Para Marcela Rodríguez Barrena, esta casa tiene un significado mucho más profundo que la simple decoración de los ambientes. “Siempre me gustó esta casa”, recuerda. “Yo vivía muy cerca de aquí y, cuando pasaba, pensaba que era ideal. Con el correr del tiempo, el destino quiso que fuera mía… Si bien la estructura era perfecta, pensé una decoración sobre una estructura moderna, pero que recordara a las villas italianas de una sola planta, con una gran galería en el frente y un color ocre muy especial, con las aberturas de hierro pintadas de color celeste, lo que le da un aire a campiña muy característico”.
Para los interiores, Marcela optó por pintar el hall de entrada y el living en un visón muy claro, que aporta mucha luz junto a los grandes ventanales. Los muebles siguen estos mismos contrastes entre lo clásico y lo moderno: sofá y sillones de gabardina blanca, pisos de baldosas en damero y objetos autóctonos traídos de viajes por el norte de Argentina, Bolivia y Perú.
Es una casa amplia y cómoda, con tres dormitorios en suite y un gran espacio que no es más que el living, con vistas al jardín por ambos lados. Todos los ambientes tienen toques femeninos de Marcela: muchos colores pasteles y telas nobles, como linos, algodones y terciopelos.


Para la cocina-comedor, un carpintero hizo muebles a la medida imitando los antiguos de campo, también en un color celeste pastel, con azulejos blancos y una isla con mesón de granito. Algo parecido pasa con los baños: son como cuadros de época, con pisos y paredes pintadas y enceradas, además de artefactos antiguos de demolición, que le dan un look escénico a cada rincón.
El parque es una maravilla, aunque muy sencillo, con laureles, jazmines del cielo, trepadoras y una ampelopsis de hoja grande que envuelve la casa, dándole movimiento y gracia a la construcción de reminiscencias criollas.
La gran galería hace las veces de terraza. Para ella se eligieron camas de hierro repletas de almohadones en estampados toile de jouy combinados con linos rayados en rojo, una mesa de campo decapada y sillones antiguos, también de hierro, que sirven para almorzar o cenar en el verano.
Es una gran casa, de apariencia grandiosa, pero totalmente relajada y pensada para disfrutar al máximo. “Quería una casa cálida, sin tantos pasillos ni recovecos, que fuera funcional y luminosa, que tuviera una identidad criolla pero integrada a la realidad y usos actuales. La verdad es que la casa se vive al 100%: no tiene ambientes ni piezas sin sentido, todo es funcional y práctico. Si alguna vez soñé con un lugar en el que sentirme cómoda y recibir a los seres queridos, definitivamente soñé con esta misma casa”.
Publicado originalmente en la edición 186.








