Navegar por las Islas Vírgenes Francesas

Nuestra fotógrafa y experimentada viajera Pía Melero recorrió las Islas Vírgenes Francesas, rescatando un aspecto del caribe más sofisticado, y al mismo tiempo, menos explotado.

Navegar por las Islas Vírgenes Francesas es un placer en todos los sentidos. El contacto con la naturaleza, el mar, viento, playas paradisíacas, sol, clima tropical, el relajo de la vida arriba de un bote y llegar a diferentes islas, cada una con su encanto, hacen que sean las vacaciones perfec-tas para descansar y disfrutar.

Nuestro viaje familiar partió en la isla San Martin, a donde llegamos en avión desde Miami. Es bastante grande y poblada, generalmente ahí se arriendan los botes para luego zarpar hacia las demás islas. Nosotros arrendamos uno a la compañía The Moorings y como vengo de una familia de navegantes, no fue necesario tomar tripulación ni capitán.

Desde ahí partimos por dos días a la Isla Saba. Allá no está permitido llegar en bote por lo que tomamos una avioneta, un vuelo corto, de media hora, que aterriza en la pista más corta del mundo, tiene sólo 400 metros y termina en un acantilado. En esta colonia holandesa no hay playas, sólo acantilados y no es tan popular como otras en esta zona, pero uno de sus mayores atractivos es el buceo, razón por la que nosotros llegamos allá. Fue muy entretenido: en el día nos dedicábamos a bucear, almorzábamos unos sándwiches en el bote y en la tarde llegábamos al hotel a tomarnos unos daikiris al lado de la piscina, para luego en la noche salir a comer por el pueblo que es muy chico y queda entremedio de cerros con mucha vegetación. Hay pocos restoranes, pero muy ricos, atendidos por sus dueños, muchos de ellos americanos y europeos que optaron por dejar sus ciudades y vivir más tranquilos.

De vuelta en San Martin tomamos el bote y partimos rumbo a St. Barth. La primera noche anclamos frente a Ains de Colombier, llegamos justo a tiempo para hacer un poco de snorkel y disfrutar de una preciosa puesta de sol. En esta isla todo se hace a pie, o mejor dicho trekking, ya que no hay camino para autos. Nos quedamos cuatro noches, aunque podría haber sido un año, los panoramas ahí sobran.

Hay diferentes playas y un pueblito muy entretenido lleno de boutiques y restoranes, todos de muy buen gusto y entretenidos; también hay algunas tiendas de decoración y hasta hay un par de galerías de arte como Clic Bookstore and Gallery que vale la pena aunque sea ir a conocer. Hasta los minimarkets son entretenidos, y muy gourmet, llenos de especialidades y exquisiteces, el panorama es ir ahí a comprar para hacer un picnic en la playa. Nosotros hicimos uno en Grande Saline Beach, una playa exquisita para bañarse porque tiene olas y es una de las más grandes.

Al llegar a St. Barth arrendamos un jeep, si bien la isla no es enorme, las distancias no son como para andar a pie. Justo al día siguiente fue el carnaval, no íbamos preparados, nos pilló de sorpresa, pero fue muy entretenido para conocer el espíritu de la gente de este lugar y estar en la isla en un momento de fiesta. Para ellos es el evento del año, a mediodía se cierra todo el comercio y todos salen a las calles disfrazados, haciendo coreografías, celebrando y bailando.

Los días siguientes visitamos las diferentes playas, y hay para todos los gustos: hay algunas más solitarias y otras con más gente, hay playas nudistas, playas con viento para hacer windsurf o kitesurf. La playa de St. Jean es muy popular, tiene un restorán, el Nikki’s Bar, muy entretenido para almorzar y una terraza grande, con muy buen ambiente y con un DJ. Se puede salir a hacer snorkel y ver tortugas de mar. Lo más increíble de todo es ver el despegue y aterrizaje de los aviones que pasan literalmente por encima de uno, ya que el aeropuerto de la isla queda muy cerca. La variedad culinaria en St. Barth es increíble, hay muchos lugares con buena música y ambiente, como el Bonita, que fue uno de nuestros favoritos; ahí compramos un muy buen cd al DJ que tocaba esa noche. Hasta el día de hoy lo escuchamos y recordamos nuestra gran estadía en la isla.

Desde St. Barth navegamos alrededor de seis horas antes de llegar a nuestro último destino, Anguila. En ese tiempo uno aprovecha de comer, algo que es muy entretenido cuando se viaja navegando: parrillar y hacer aperitivos mirando playas paradisíacas o un cielo estrellado en pleno mar es una experiencia inolvidable.

Anguila tiene varias playas, es menos turística y conocida que las demás. Una de las más paradisíacas en que he estado queda en realidad al frente de Anguila, se llama Pickley Pearcays y tiene arenas blancas, palmeras, aguas cristalinas y no hay nadie. Fue el lugar perfecto para despedir nuestro viaje. Pasamos una mañana ahí todos juntos, lo gozamos tanto como gozamos la navegación que después de este día soñado nos llevaba de vuelta a San Martin.

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