Aunque su carnet de identidad dice Paola, nadie la conoce por ese nombre. Desde chica siempre le dijeron Poli y ese apodo se transformó en su marca, una que se ha hecho conocidísima en estos más de 15 años trabajando como maquilladora. Es difícil imaginarse que la llegada de Poli Picó a esta profesión fuera algo casi fortuito, una casualidad. “Nada fue planeado, o sea, yo nunca dije ‘voy a ser maquilladora’, jamás se me hubiera ocurrido”, dice. Cuando salió del colegio entró a estudiar Acuicultura y mientras estaba en eso empezó a meterse en el mundo de la moda. Como dice ella, “la vida me fue llevando para otra parte”. En el tercer año de la carrera se dio cuenta de que vibraba con el maquillaje y se retiró para dedicarse por completo a su pasión.
De a poco, y casi sin darse cuenta, terminó maquillando para editoriales de moda como nadie lo había hecho hasta el momento, con propuestas bien alejadas del concepto de belleza tradicional. “Eran muchos juegos de colores, rayas, manchas… Mi idea era hacer una cosa mucho más editorial, que no se hacía tanto, y no buscar solamente la belleza de la modelo”. Para Poli Picó, lo más interesante del maquillaje es que le permite expresarse: “Me gusta la idea de hacer algo un poco más transgresor, como una crítica. Llevar el maquillaje al arte”. Tanto así que ahora, además de maquillar para catálogos y editoriales, está trabajando en preparar una exposición donde pueda usar la cara como lienzo.
Cuando entró a este mundo no tenía ningún estudio en el tema, por eso se ha preocupado de ir tomando clases para perfeccionarse. Claro que Poli va un poco más allá. No sólo ha estudiado maquillaje fuera de Chile; confiesa que le encanta estar siempre tomando cursos. Hizo uno de arte con Eugenio Dittborn, acaba de terminar uno sobre teoría de la fotografía moderna y ya está pensando en tomar uno sobre fotografía práctica. También se preocupa de estar mirando lo que pasa afuera. Unos de sus referentes en el mundo del maquillaje son los maquilladores Pat McGrath, Lucia Pieroni y Topolino; y le encanta el trabajo de la artista visual francesa Orlan.
Y tanto como le gusta tomar cursos, le gusta dictar clases en su propio estudio de maquillaje. Hace ya cuatro años que empezó –porque mucha gente le pedía– y está feliz con sus alumnos. “Para hacer clases tengo que estar investigando lo que está pasando, las tendencias, entonces eso me mantiene actualizada. A veces, cuando uno está tan ocupado, tiende a ir estancándose, y como no quiero que eso me pase, siento que el tema de los cursos me obliga a estar al día en todo. Además de estar haciendo clases, aprendo”.
Las clases las hace en su casa, una que encontró hace dos años en el barrio Yungay. Con su marido, el escritor, poeta y pintor, Sergio Alfsen, llevaban varios años buscando un lugar donde vivir y trabajar a la vez. Las primeras opciones eran Providencia y Ñuñoa, pero un día se encontraron con esta casa. Aunque estaba más lejos de lo que buscaban y era más grande de lo que querían, decidieron ir a verla. Y les encantó. “Encontramos que era como estar en otro país; me llevó a algo súper tranquilo, a estas casas de Valparaíso… Uno está ahí y es como si no estuviera en el centro de Santiago, es súper loco. Y nos enamoramos de la casa, eso fue lo que pasó. Dijimos ‘bueno, démosle no más’”, cuenta.
Desde entonces han pasado dos años y de a poco la han ido armando. Pasaron de un departamento de poco más de 100 metros cuadrados, a una casa casi cuatro veces más grande, así es que cuando llegaron, los pocos muebles que tenían prácticamente desaparecieron. Han comprado cosas en Franklin y en el Parque de los Reyes, que mezclan con detalles más modernos y con cosas que han traído de sus viajes, otra de sus pasiones: “Queremos conocer el mundo juntos, es uno de nuestros proyectos de pareja. Conocer, disfrutar e investigar lo que más podamos”.
Pero el cambio más radical fue la pintura: cuando llegaron la casa era mostaza con burdeo, tonos que para una amante del color como Poli Picó eran un desastre. Por eso, decidió pintarla entera blanca y dejar los detalles en verde agua, un color que la fascinó desde que vio Grandes Esperanzas. “Amé la estética y el colorido de esa película: la ropa era verde agua, las casas, ¡todo!”.