Sello de familia

No es ni tan chilena ni tan provenzal. Para su nueva casa de campo, el decorador Francisco Silva dio un paso al lado para que su señora e hijos opinaran acerca de la remodelación y decoración de un lugar que rápidamente se convirtió en el destino preferido de este clan.

Algo no calza. A primera vista, cuesta creer que esta casa fue decorada por Francisco Silva. Bastante más alejada de esos aires provenzales que ha convertido en su marca registrada, la diferencia está en que, esta vez, no se puede llevar todos los créditos. Su señora, Alejandra Jiménez, y sus tres niños participaron, opinaron y dieron ideas para dar forma a ésta, su primera casa fuera de Santiago.

Idílica, está ubicada entre los viñedos de Casa Silva, a doce kilómetros del pueblo de Lolol. A pesar de haberse criado en el campo, Francisco reconoce que no se sentía muy atraído a él. Pero de a poco y sin darse cuenta, empezaron a elegir la casa familiar de ese lugar como destino para algunos fines de semana largos, con tan buenas experiencias que volvían durante las vacaciones. A pesar de la inmensa generosidad de los papás de Francisco, que siempre los recibían con los brazos abiertos, llegó el punto en que se hacía necesario tener un rincón propio, donde pudieran descansar a su ritmo y dejar hasta las pantuflas, como dice el decorador. El tema lo analizaron entre todos. Tenían que elegir en conjunto un lugar que fuera atractivo para grandes y chicos, y la respuesta automática fue Lolol.

Para suerte de esta familia, en el mismo campo existía una antigua casita de estilo chileno que llevaba años abandonada y que desde hace un buen rato llamaba la atención del decorador. Después de algunas conversaciones con el directorio de la Viña, llegó a un acuerdo y en abril del año pasado empezaron los trabajos de remodelación. A pesar de que la casa estaba en excelentes condiciones –incluso después de haber sufrido los efectos del terremoto del 2010– era necesario adaptarla a sus necesidades y gustos, aunque dejando intacta su apariencia. A sus casi 120 metros cuadrados, se le agregaron otros 100 metros “aproximados” como cuenta Francisco. “Es difícil saber exacto porque se hizo bien a pulso, sin arquitectos”. Aunque por su trabajo está acostumbrado a hacer algunas remodelaciones, esta era la primera vez que él dirigía una obra. Decisión que tomó sin problemas ya que contó con la ayuda fundamental de dos maestros a los que delegó todo. “Me lancé solo porque el riesgo lo corría yo”. En seis meses construyeron el dormitorio principal más la pieza de las niñitas y la de los hombres, cada una con su baño. El living-comedor quedó tal cual, dos piezas se convirtieron en la cocina y el antiguo dormitorio principal quedó como pieza de alojados. Como la idea era conservar el estilo original de la casa, mantuvieron los muros de adobe, que pintaron blanco y combinaron con gris en marcos y puertas. Sólo algunos sectores del interior se revistieron en madera para dar mayor calidez. Las vigas a la vista del techo también se salvaron y sólo optaron por darles una terminación en albayalde. Otro tema fundamental –especialmente para Alejandra– era que la casa debía ser lo más funcional posible. Según cuenta Francisco, su señora le hizo ver que era necesario sumarle cosas que la hicieran cómoda en su uso, aspecto que solucionaron a través de la materialidad. “A lo mejor los pisos de madera son mucho más lindos pero elegimos poner porcelanato a toda la casa”. Aquí el trabajo fue en equipo: ella daba las ideas prácticas y él trataba de hacerlo lo más estético posible.

Todo estuvo listo entre septiembre y octubre, sólo tenían que instalarse. El problema es que Francisco estaba con varios proyectos al mismo tiempo y, en vez de sucumbir ante la ansiedad de terminar lo antes posible, optaron por armarla de a poco. “Queríamos que desde el primer día fuera nuestro refugio de relajo, de pasarlo bien y no sinónimo de estrés. Fue una súper buena decisión, aunque la gente no nos entendía”. Aprovecharon los fines de semana que tenían disponibles para trasladar mesas, camas, sillas y alacenas. La elección de cada elemento empezó con un “reciclado” de objetos que ya tenían y no usaban o que quedarían mejor en este nuevo ambiente. “Tengo que reconocer que aquí hubo un tema súper espontáneo… No era una casa como todos los proyectos en los que trabajo”. Lo que sí tenían claro, era que querían algo suelto, relajado, simple y en colores neutros. Con un ingenio pocas veces antes visto, supieron rescatar desde individuales, manteles y bufandas –recolectados de distintos viajes– para convertirlos en cojines y pieceras, hasta un gran tronco con el que crearon la cubierta de la mesa del comedor. “Esta cosa no tan dirigida terminó encantándonos, sentimos que nos interpreta al 100%… Un estilo que finalmente es ‘familia Silva-Jiménez’”.

El año nuevo fue la fecha elegida para su estreno oficial y aunque la idea era ir de a poco para acostumbrarse, lo cierto es que desde su inauguración han ido cada fin de semana que han podido, además de instalarse por un mes durante las vacaciones. ¡Todo un éxito! Y qué mejor demostración que la sugerencia de su hija Blanquita de arrendar la casa en Santiago e irse a vivir a Lolol… Para Francisco, superó todas las expectativas.

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