Retro: El precursor - Revista ED

Retro: El precursor

Cuando en nuestro país todavía el modernismo era mirado desde lejos y con desconfianza, Sergio Rocca supo arriesgarse y, con indiscutible visión, talento y esfuerzo, nos abrió las puertas a lo contemporáneo, de la mano de muebles vanguardistas y lo mejor del diseño mundial.

Sergio Rocca Bonilla fue un hombre con voluntad. Un hombre que no se amedrentaba ante una sociedad que veía en la obra de Eero Saarinen una silla ortopédica, que se escandalizaba por el alto precio de una mesa que consideraba “plástica” y cuya más cercana visión de futuro era la película 2001 Odisea del Espacio.

Hoy nadie se espanta frente a una silla Barcelona o una Wassily. Al contrario, es parte del inventario de muchas casas chilenas y sus propietarios las lucen como verdaderas obras de arte. Y es aquí donde Sergio Rocca cumplió un rol fundamental. Como asegura Francesco Di Girólamo, director de la Escuela de Diseño de la Universidad Finis Terrae, “él fue un pionero del mobiliario contemporáneo porque fue capaz de proponer nuevos diseños y desarrollar tecnologías que hasta hoy son tremendamente valoradas”.

Pero el camino hasta este reconocimiento fue largo, lleno de baches y recovecos que hoy, poco después de su muerte el 21 de abril, salen a luz y engrandecen su obra. Como escribió el mismo Di Girólamo en su carta a El Mercurio el día 20 de abril: “Nos ha dejado Sergio Rocca Bonilla, tremendo hombre a quien tanto debemos por lo que hizo por el diseño nacional cuando el emprendimiento aún no se llamaba ‘emprendimiento’ y el liderazgo todavía no se llamaba ‘liderazgo’”.

El diseñador que supo ser empresario

Sergio nació en Santiago en 1931 y junto a sus hermanos mellizos tuvo que crecer rápido. La infancia en la Calle dieciocho fue corta porque sus padres, Clemencia Bonilla Vicuña y Héctor Rocca Ferrari, se separaron a los pocos años de casados. El emigró a Buenos Aires y ella quedó a cargo de los tres niños quienes entendieron, más temprano que tarde, que en esos años ser hijos de padres separados no era tarea fácil, menos cuando el dinero escaseaba. Quedó poco tiempo para los veraneos, los juegos y los estudios, por lo que Sergio tuvo que postergar su sueño de convertirse en arquitecto. Saliendo del colegio –pasó por varios– entró a trabajar al Banco Central, donde se desempeñó durante muchos años en el área de tesorería. Lejos de ser el trabajo de sus sueños, su labor en el banco le permitió conocer a su primera mujer, Paulina Jordán, con quien se casó en septiembre de 1953, y además le dio tiempo para desarrollar su gran pasión: los muebles. “Todos los sábados y domingos recorríamos en su auto –un ranchero– los talleres donde diferentes maestros le fabricaban los encargos de su pequeña clientela. El supervisaba uno a uno los trabajos, era muy detallista”, recuerda su hijo mayor Francisco.

Así, durante varios años compatibilizó ambas cosas hasta que a finales de los 50 y gracias a un importante proyecto de remodelación del Hotel Carrera, pudo dejar su puesto en la banca y dedicarse a lo suyo. “Estuvo a cargo de varias locaciones del hotel, para el que diseñó un mobiliario moderno y funcional, muy propio de su estilo”, recuerda la menor de sus hijas, Francesca Rocca Burkhardt.

Este trabajo fue la punta de lanza de la obra de Rocca, quien entonces reunió a sus maestros –comandados por su fiel empleado y amigo Juan Correa– y abrió su primera fábrica en la calle Sierra Bella. Según sus conocidos, uno de sus grandes logros fue capacitarlos y formarlos de tal manera que, como miembros de una orquesta, sabían seguir las instrucciones de su director al compás de su talento y rigurosidad. Fueron años en que, como fabricante de muebles, respondía a las necesidades de las empresas que solicitaban sus servicios –entre ellas muchos hoteles, bancos y aerolíneas–, ya sea con encargos modernos o de estilo, según el sello corporativo lo requería. Pero como diseñador no transaba: su predilección estaba en la vanguardia, en las líneas contemporáneas que conjugaban estética y funcionalidad, simpleza y equilibrio. Durante esos años también comenzó a vincularse con destacados arquitectos chilenos, como Carlos Alberto Cruz, Christian De Groote, Ramón Valdés, José Manuel Figueroa y Teodoro Fernández, con quienes trabajó codo a codo en el diseño y habilitación interior de sus proyectos.

Pero fue en 1968 cuando se produjo el gran salto: su fábrica Mobiliario Internacional se convirtió en representante exclusivo de la línea Knoll en Chile hasta 1992. Todo un hito en el mundo del diseño nacional porque, como explica Di Girólamo, con ello entró la modernidad a nuestro país, con muebles vinculados a la Bauhaus y a renombrados arquitectos contemporáneos como Le Corbusier, Mies Van der Rohe, Marcel Lajos Breuer y Eero Saarinen, todos vinculados a la marca.

