Minutos antes del estreno de La Bella y la Bestia en Versalles, el diseñador teatral de este ballet, el chileno Jorge Gallardo, pisa el escenario; es parte de su ritual. Luego toca todo, vestuario y escenografía, para “traspasar las buenas vibras”. Se sienta solo (no junto a Thierry Malandain, el director de la obra) y cierra los ojos hasta que se bajan las luces y empieza la música de Tchaikovsky a cargo de la Orquesta Sinfónica de San Sebastián. Aunque ha visto la obra cientos de veces, lo que viene después son 70 minutos en donde el artista observa su trabajo de tantos meses como si fuera la primera vez. Termina el espectáculo y el público de Versalles, exclusivo, culto y refinado, aplaude y hasta patea el suelo, cuenta el mismo Gallardo. La ovación es bestial.
Jorge Gallardo lleva 20 años trabajando junto a Malandain, el año pasado hizo con él La Cenicienta y sólo se llevaron elogios: el ballet ganó el premio a la mejor obra de Europa el 2015. Además ha mostrado su trabajo en los escenarios más importantes del mundo, como el Metropolitan de Nueva York. Pero Versalles, dice, es especial: “uno no quiere fracasar en Versalles”. Menos, cuando esta historia en particular “es Francia”. Antes de que Disney llevara a La Bella y la Bestia a la pantalla grande, fue el cineasta, poeta, dramaturgo y novelista francés Jean Cocteau, quien se encargó en la década del 40 de dar vida a esta historia de la manera más oscura y magistral que se haya visto. “Cocteau y La Bella y la Bestia son como la Torre Eiffel para París”, dice enfático el diseñador. Y aunque es un clásico francés, cuenta Gallardo, en realidad hay decenas de versiones de diferentes partes del mundo. De hecho, se dice que la historia viene del mito griego transmitido oralmente de Psique y Cupido.
Para armar la puesta en escena también tuvo en cuenta el escenario en el que se encontraba: el teatro que la reina María Antonieta mandó a construir dentro del Palacio de Versalles. Este último es reflejo del esplendor de Francia como la conocemos hoy, de la sofisticación, elegancia y toda la opulencia de la época de Luis XIV, el Rey Sol. “Más que el contexto histórico, que ya sabemos que es extraordinario, me fijé en el contexto material. Todo es oro, cristal, es el extremo de la maravilla del Barroco. Entonces si escénicamente yo iba a hacer algo, sabía que tenía que hacerle contrapunto a este lugar, porque pesa mucho al ojo, visualmente tú estás dentro de una joya. Entonces, o haces una creación netamente barroca, o en mi caso yo sencillamente me fui a un mundo más contemporáneo, mucho más abstracto, más puro”, cuenta el artista.
Hizo más de 6oo bocetos y cuidó hasta el más mínimo detalle. La mesa con patas de animal donde la Bestia invita a comer a su prisionera fue forrada en pan de oro, se usaron las telas más finas para darle movimiento y oscuridad al escenario; y el vestido de la protagonista fue hecho a mano –y a medida– con organza en oro. A la Bestia quiso retratarla, tal cual, como una bestia, pero con un toque contemporáneo. Por eso el traje del personaje se parece a un tatuaje, trabajó las costillas para darle el lado animal que tiene: en muchas de las versiones la bestia es un poco serpiente, cerdo y lobo. Es como si el bailarín tuviera escamas. Cubrió su cara con una tela translúcida negra para que cuando se transforma en el príncipe que realmente es, se sacara esta máscara y el público lo viera humano. Para Bella, diseñó un vestido que a medida que va transcurriendo la obra va sumando capas, esto en representación de las joyas y todos los regalos que la Bestia le da para conquistarla. El dorado fue el color que Gallardo usó como hilo conductor. El escenario, con terciopelos y telas negras, pasa a ser oro al final de la obra. Es la metáfora que él usó para esta historia. “Si este amor debiese ser algo, debería ser oro puro”, pensó.
Todo el montaje intelectual y físico le tomó cerca de ocho meses. Eso supuso varios viajes a París en donde trabajó con técnicos, diseñadores y en última instancia con un nuevo iluminador. Ese último fue el punto más crítico, lograr que la iluminación no desvirtuara los colores de la obra, pero que sí le diera vida. Después de varios días lo lograron. En total Gallardo diseñó 60 vestuarios diferentes, y más de 100 personas –entre bailarines, técnicos, tramoyistas, iluminadores y músicos– trabajaron para que todo saliera a la perfección. Al final del estreno, ya en el cóctel en los salones privados de Luis XIV (algo que sin duda Jorge sintió como una recompensa), se le acercó una mujer que le dijo que alguien quería conocerlo. Al principio el diseñador pensó que era un periodista que le haría un par de preguntas. Pero se equivocó: un hombre descendiente de la familia de Cocteau se acercó para darle las gracias, para decirle que nunca le había gustado una versión de La Bella y la Bestia… Hasta ahora.