A los pies del cerro Alto del Cobre, en San Esteban, Región de Valparaíso, un refugio se abre paso entre rocas expuestas, arbustos y quillayes. Diseñado por Gonzalo Iturriaga, de IA Arquitectos, este proyecto se ubica en plena ladera sur de montaña, a 1.795 metros sobre el nivel del mar, justo entre dos brazos de quebrada. En invierno la nieve lo cubre por completo. En verano, una brisa constante recorre su estructura.
El encargo era concreto: una segunda vivienda de 70 m², que funcionara como base para las actividades diarias de su dueño —un montañista aficionado— y que, además, permitiera habitar el paisaje. “El terreno te hace mirar hacia abajo, hacia el valle. Pero acá queríamos mirar hacia la montaña. Hacia el norte”, cuenta Gonzalo.


Esa decisión fue el punto de partida para el diseño: una planta inscrita en un triángulo, que divide el programa con un solo muro y genera dos áreas principales. Un primer espacio alberga el espacio común y la cocina, mientras que el segundo —algo más contenido— da lugar a los dormitorios y al baño. Uno de los dormitorios está en el mismo nivel; el otro, en un altillo que aprovecha al máximo la geometría.
“Estaba trabajando en la idea de resolver todo dentro de un triángulo. Espacialmente era una forma muy clara y contenida, que me permitía dividir sin fragmentar”, explica el arquitecto.




La estructura combina muros de hormigón visto y perfilería de acero. En revestimientos, se usaron maderas tratadas con imprimantes, tanto en interior como exterior. La paleta es honesta, robusta, con materiales durables que no buscan imponerse sobre el paisaje, sino acompañarlo.
Y es que en este proyecto, la relación con el terreno fue clave. Grandes conjuntos de roca afloraban en la superficie, algunas más altas, otras a ras de suelo. Lejos de desplazarlas, la propuesta las integró. “Queríamos convivir con ellas. Que pudieras estar sentado afuera junto a una roca, o que incluso una te acompañara dentro del refugio”.
El paisajismo, a cargo de Catalina Gómez Beck (@catapaisajismo), se enfocó en proteger lo existente: cuidar especies nativas y planificar la forestación con flora endémica, favoreciendo la biodiversidad natural del lugar.


Durante la construcción —que se llevó a cabo en plena pandemia— los dueños, una pareja joven con dos hijos, pasaron largas temporadas en el lugar. Eligieron ellos mismos los muebles, las plantas, los colores neutros. Optaron por maderas nobles, elementos simples, espacios que se abren hacia el exterior sin perder abrigo.
“El refugio es completamente de ellos. Lo decoraron con calma, desde la experiencia de habitarlo. Es un lugar cubierto, pero siempre en contacto con la montaña”, dice Gonzalo.
La obra también fue ejecutada por IA Arquitectos, con mano de obra local. Rodrigo Ramírez estuvo a cargo del día a día en terreno, ajustando decisiones en función de lo que iba apareciendo. Porque en este caso, el proyecto no solo se diseñó: se descubrió paso a paso, al ritmo del viento, de las rocas y de la pendiente.