Villa Portales
Hito local y continental de la arquitectura moderna, comenzó su construcción en la década del 50, en pleno auge de las políticas públicas de mediados del siglo XX. Eran otros tiempos: en el mundo, los Estados eran los llamados a protagonizar el progreso y a hacerse cargo del bienestar de la población. Si hubo una obra en Chile que fue capaz de cristalizar primero y mejor que ninguna las ideas que se desprendían de aquella matriz, esa fue la Unidad Vecinal Portales, ambicioso y colosal proyecto de bloques de viviendas y que acabaría siendo conocida simple y coloquialmente como Villa Portales.
La obra emplazada en la comuna de Estación Central fue coherente con el papel que en esos años se le otorgaba a la clase media, el estrato en el que se depositaban todas las esperanzas, el segmento que había que fortalecer si es que se quería progresar y que por entonces tenía a la vivienda dentro de sus principales carencias. La encargó y financió la Caja de Empleados Particulares, que cumplía entonces el rol que hoy tienen las AFP, es decir, administraba los fondos previsionales, pero con la salvedad de que además traducían los aportes de sus afiliados en viviendas, siendo la Villa Portales tan sólo una de las tantas obras que impulsó en todo el país.
Nada de esto sería muy importante si es que el proyecto no hubiese tenido finalmente un arquitectura como la que tuvo. Un diseño espacial alabado en incontables ocasiones y todo un referente criollo al momento de hablar de vivienda social, modernismo arquitectónico o las dos cosas juntas. La obra fue proyectada por Carlos Bresciani, Héctor Valdés, Fernando Castillo y Carlos García-Huidobro, arquitectos y miembros de una de las oficinas más prolíficas e importantes de la segunda mitad del siglo XX en el país. Valga decir que tres de ellos, Bresciani, Valdés y Castillo, obtuvieron en distintos momentos el Premio Nacional de Arquitectura.
Este fue un proyecto innovador por diversos y numerosos motivos. Por ser una suerte de isla de 31 hectáreas dentro de la ciudad. Por comprender tanto blocks como casas y vincularlas a través de espacios comunes, como plazuelas y áreas verdes. Por ostentar una ocupación del suelo cercana al 10%, un lujo para la actualidad. Por la amplitud de las viviendas (de 80, 90 m2). Por sus famosos puentes o pasarelas elevadas, pensados no sólo para interconectar a los blocks entre sí, sino también como instancias de paseo y esparcimiento. Y, en general, por lo bien que acopló a la realidad local los principios del estilo arquitectónico que defendía.
Pese a todos sus méritos, puede ser vista también como una obra inconclusa. Sólo la primera etapa, de tres, respondió fielmente a lo que estaba proyectado. Sólo ella gozó de un momento de esplendor (se dice que llegó a ser casi perfecta en sus primeros años, impecable y llena de jardines). Y nunca se realizaron construcciones que en el plano estaban destinadas a servicios comunitarios, como una sede social, un mercado, una iglesia, un jardín infantil y una serie de servicios que los arquitectos consideraron que un conjunto de tal envergadura debía tener. Lo peor, eso sí, vino después. La Caja de Empleados Particulares, que no sólo la construyó sino que también la administraba y mantenía, dejó de existir el año 78, quedando la villa súbitamente descabezada. La dictadura, por otra parte, no le favoreció para nada: fue estigmatizada como un lugar políticamente conflictivo y, además, era vista como un proyecto poco compatible con las políticas públicas del régimen de Pinochet.
Las últimas tres décadas del lugar han estado marcadas por el deterioro y el abandono. Peor: fue perdiendo con el tiempo su esencia. Los días de vida comunitaria insinuaron sepultarse para siempre cuando varios vecinos comenzaron a cercar y enrejar –por seguridad– distintos vasos comunicantes. Abandonó, por un buen rato, su razón de ser: los espacios comunes fueron hostilidad y no comunión. La belleza formal del conjunto se volvió deslucida y triste.
Hay, sin embargo, esperanzas de un futuro mejor. Se han dado pasos, algunos bien importantes. Fue incluida la villa dentro del programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, creado para preservar y proteger vecindades. En el contexto de ese programa se lanzó el año pasado el libro Unidad Vecinal Portales. Arquitectura, identidad y patrimonio. 1955-2010, que reconstruye su historia en base a testimonios de los propios vecinos. Hacia el final, el texto le augura un futuro mejor a la villa, por el fuerte vínculo que sus habitantes tienen con el lugar.
Otra buena señal: el mes pasado, varios vecinos, capacitados por el Minvu, se juntaron a plantar árboles en áreas comunes.
Villa Olímpica
Construida para el mundial del 62, en gran parte para agraciar los alrededores del Estadio Nacional y mostrar una imagen de progreso, la Villa Olímpica de Ñuñoa es uno de los íconos del modernismo y también de la vivienda social en Santiago. Hace dos años fue uno de los 15 proyectos que obtuvieron el Premio Obra Bicentenario, que distinguió a hitos arquitectónicos locales, tales como el también modernista edificio de la Cepal o el edificio del Consorcio General de Seguros. Su conexión con el campeonato de fútbol a la larga terminó siendo más una anécdota que otra cosa. La idea original era ocupar la villa para alojar en ella a muchos turistas y con esas ganancias iniciales abaratar el costo de los departamentos. Nada de eso ocurrió, pues la villa no alcanzó a terminarse antes de que el certamen comenzara.