El desafío Knoll

Hay que ponerse en el contexto de la época para entender la verdadera hazaña que Sergio Rocca realizó a través de la representación de Knoll. Jorge Lay, licenciado en Arte, dueño de la tienda Brainworks y gran amigo y admirador de Sergio Rocca, explica: “Entre los años 40 y principios de los 70, Chile estaba inmerso en un proceso de industrialización y desarrollo de tecnologías a partir de materias primas y manufactura nacional muy potente”. En ese escenario, en el que el modelo económico no fomentaba la importación (incluso era considerado como una “traición a la patria”, según el propio Sergio), poder fabricar muebles del estándar de los de Knoll, cuyos productos eran concebidos para países de gran desarrollo tecnológico, planteó un desafío gigante.

Knoll es obra y gracia de Hans Knoll, mueblista alemán nacionalizado norteamericano (muerto en 1955), que supo recoger los postulados de la Bauhaus antes de emigrar por culpa del nazismo. Su mujer, Florence Shust, le ayudó a reunir a varios seguidores de esa escuela, comenzando luego a producir en serie sus revolucionarios diseños de muebles. En total, 14 diseñadores –entre quienes incluso estuvo Roberto Matta–, que proclamaban el “menos es más” en sus creaciones de infinita simplicidad y extrema sencillez.

Pero para lograr esa simplicidad y sencillez acá en Chile, la cosa no fue tan fácil. Como explica Jorge Lay, en el tema mobiliario se requiere de una importante suma de saberes, desde manejar la madera, el ensamblaje, la tapicería, la carpintería y el barniz, hasta el lacado, la quincallería y más. Y en Knoll exigían reproducir fielmente los modelos de su colección. Mobiliario Internacional se vio obligado entonces a aprender nuevas técnicas, enseñar a sus proveedores a fabricar matrices, bases giratorias, perfiles y tapices para lograr piezas idénticas a las originales, a partir de los planos y las especificaciones técnicas que llegaban desde Estados Unidos. “Cada cierto tiempo aparecía de improviso un empleado de Knoll, que viajaba a certificar que sus modelos se estuviesen fabricando tal y como estaba detallado. La idea era que la silla Tulip que se vendía en Nueva York o Londres fuera exactamente igual a la fabricada en Chile. Siempre salimos airosos”, admite Francisco, que trabajó un buen tiempo con su padre.

Pero pocos en el Chile de esos años eran capaces de visualizar este esfuerzo y menos aún admirar la obra. Sus hijos recuerdan que la gente pasaba por al frente de su tienda en Providencia y se quedaban mirando con la nariz arriscada los muebles de la vitrina. De hecho el mismo Sergio confesó en una entrevista que conquistar clientela era una tarea difícil y que entre los más vanguardistas se encontraba la colonia hebrea. “Cuando se es innovador cuesta que te entiendan. Han tenido que pasar 20 años para que la gente acepte los muebles contemporáneos”, reconoció en su momento.

Sin embargo en 1972 tuvo la gran oportunidad de mostrar su obra al país y al mundo, cuando el gobierno de Salvador Allende le encargó habilitar los espacios de descanso de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo o UNCTAD III, que se realizó en Chile. Como comenta Sergio Lay, este fue un proyecto muy emblemático porque reunió toda la intelectualidad y el mundo del arte y el diseño de entonces. “Para don Sergio fue muy paradójico. En medio de este ambiente político revolucionado, que de alguna manera le dificultaba su desempeño en la fábrica debido a la creciente presión de los sindicatos y la falta de insumos, pudo dar a conocer su obra como nunca antes”.

De vuelta al origen

Alto, buen mozo, extrovertido, dueño de un carácter fuerte y un humor muy sofisticado, Sergio Rocca le sacó el jugo a su vida. Se casó tres veces, fue padre de ocho hijos, tuvo 14 nietos y un bisnieto. Amigo de sus amigos –el más entrañable, Fabrizio Lévera–, no se perdía remates, era un amante de las antigüedades y su casa era reconocida por su fascinante mezcla de estilos y buen gusto. Descrito por Di Girólamo como inquieto e intolerante ante lo mal hecho y la copia, este hombre, que trabajó duro y se mantuvo vigente hasta el final, descubrió la génesis de su pasión cuando ya había consolidado su carrera como mueblista: la familia Rocca es de origen italiano, específicamente proviene de un pueblo llamado Morsasco en la región de Piamonte. Fueron los abuelos de Sergio los que llegaron a Chile y recién a los 70 años él decidió seguirles la pista y viajar en busca de su historia. A través de certificados de bautismo logró dar con la casa de los Rocca en Italia. En la entrada, justo en el dintel de la puerta, había una placa tallada en madera con la figura de un maestro carpintero. Al entrar, lo recibió el retrato de un hombre que en sus ojos reconoció su sangre y en su oficio, su pasión: era su bisabuelo, famoso artesano del pueblo que por tradición familiar se convirtió en un reconocido mueblista.

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