En la costa atlántica de Uruguay, José Ignacio combina playas de arena clara, dunas bajas y un paisaje donde la vegetación se mezcla con casas de líneas puras y materiales nobles. En este pequeño balneario, que alguna vez fue un pueblo de pescadores, los arquitectos Felipe Assadi y Carolina Pedroni proyectaron Casa La Brisa, la cual se construyó como un manifiesto.
Cuatro cerchas blancas, imponentes y precisas, componen toda su estructura. Las dos laterales sustituyen los muros perimetrales tradicionales; las superiores, el envigado de techo. Todas descansan sobre una viga reticulada central apoyada en muros interiores, dividiendo la casa en dos mundos: hacia un lado, la vida social —living y comedor—; hacia el otro, los dormitorios y los espacios de servicio.


Bajo una cubierta a dos aguas, el esqueleto queda completamente expuesto. No hay elementos que interrumpan la vista ni el paso; solo madera a la vista, marcando la escala y la pureza del espacio central. El proyecto innova al sustituir la lógica convencional de muros y techumbre por un sistema de cerchas visibles que asumen toda la carga estructural, exponiendo su funcionamiento y permitiendo que el interior se viva como un gran espacio abierto.


Las cerchas, que descargan su peso hacia los lados, se apoyan en pilotes de hormigón armado que se hunden siguiendo la inclinación del terreno. No hay fundaciones invasivas, la casa parece apenas tocar el suelo. La fachada, sin muros verticales continuos, abre el interior al exterior, dejando pasar la luz y el aire en todas las direcciones.


La madera se despliega con precisión según su función: el lapacho se utiliza en las cerchas principales, las terrazas y el quincho exterior; el eucalipto laminado, en la viga central y los muros interiores; y el pino tratado pintado en blanco satinado, en los revestimientos tanto interiores como exteriores. En los pisos, el pino americano pulido e hidrolaqueado aporta continuidad y calidez, mientras que en baños, cocina y exteriores, el mármol travertino ofrece resistencia y una textura atemporal. En la cocina, muebles enchapados en roble añaden un toque de sobriedad.
Afuera, el lapacho sin tratar queda entregado al tiempo, dejando que la intemperie dibuje su pátina. Las uniones entre madera y hormigón se resolvieron con piezas de acero inoxidable diseñadas especialmente para la obra. La elección de la madera responde no solo a su estética y disponibilidad, sino también a su bajo impacto ambiental, su capacidad de integrarse con el paisaje y su potencial para una construcción más rápida, eficiente y liviana.


Casa La Brisa demuestra que la madera puede ser todo: sostener, contener y definir el carácter de un proyecto. Su estructura mínima, legible y honesta, conecta el habitar con el entorno, mientras construye una atmósfera en el interior.





