Vivimos rodeados de diseño, desde el envase de leche que tomamos, en la interfaz de la app que usamos para trasladarnos, en la señalética que nos guía en el metro, en las marcas que compramos y en muchos espacios públicos que habitamos. Sin embargo, el diseño no está solo en lo que se ve, sino que también está presente, de manera silenciosa, moldeando nuestras experiencias, interacciones y sistemas.
Por eso, reducir el diseño a lo estético es ver sólo la punta del iceberg. Su verdadero alcance no está solo en lo que se ve, sino que influye directamente en la experiencia de las personas, en su percepción del entorno y en la manera en que se relacionan con productos, servicios y espacios. El diseño es planificación, estrategia y creatividad aplicada. Desde Chile Diseño —la asociación que reúne a empresas, profesionales y academias del país— trabajamos para cambiar esta mirada superficial del rol del diseño.
Según un estudio del Design Council del Reino Unido, cada libra invertida en diseño genera más de 4 libras en retorno económico. En Chile, empresas que han incorporado diseño en sus procesos reportan mejoras en eficiencia, reputación y fidelización. El cambio de paradigma ha ido tomando fuerza, cada vez más organizaciones entienden que el diseño no es un gasto, sino una inversión: en claridad, en eficiencia, en solidez, en diferenciación.
El pensamiento proyectual del diseño es clave: una forma de observar críticamente el entorno, detectar oportunidades y construir futuros posibles. Permite comunicar, organizar, facilitar y emocionar. En un mundo complejo, hiperconectado y visualmente saturado, el diseño se convierte en un lenguaje que traduce información, valores y propósitos, sirviendo de puente entre instituciones y personas.
Cuando se diseña bien, se resuelven problemas a largo plazo. Cuando se diseña con propósito, se generan vínculos y se construyen relatos. Un buen diseño puede reducir las brechas digitales, mejorar el acceso a la salud, facilitar el aprendizaje, mientras un mal diseño puede hacer que una persona abandone un trámite de salud, que cambie de proveedor de telefonía, que un niño no entienda lo que estudia o qué espacios públicos no se usen o peor aún, se les dé un uso distinto para el que fueron desarrollado.
Algunos ejemplos destacados son el trabajo de Sergio Ramirez, diseñador chileno, que lleva años colaborando en distintos proyectos de desarrollo de familias de pictogramas con carácter local, tales como Pictogramas para el Parque Met, Iconografía para las líneas 3 y 6 del metro de Santiago o la familia de íconos para el Servicio Nacional de turismo SERNATUR. En lugar de optar por soluciones genéricas, se creó un sistema de íconos pensado especialmente para un entorno diverso, accesible y cargado de significados. Otro caso destacable es la creación de los Work/Café de Banco Santander, que replantearon por completo la experiencia de ir al banco. El equipo de marketing del banco, junto con la agencia de diseño de Antonia Undurraga Agüero, se preguntó: ¿cómo hacer que los clientes y futuros clientes disfruten ir al banco en plena era de la digitalización bancaria? Work/Café reconoce las nuevas formas de trabajo, la transformación en la relación entre marca y usuarios, la influencia de lo digital y el poder de los espacios de encuentro.
Y justamente ahí está su dimensión más profunda: el diseño también es cultura. Expresa quiénes somos, cómo nos relacionamos, qué valoramos como sociedad. No es lo mismo diseñar desde Santiago que desde Valdivia, desde una gran agencia o desde un taller independiente. Cada decisión de diseño —por pequeña que parezca— lleva consigo una visión de mundo. Por eso es tan importante fomentar un ecosistema de diseño diverso, colaborativo y conectado con el territorio.
Desde Chile Diseño, trabajamos para fortalecer ese ecosistema, visibilizar proyectos que demuestran cómo el diseño puede mejorar la vida de las personas y fomentar la medición de resultados, que nos ayuden a evidenciar y capitalizar nuestros diseños. Porque estamos convencidos de que no hay desarrollo sostenible sin diseño. Y no cualquier diseño: uno comprometido con las personas, con el entorno y con la historia.
En un país que busca proyectarse con identidad y con sentido, el diseño tiene un rol que asumir. No como la guinda de la torta, sino como un pilar central en la forma en que imaginamos y construimos nuestro futuro.