Arquitectura

En Patagonia: las cabañas inmersas en el bosque que un arquitecto diseñó para sus padres

Madera ennegrecida, espacios envolventes y vistas a la nieve dan forma a este proyecto frente al Lago Correntoso que busca convivir en armonía con un bosque de arrayanes.

En medio del silencio patagónico y entre troncos centenarios de coihues y arrayanes, un conjunto de cabañas emerge casi como una aparición. Apenas se distinguen del entorno, como si siempre hubieran estado ahí. No son una intervención, sino una extensión del paisaje. Su autor, el arquitecto Juan Segundo Díaz Dopazo, conoce bien este territorio: creció en la Patagonia y su relación con estos bosques es profunda.

Aún cuando siempre supo que volvería al sur, no imaginaba era que el regreso se daría de una forma tan personal: diseñando un encargo para sus propios padres, uno que mezcló afecto, memoria y diseño. El proyecto—realizado a través de su estudio de arquitectura y paisaje OJA y de la mano de la arquitecta Ayelen Olivieri—se emplaza en un terreno escarpado, con acceso directo a las orillas del Lago Correntoso y rodeado de un ecosistema nativo protegido. La propuesta: una serie de unidades pequeñas, modulares y cuidadosamente insertas en claros naturales, sin necesidad de talar un solo árbol.

 

Cada unidad fue concebida como un elemento más del bosque. Desde su disposición hasta la materialidad, todo apunta a una convivencia armónica con el paisaje. Las cabañas, diseñadas para dos o tres personas, comparten un mismo lenguaje arquitectónico, aunque presentan sutiles variaciones que les otorgan identidad propia. Y si bien parecen ubicadas de forma aleatoria, en realidad responden a un trazado muy controlado.

Afuera, el contraste es total. El revestimiento de eucalipto tratado con Shou Sugi Ban—una antigua técnica japonesa que consiste en carbonizar la superficie de la madera—le entrega al conjunto una textura rugosa, oscura y resistente. Esta piel ennegrecida, además de proteger frente al agua y al fuego, se convierte en fondo perfecto para resaltar el verde del follaje de los árboles y el blanco de la nieve.

Distribuidas en medios niveles y articuladas por ventanales estratégicos, cada una ofrece una experiencia espacial envolvente. Adentro, la madera clara de guatambú cubre muros, cielos, mobiliario y detalles constructivos, logrando una atmósfera cálida y monolítica. El interior logra un mismo tono y una lectura coherente, fundiendo muebles con muros y reforzando una estética limpia y minimalista.

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A pesar de sus apenas 250 m² construidos, se transmite una sensación de amplitud y libertad. Los límites entre interior y exterior se diluyen, la luz entra filtrada por las copas de los arrayanes, y cada cabaña mantiene vistas generosas hacia el lago o al bosque. En la unidad más amplia, incluso se diseñó una tina exenta con vista panorámica, pensada para disfrutar del paisaje bajo la nieve.

La obra también enfrentó desafíos técnicos. El terreno angosto, inclinado y densamente arbolado obligó a optar por una construcción en seco sobre fundaciones de hormigón armado, lo que exigió una logística precisa. La planificación minuciosa se tradujo en una arquitectura de bajo impacto, que protege el entorno y se integra de forma natural.

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Más allá de su cuidada ejecución y estética refinada, el valor de este proyecto radica en su origen emocional y en su esencia de diseñar honrando la memoria, mientras se respeta el bosque que lo acoge.

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