Pese a dividirse en blocks (son 85), varios están interconectados entre sí a través de puentes, lo que acentúa el carácter comunitario. Lo mismo puede decirse de sus patios y plazas interiores, generosos en espacio, así como el diseño de la circulación al interior de la villa, en donde se prioriza el andar peatonal, el mismo que invita a tener más interacción con los vecinos. Sus edificios de cuatro y cinco pisos se caracterizan por sus fachadas de líneas horizontales y sus ventanas continuas, en concordancia con los postulados de Le Corbusier. El conjunto abarca 28 hectáreas y está ubicado entre las calles Grecia, Marathon, Carlos Dittborn y Lo Encalada.
La actualidad no es un buen momento para la Villa Olímpica, de ícono de la arquitectura de los 60 pasó el último año a convertirse en símbolo de las consecuencias del último terremoto. Si ya el sismo de 1985 en algo le había afectado, el de 2010 le golpeó fuerte: 11 de sus blocks están con problemas serios y sus habitantes se han organizado para reclamarle al Estado más premura en los arreglos y reparaciones que el gobierno en su momento comprometió.
Remodelación San Borja
Veinte edificios componen este conjunto construido el año 1969, para el gobierno de Eduardo Frei Montalva, en la fase crepuscular de la arquitectura moderna, cuando en el mundo ya no gozaba del prestigio que había tenido años antes. Responsable de construirla fue la Corporación de Mejoramiento Urbano, Cormu, institución creada con el objeto de renovar áreas urbanas en deterioro, que resolvió realizar estos edificios de 22 pisos donde estaba antes el antiguo Hospital San Borja, en un área delimitada por las calles Lira, Vicuña Mackenna, Santa Isabel y la Alameda Bernardo O’Higgins. Se pensó en lo privilegiada que era dicha ubicación, con buenos accesos y cerca del centro, y se proyectaron los edificios con una cobertura de suelo de 30%, dejando mucho espacio entre ellos para equipamientos, pasajes, calles y áreas verdes, siendo la más importante el Parque San Borja, que sigue vigente y bien conservado.
Fue concebido como un proyecto para la clase media, regido por muy buenos estándares. Tiene, por ejemplo, su propia planta de agua potable y los edificios están ubicados pensando en no hacerse sombra nunca unos con otros. En la actualidad es uno de los proyectos de esa época mejor conservados y con más vida. Tiene también un cariz universitario, dado a que en medio está la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile y muy cerca, la casa central de la Universidad Católica. Eso sí, el proyecto original era mucho mayor al que terminó realizándose, al punto que puede hablarse perfectamente de una obra inconclusa. Los edificios iban a tener estacionamientos subterráneos y había equipamientos contemplados, como un cine, que nunca llegaron a construirse. Muchos espacios libres adyacentes a los edificios estaban pensados para obras de esparcimiento de los vecinos; como no se construyeron hoy, son objeto de polémicas, los vecinos reclaman que les pertenecen, mientras que la presión inmobiliaria es fuerte.
Algunos espacios de la remodelación han demostrado que pueden ser reutilizados de gran manera, como el taller para artistas que hace poco instaló la galería de arte D21, en la planta baja de la torre 18, la que fuera antiguamente una panadería. Su interiorismo es congruente con las virtudes formales de la obra original y es una manera de reivindicar sus virtudes.
Torres de Tajamar
Al igual que la Unidad Vecinal Portales, las Torres de Tajamar fueron proyectadas por la oficina Bresciani Valdés Castillo Huidobro. El conjunto se compone de cuatro torres y una de ellas, la A, de 28 pisos, fue por más de una década nada menos que el edificio más alto de Chile. Era un proyecto que había que construir en una densidad más alta, dado el costo del terreno entonces de la Avenida Providencia, allí donde termina el Parque Balmaceda. Sus arquitectos han dicho que pretendieron que las torres fueran una suerte de puerta de entrada a los barrios altos de la ciudad. También, que fueran una transición suave hacia el parque, por eso le dieron la espacialidad y disposición que tienen, casi escultórica si se aprecian con distancia.
Por su ubicación, sus costos, no era claramente una vivienda social, o no al menos en el sentido en que los son las otras mencionadas. Fue por muchos años 100% ABC1, pero con el tiempo fue decantando hasta ser un lugar de clase media. En su tiempo innovó no sólo en la altura: fue el primer edificio que combinó oficinas y comercios con viviendas, dado que destinaba los dos primeros pisos a los usos mencionados. También destacó por el espacio interior dejado por las torres, una explanada, una suerte de anfiteatro, amplio e inusual para la época, pensado para la vida social de los habitantes, pero también para atender a los transeúntes de Providencia, destinatarios también de sus locales comerciales.
Fue la tensión entre el aspecto comercial y habitacional lo que se dice que deterioró con el tiempo al proyecto. El comercio sencillamente no funcionó como se esperaba y además los vecinos, o buena parte de ellos, no veían con buenos ojos que atrayera a gente que no vivía allí.