El hallazgo fue en 2007. Un joven historiador aficionado, John Maloof, compró en una subasta de Chicago por menos de 400 dólares una caja de negativos que pensó podrían servirle para un proyecto que tenía. Cuando comenzó a digitalizarlos se dio cuenta de la calidad de las tomas y, paulatinamente, las fue subiendo a un blog en internet. Las imágenes tuvieron gran recepción y el interés por saber quién había hecho las fotos aumentó. John encontró el nombre de Vivian entremedio de los negativos, pero al buscar en Google no halló nada.
La obsesión de Maloof hizo que comenzara una verdadera investigación y comprara la misma cámara Rolleiflex que usaba Maier, con la cual fue a los lugares que reconoció en las fotos y las imitó. Durante el proceso de investigación logró contactarse con una de las familias que había conocido a Vivian; recién entonces se enteró de que no se trataba de una fotógrafa profesional, sino de una niñera. En el transcurso de un año, John consiguió un 90% de su trabajo de los otros compradores en la subasta inicial para acumular una colección de 100 mil a 150 mil negativos, cientos de rollos de película en 8 mm, cintas de audio de entrevistas, miles de papeles (cheques sin cobrar, cartas cerradas, boletos de bus, etc.) y accesorios de vestuario como sombreros y zapatos acharolados. El misterio por Vivian Maier crecía cada vez más. “Soy bastante obsesivo y quería que la gente viera este increíble trabajo, así es que continué y pedí hacer una exposición en el Centro Cultural de Chicago. Dijeron que fue la mayor convocatoria para una artista pequeña”, contó Maloof en el documental Finding Vivian Maier.
Una niñera fuera de serie
Excéntrica, paradójica y demasiado reservada. Así describen a Vivian Maier quienes la conocieron. Una mujer de madre francesa y padre austríaco, nacida en Nueva York en el invierno de 1926 y que no sería reconocida sino hasta después de su muerte.
Vivian y su hermano, dos años menor que ella, pasaron sus primeros años en la casa de sus abuelos paternos en el Bronx. Todos los adultos trabajaban en oficios mal remunerados –carnicería, auxiliar de orfanato, vendedores–. Años más tarde Vivian se convertiría en la tercera generación en vivir del servicio doméstico.
El matrimonio entre sus padres se fracturó prematuramente, por lo que regresó a Francia junto a su madre. Allí pasó gran parte de su juventud, en el pequeño pueblo de Saint Julien-en-Champsaur, cerca de los Alpes franceses. En ese lugar hizo los primeros disparos con una modesta Kodak Brownie.
En 1951 volvió a Nueva York y su primer trabajo fue en un taller de costuras clandestino del que rápidamente se aburrió; ella quería –como le confesó después a una de sus empleadoras– un oficio que le permitiera ver el mundo y salir: ser niñera fue su mejor opción. Para 1956 Maier se mudó a Chicago, donde continuó gran parte de su vida. En esa ciudad pasó por diferentes casas a cargo del cuidado de los niños, donde gozó de comodidades como un baño privado que utilizaba como cuarto oscuro para revelar sus películas. Otra cosa que Vivian exigía era que su habitación tuviera cerradura. No quería que nadie viera las pilas de periódicos que guardaba (especialmente aquellos con titulares sobre macabros asesinatos y violaciones), cajas repletas de objetos que tomaba de la basura y, por supuesto, cantidades de rollos sin velar. “Vivian estaba obsesionada con guardar momentos, recuerdos. Las cosas que coleccionaba me ayudaron a conocerla mejor”, declara Maloof en el documental sobre su investigación.
