Arquitectura

Fernanda Canales: cuando lo monumental es un ladrillo

Fernanda Canales es una de las arquitectas más notables de su generación. No sólo es un personaje de la escena actual de la arquitectura mexicana, sino también a nivel mundial. Reconocida por The New York Times como una de las 10 mujeres que están cambiando el panorama del liderazgo en el mundo, se ha consagrado en los últimos años por sus libros, obra e investigación.

En una ciudad de arquitectura monumental como Ciudad De México, con el imponente zócalo que humilla a cualquier plaza del mundo y los rascacielos de avenida Reforma a la altura de la pirámides Aztecas, Fernanda Canales se mantiene serena, con una voz propia que plasma en sus numerosas publicaciones y obra construida.

Comenzó haciendo remodelaciones pensando que si algún día hacía el mejor baño o el mejor closet, podría pasar a algo más interesante, pero después de años de sólo hacer baños y closets se dio cuenta de que iba a seguir haciendo lo mismo. Entonces decidió cambiar por completo y se fue a Barcelona a hacer un master, trabajó con Ignasi Solà Morales y después se fue a Japón a trabajar con Toyo Ito. Regresó a México con más experiencia y decidida a formar su oficina, comenzó a escribir, a publicar en temas de investigación y a hacer proyectos de otra escala. En realidad nunca ha tenido una oficina como tal, lo que sí tiene es una estructura de trabajo que describe como muy pequeña, muy informal, muy improvisada, que le permite brincar entre la investigación, las clases, escribir y hacer proyectos.

Huele a café, es de mañana, Fernanda se mueve de un lugar a otro en la cocina, nos sentamos a desayunar y sirve pastel azteca, una especie de lasaña hecha de tortillas de maíz, pollo, choclo, crema ácida y queso. Viste un sweater blanco y pantalones marrón, lleva el pelo suelto, se ve sencilla y relajada. En mi paso por México para grabar dos series documentales para la plataforma Shelter, tuve la oportunidad de conocerla mejor. 

Estamos en Casa Terreno, la obra que construyó el 2018 para ella y su familia en la Reserva el Peñón, ubicada a dos horas de la ciudad, cerca de Valle de Bravo, el mismo lugar donde está su obra Casa Bruma. Hace poco tuvo COVID y confiesa que aún le cuesta respirar, por ello ha pasado este último tiempo en ese lugar. La casa está hecha de ladrillos y hormigón, con techos abovedados y un patio interior dividido por muros aparentemente paralelos. Fue una construcción difícil, ya que era complicado acceder al terreno y los ladrillos comenzaron a llegar rotos. “Dijimos: bueno, mejor partámoslos completamente, hagámoslos evidentemente rotos y usémoslos de otra manera”. Así se construyeron las celosías, los pavimentos de las terrazas y del patio, tomando la montaña de material que estaba sobrando, volcándola al piso y jugando con eso; una idea sencilla e inteligente. Haber elegido el ladrillo como el material principal genera una continuidad entre piso, muro, celosía y techo que es única. Decidió usar todo el deshecho de ladrillos segura de que con el tiempo iban a envejecer bien. “Mis hijos me decían: mis amigos tienen casa de mármol, ¿por qué a nosotros nos haces una casa de piezas rotas? Por suerte ahora lo entienden y les gusta”, comenta. 

Para Fernanda era importante que ellos participaran del proceso y que la casa se volviera no solo un espacio donde hubiera un cuarto de juego, sino que la casa se volviera un juego y un lugar donde inventar con ella. “Mis hijos se convirtieron en mis críticos de proyectos hasta el día de hoy, ven otras cosas que un ojo más entrenado o con prejuicios no ve”, comenta. La casa genera una interacción entre exterior e interior, haciendo que uno se sienta seguro en medio de la nada y te invita a recorrerla por sus jardines y su techo. Es un proyecto que va cambiando para incorporar usos más creativos o improvisados, cosas que no tienen que ver con un deseo arquitectónico, sino que nacen de otra parte. Formas irregulares como los muros que dividen el patio, que son aparentemente paralelos, pero que si miras desde arriba te das cuenta de que están ligeramente inclinados para crear una sensación de perspectiva. “Se me hacía importante meter ese componente más como de sorpresa que tiene el jardín de Scarpa, donde hay un muro que de pronto se va haciendo como un embudo”. El tema de las formas y escapar de los estilos arquitectónicos es recurrente en su obra.

