Ubicada en lo alto de una colina en Chonchi, en la Isla Grande en Chiloé, la Casa Rode es una casa que es a la vez media y doble. “Media, porque es el encuentro interrumpido entre un cono y un cilindro. Doble, porque la substracción de una forma rectangular en la base de tales figuras genera un par de habitaciones equivalentes en ambos extremos de una secuencia lineal, una dirigida hacia el sol directo y amarillo y la otra hacia el sol indirecto y azul”, explican Mauricio Pezo y Sofía von Ellrichshausen. Desde del sur de Chile, la dupla de arquitectos se ha convertido en referentes internacionales y suman una larga lista de proyectos, charlas, publicaciones y premios.
El encargo llegó a los arquitectos por casualidad. Cuando estaban en Londres, instalando el pabellón de madera en la Royal Academy of Arts, conocieron a un diplomático de carrera, al que le gustó mucho su trabajo y les comentó que tenía un terreno en Chile. “Pensamos que sólo había sido small talk, comentarios aduladores por buenos modales”, cuentan. Pero tiempo después los llamó. Ha sido una de las pocas veces en que el cliente se ha mantenido al margen, aseguran. “En la arquitectura la libertad total no existe, es sólo un matiz de autonomía o responsabilidad. En este caso, por fortuna, nos dejaron a la deriva”, dice Sofía. Del dueño de casa sólo recibieron un boceto, un diagrama sencillo. Sin embargo, ese dibujo les permitió entender la necesidad de tener dos espacios equivalentes pero distanciados entre sí; impulsó la creación de dos piezas en los extremos.


El techo inclinado, hecho de delgadas tejas de alerce, y las paredes en ángulo, logran un gran espacio exterior, un patio que se protege de la lluvia y del viento, al que miran todos los espacios interiores. Además, dos tragaluces circulares permiten que la luz del día entre en la sala de estar y la pieza.
“La casa ocupa una posición dominante sobre un gentil lomaje verde, muy pintoresco y pastoral. Tiene esa belleza idílica que registran las postales del sur. La generosidad del terreno de varias hectáreas entregaba una relación panorámica con el paisaje. Tal vez lo único que hicimos fue confinar ciertas direcciones predominantes. De un modo casi artificioso, casi como un montaje teatral, las perforaciones en los muros seleccionan cuadros parciales, lo suficientemente estrechos en algunos casos como para ser entendidos bajo el mismo lente con el cual un fotógrafo recorta una postal”, comenta Mauricio.


La construcción de 200 metros cuadrados está hecha principalmente con madera nativa. La estructura es de coihue, los tablones del exterior son de canelo y los del interior, de tepa. Son en total 45 marcos rígidos los que están desplegados para formar una estructura que soporta el techo inclinado. “La casa es finalmente un ensamblaje de trozos de madera labrada dispuestos en diferentes texturas y direcciones. Los tablones de la fachada curva, por ejemplo, son traslapos que siguen el cilindro pero que también requieren una deformación en vertical, casi como escamas de pescado. Para instalarlos fue necesario curvarlos con calor, uno por uno, y luego tensarlos in-situ con esfuerzos mecánicos en sus extremos. Esta tediosa factura se repitió al interior, en el cielo curvo del cono, con tablas machihembradas más finas y flexibles”.
Lo que Pezo von Ellrichshausen buscaba con este proyecto era “instaurar la imagen mental de un centro, de una vida alrededor de un exterior a medio contener. A diferencia de una casa de uso permanente, donde las rutinas funcionales caracterizan la domesticidad, en este caso el interior es un refugio que se cierra sobre sí mismo. Pero no es como los refugios de fin de semana, como quien va a media hora a ver el atardecer para luego volver a la rutina diaria. Este es un lugar que se descubre luego de un largo viaje”.
Publicado originalmente en septiembre de 2018.