max Donoso capturó los jardines y parques en distintos momentos del año, resaltando los contrastes estacionales: la explosión de color primaveral y las atmósferas blancas del invierno, especialmente en Aysén. Uno de los jardines más destacados es el de Flor del Lago, diseñado por el paisajista Oscar Prager, y cuidado meticulosamente por sus actuales propietarios. La casa se distingue por su torreón con cúpula de bronce, que se asoma al lago Villarrica.
Este cuarto volumen de Casas de Campo no solo cierra una etapa editorial, sino que deja un valioso registro de la arquitectura rural del sur de Chile, anclado en la memoria, la historia familiar y la transformación del territorio.