Tras años de búsqueda por la costa de Matanzas, en la Región de O’Higgins, una joven familia dio con un terreno en el sector El Chorrillo que los cautivó desde el primer momento. Allí, La Picua se asoma sobre un acantilado, entre pendientes pronunciadas y quebradas activas, con vistas privilegiadas al mar y una vegetación abundante que sorprende con nalcas, arrayanes y picaflores.
«El lugar nos encantó apenas lo conocimos», cuenta Sergio Jarpa, de Jarpa+Domínguez Arquitectos, quien, junto a su señora María Ignacia Domínguez asumió el proyecto como un encargo más, aunque con una carga emocional evidente: para ambos arquitectos, esta sería la casa que vería crecer a su familia.
La propuesta original consideraba tres volúmenes independientes —área común, dos dormitorios, y dormitorio principal— conectados por una pasarela exterior. «La idea era que, por ejemplo, para ir del dormitorio a la cocina, uno tuviera que salir y volver a entrar». Pero en plena etapa de diseño, nació su primera hija, y la mirada cambió, evolucionando sin perder su esencia. Hoy, esos tres cuerpos se articulan mediante dos puentes techados y cada uno se abre hacia un patio de luz, respetando la lógica del paisaje.
La inspiración vino de referentes como el arquitecto Gonzalo Domínguez, y del mismo terreno que les ayudó a entender cómo proyectarla. El esquema final responde a la flexibilidad que buscaban: una arquitectura con capacidad de crecer y adaptarse en el tiempo. «Nos gusta pensar el volumen común como un espacio flexible, o incluso fluido, donde pueden ocurrir distintas actividades sin tener que responder a un esquema rígido de living-comedor-cocina». Este sector se conecta —o desconecta— de los dormitorios mediante dos correderas, lo que permite adecuarlo a cada momento del día o necesidad. El dormitorio principal no tiene puertas, y está delimitado solo por estas mismas correderas. Lo mismo ocurre con los lavamanos de los baños, que se integran al espacio sin divisiones.


Construida sobre pilotes, con una altura que permite pensar en futuras ampliaciones bajo la casa, La Picua fue construida principalmente en madera, con fundaciones de hormigón y acero en puntos específicos. «Queríamos que tuviese flexibilidad y que pudiéramos proyectarnos ahí por mucho tiempo».
El trabajo también incluyó el diseño de interiores y mobiliario. «Creemos que los interiores son una extensión del proyecto. Es la escala que permite seguir proponiendo detalles y soluciones». Para esta familia de arquitectos, diseñar muebles propios fue una continuidad natural. «Muchos de nuestros primeros encargos, al salir de la universidad, estaban centrados en esa escala. Con el tiempo, fuimos integrando esa mirada al proyecto completo».




En la ejecución colaboraron Josefina Jarpa como paisajista y Alberto Ramírez en cálculo estructural, completando un equipo que entendió desde el inicio que esta casa no solo debía habitar el paisaje, sino dejarse habitar por él.