Ubicada en una subdivisión rural a las afueras de Algarrobo, esta casa proyectada por Iragüen Viñuela Arquitectos nace de un encargo íntimo y claro: construir un hogar cálido y fácil de habitar, donde sus dueños, recién llegados desde Iquique, pudieran recibir a sus hijos, nieta y amigos en un entorno natural que promoviera el encuentro.
“Querían una casa relajada, playera, fácil de habitar, que invitara al encuentro”, cuenta el arquitecto Daniel Iragüen. “Un lugar donde pudieran cocinar, compartir en el comedor, ver películas, escuchar música, contemplar el horizonte y disfrutar de la naturaleza tanto en grupo como en pareja”.


El terreno, ubicado en el margen del loteo y con vistas lejanas hacia una quebrada al sur y el mar al poniente, se presentaba como un entorno caótico, con baja planificación. “Nuestro primer desafío era lograr que la casa armara su propio ambiente, abstraído de los vecinos”, explica Iragüen. Tres árboles existentes se convirtieron en elementos articuladores del proyecto.
La propuesta se resolvió en base a dos volúmenes habitables: una casa principal de un piso, ya construida, y una futura casa de invitados de dos pisos. Ambas se conectan mediante un gran deck de madera que también da acceso a una bodega y encierra un jardín xerófito en torno al pino más grande del terreno. Hacia el sur, una piscina y terrazas acompañan la pendiente de la quebrada; hacia el poniente, otra terraza permite contemplar el atardecer. “Una serie de senderos y escaleras exteriores conectan estos elementos, armando un circuito que permite disfrutar del sitio y la naturaleza”, detalla.
La casa principal se organizó a partir de una planta cuadrada de 13×13 metros, basada en una grilla estructural de 1×1 metros, en una decisión que responde al sistema de construcción elegido: madera laminada prefabricada. “Este sistema nos permitió una estructura ordenada y fácil de construir, además de riqueza y variedad de espacios”, señala el arquitecto.
El corazón del proyecto es un espacio central que cruza la planta de oriente a poniente, intersectado por dos patios semi interiores al norte y al sur. “Desde ese punto se dominan los puntos cardinales, la profundidad total de la casa, del terreno y del paisaje”, explica Iragüen. Los dormitorios se ubican en las esquinas, separados por este vacío central que entrega privacidad y amplitud a la vez.


Lejos de centrar el proyecto únicamente en la vista al mar, la casa se abre a múltiples direcciones. “Las otras vistas tenían su propio valor y eran más permanentes”, afirma. El diseño también aprovechó la brisa marina para activar ventilaciones cruzadas y la luz natural desde todas las orientaciones.
Desde el inicio, el equipo proyectó esta vivienda como una obra prefabricada, con piezas que llegaron como un gran puzzle al lugar. “Disminuimos el tiempo de obra y evitamos errores de interpretación”, comenta Iragüen. Además, los apoyos puntuales y la construcción en seco redujeron el impacto ambiental, en línea con los criterios de sustentabilidad del proyecto.
Más allá de lo técnico, la madera es también un elemento expresivo: está presente en pilares, vigas, diagonales, cubiertas y cerramientos. “El ritmo de la estructura, la textura de la madera y su esbeltez dotan a esta casa de una imagen propia, a la vez racional y cálida”, concluye.