Los niños crecían y Vivian debía mudarse con otra familia. Era en esos intervalos cuando aprovechaba de viajar y saciar sus ganas de conocer el mundo. Así sabemos que entre 1951 y 1965 hizo viajes a toda Sudamérica –donde incluso estuvo cuatro días en Santiago–, el Caribe, Europa, India, Tailandia, Egipto, Yemen y otros países de la región. En cada lugar retrataba a sus habitantes y se inmiscuía en los barrios que no forman parte de los circuitos turísticos. “Creo que sus fotos muestran ternura, un estado de alerta inmediato a las tragedias humanas y momentos de generosidad y dulzura”, opinó el destacado fotógrafo callejero Joel Meyerowitz al ver las imágenes de sus viajes y obra en general. Y es que sus fotografías nos muestran con abismante honestidad la vida cotidiana en las ciudades que estuvo, los rostros de quienes circulan por las calles con distinguido talante y de aquellos que yacen en el pavimento esperando que los días pasen. De alguna manera Vivian tenía fijación por inmortalizar a esas personas que para muchos pasaban desapercibidas. “Los fotógrafos callejeros son gregorianos en el sentido que salen y se sienten cómodos con la gente, pero curiosamente son solitarios. Observas y haces la foto, pero te quedas atrás e intentas ser invisible”, puntualiza Meyerowitz. Por eso es que en sus paseos con los niños a los que cuidaba tomaba el tren hasta llegar a los suburbios y fotografiaba incansablemente. Les mostraba la vida sin adornos. Incluso, recuerda una de las niñas que Maier cuidó, una vez la llevó a un matadero como parte de un paseo recreativo. “Amaba a los niños y ellos la amaban a ella”, reconoce Linda Matthews en el documental de Maloof.
Reconocimiento tardío
Feminista y socialista. Llamaba la atención por su metro ochenta y pelo corto, camisas de hombre, botas largas, sombreros con alas y siempre con la Rolleiflex colgada del cuello. Cámara que le permitía pasar inadvertida ya que por su óptica la enfocaba a la altura de las caderas y no de los ojos, inclinándose para ver la toma. Desde ese ángulo en contrapicado, las personas adquieren una presencia imponente, y el espectáculo de la calle se observa desde la mirada de un niño. “Encuadraba muy bien, tenía un sentido precioso de la vida y el entorno, lo tenía todo”, dijo la recientemente fallecida fotógrafa Mary Ellen Mark cuando se le consultó en una entrevista sobre la técnica de Maier. Tan prolijo consideró su trabajo que incluso encontró similitudes con el de Robert Frank, Helen Levitt, Lissete Model y Diane Arbus, entre otros grandes street photographers.
Mismo talento que reconoció Joel Meyerowitz: “Veo miles de fotografías todos los días, la gente me envía sus páginas web y pienso que muchos son mediocres, sin embargo, el trabajo de Vivian tiene las cualidades de la compresión, la amabilidad y la gracia del ser humano. Es una fotógrafa genuina”, dijo en la cinta documental Finding Vivian Maier.
Sobre sus últimos años de vida se sabe poco: que los pasó en un apartamento en el centro de Chicago costeado por tres hermanos que alguna vez cuidó, los Ginsberg, y que solía sentarse en la plaza del vecindario. Un frío día de invierno se resbaló en el hielo golpeándose la cabeza. Debido a su complicado estado de salud y avanzada edad fue llevada a un hogar de ancianos, donde falleció en abril de 2009 a los 83 años. Nunca se enteró de que su trabajo recién empezaba a reconstruirse.
A la fecha se han digitalizado más de 200 mil negativos que han sorprendido al mundo por la belleza de sus imágenes. Un trabajo en el que ha participado intensamente John Maloof y Howard Greenberg, quien confió en el talento de Maier y puso a disposición su galería en Nueva York para rescatar el patrimonio fotográfico de la fallecida artista. “Creo que el trabajo es tan bueno que está conquistando a la gente que en un principio lo despreciaba”, reconoció Greenberg en una entrevista al New Yorker. Y es cierto. Sus fotografías han sido recopiladas en tres libros y ya suma 26 exposiciones en Estados Unidos y Europa.
Aún siguen existiendo muchas interrogantes sobre la figura de Vivian Maier. ¿Para qué hacía las fotografías? ¿Tenía conciencia de lo realmente buena que era? ¿Qué pensaría si supiera el interés que ha suscitado su obra? Lo cierto es que en una carta hallada entre sus archivos Vivian sí mostró interés por exhibir su trabajo. La falta de dinero y de redes quizá le jugó en contra. Pero al menos tenemos la certeza de que sabía que lo hacía bien. Tan bien como como su trabajo de nanny.