En su libro Estructuras compartidas, espacios en México, un estudio de 100 años de historia de edificios colectivos de vivienda, cada obra va acompañada de un dibujo que realizó en colaboración con Lanza Atelier. Edificios de hace 100 años o que se terminaron hace un año van dibujados de la misma mano, sin juzgar las fachadas o los estilos propios del arquitecto, viéndolos con un mismo lente y formato. Al leerlo uno tiene la experiencia de poder ver proyectos sin juicios formales o estilísticos. Son 70 ejemplos que se redibujan para tener una lectura del contexto urbano y cómo responden a la ciudad.

En los últimos años una generación de mujeres arquitectas mexicanas ha destacado con su obra a nivel mundial y ella es parte de este grupo. Conversamos sobre ser mujer en un país machista como México y sobre las dificultades que ha tenido que sobrellevar durante su carrera. Confiesa que ha sido privilegiada, que nunca se ha sentido pasada a llevar y que aunque entiende la importancia actual de alzar la voz, tiene una lucha interna con el tema de ser tildada como mujer arquitecta. “Por un lado tengo un interés enorme en estas transformaciones que van de la mano de mujeres, pero por otro ganas de decir que da igual el tema de género y que el trabajo debe ser reconocido por su calidad”.

Su última publicación, Mi casa, tu ciudad. Privacidad en un mundo compartido, es el primer libro que escribe que no es sobre México y que abarca 200 años de un panorama internacional. El libro pone en duda supuestos tan arraigados como que la casa es un lugar de descanso separado del trabajo o para la familia nuclear, que dice “es un invento de masas”. Para ella las casas son espacio público, son parte de la ciudad, conforman el espacio de todos, definen la vida de sus habitantes e incluso de los que viven fuera de ella. “Ya no podemos seguir contemplando las casas como un mundo individual que elige el propietario, sin pensar en las consecuencias públicas”. Cuestiona cómo seguimos replicando los programas de casas diseñadas hace 100 o 200 años hasta el día de hoy, enfatizando en que la casa es el espacio que más ha hecho el ser humano y que por lo tanto es el elemento construido con más repercusiones en el planeta.

Lleva años investigando las vecindades tradicionales del país, una tipología que en México existe desde la época colonial, en donde las casas estaban todas abiertas a un patio central con servicios colectivos, a veces lavanderías comunes o lugares sociales, donde se generaba una importante parte de comercio dentro de las casas. “Se hacía una mezcla entre vivir, trabajar y socializar”. Eran proyectos además para distintos estratos sociales, a veces de vivienda temporal, para migrantes que venían del campo o para extranjeros y que reunían diferentes tipologías de vivienda en un mismo complejo. Fernanda plasma esta investigación en su proyecto Vecindad Monte Albán, un edificio de 24 departamentos que se implanta en dos terrenos perpendiculares que se encuentran en la mitad de la cuadra. Retoma aquí la idea de vecindad precisamente para conectar las dos calles y hacer una especie de corredor interno o de espacio público. “El proyecto contempla patios que dan a este corredor central, todos los departamentos tienen balcones y todos son distintos”. 

Después de haber pasado dos años de pandemia es imposible no preguntar por el futuro y hacia dónde debería ir la arquitectura. Ella cree que el camino es colectivo, desde el trabajo y el cuidado de los hijos, hasta el lavado de ropa. Con tono de preocupación describe la ciudad actual compuesta de torres de quinientos departamentos, donde hay quinientas lavadoras, quinientas licuadoras, quinientas aspiradoras y al menos quinientos coches. “Si hacemos números por cada torre, vivimos en el absurdo más grande, la peor broma y esa es nuestra realidad”. La única salida que ve es que los arquitectos piensen en un tercer formato, que no es la torre de departamentos ni la vivienda unifamiliar en los suburbios, un tercer formato que está por diseñarse. “No hay nada que impida que se hagan mejores casas que las que hicieron nuestros antepasados”, concluye.

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