Mónica Oportot es de esa gente que pareciera haber descubierto algo que para el resto de nosotros es desconocido. Con sus ojos calipso, su pelo rubio, el cuerpo de quien ha hecho del yoga una disciplina, la tranquilidad de quien medita constantemente y una personalidad que irradia luz, esta artista sabe que lo esencial para vivir está lejos, muy lejos, de la ciudad y sus quehaceres. En su casa en el Cajón del Maipo ha creado su refugio rodeado de árboles nativos, cerros, cóndores que sobrevuelan y la compañía constante del sonido del río. Todo lo que tiene son objetos regalados, llenos de significado, un resumen de su pasado, de sus viajes y de su gente. Su espitiru nómade la ha llevado a los seis continentes, a recorrer cientos de kilómetros a pie dando mensajes de paz, a hacerse amiga de loncos mapuches y monjes tibetanos.
La manera de entregar su arte es transmitir sus experiencias, ya sea a través de instalaciones, como la exposición que hizo en un faro abandonado en la Patagonia; las fotos con sus historias que publica mensualmente en la revista La Panera; o compartiendo su vida con quien sea. «Mi arte es lo que me está pasando, lo que estoy viendo».