Chaclacayo tradición artesanal

*Publicado originalmente en abril de 2017.

Los dueños de esta particular casa apostaron por Los Cóndores, un área a 35 kilómetros de Lima que tuvo su esplendor durante los años 6o. Para remodelarla, recurrieron a una mezcla de trabajo artesanal peruano con arte contemporáneo. El resultado es una joya que celebra la excelencia creativa de Pery. Desde la época colonial, hasta hoy día.

Los Cóndores es para algunos limeños “the last kept secret”: un lugar a las afueras de Lima donde en pleno invierno limeño hay sol. Se trata de una urbanización que comenzó el arquitecto Augusto Benavides en el año 1945 en una quebrada agreste de piedra granito que con los años se convirtió en un gran jardín con flora propia. “Fueron ingleses en búsqueda de un “country spirit” quienes primero llegaron a hacerse casas a este lugar, a sólo 35 kilómetros de Lima. Hasta los años 60, Los Cóndores fue el secreto mejor guardado de hacendados y la aristocracia limeña”, cuenta el publicista y coleccionista de arte Armando Andrade.

Con una arquitectura neoandina, Benavides pobló la quebrada y remató la cumbre con un emblemático club que fue sede de legendarias fiestas de la sociedad limeña. En los años 70, Los Cóndores fue abandonada tras la reforma agraria y recién recuperada cerca del año 2000. Armando Andrade dice que fue la nostalgia de haber vivido esos años dorados de su niñez la que lo hizo adquirir esta casa en Chaclacayo. “Quisimos redescubrir la luz, los olores, los sonidos y por sobre todo la paz de cuando fuimos niños. Fue esta añoranza de vivir en contacto con el sol, rodeado de tranquilidad y en permanente contacto con la naturaleza, la que nos hizo elegirla”, cuenta.

Armando llegó a Los Cóndores con su familia a los diez años y vivió aquí toda su adolescencia. “Me marcó el sonido del tren, el olor del pasto recién mojado, la presencia de una luz única que te despierta cada amanecer, del silencio nocturno, acompañado de un cielo abierto y estrellado. El amor al campo y a las plantas se establecen conmigo aquí”.

Por eso junto a su señora, Carla Risso, decidieron buscar una casa para volver a Chaclacayo y cuando apareció en venta esta construcción original de Benavides, diseñada en 1948, fue “amor a primera vista”. “Llegar a la ventana de nuestro cuarto definió la decisión de adquirirla”, dice Carla. Para remodelarla eligieron al arquitecto Óscar Borasino. “Él está dotado de una peculiar sensibilidad que siempre le permite estar en equilibrio perfecto cuando se trata de una remodelación entre lo que se debe respetar y lo que se debe modificar”, explica Armando. “Recuerdo esa llamada a Óscar, él tendría que corroborar mi intuición de que la casa tenía el hueso para poder convertirla en una nueva que guardara todo el espíritu de las casas de Benavides y los jardines de la zona que debíamos recuperar”.

La idea era adecuar la casa a las necesidades de la vida moderna. Por eso rediseñaron los interiores, acotaron proporciones y agregaron nuevos materiales convirtiéndola en un espacio actual y contemporáneo. Los Andrade Risso encontraron en esta casa el lugar perfecto para poner parte de su colección de arte: hay piezas tradicionales indígenas y obras de arte contemporáneo. En los muros blancos tras las puertas tradicionales cusqueñas hay trabajos de José Sabogal, Mario Urteaga y Macedonio de la Torre junto a pinturas populares cusqueñas y artes de Fernando de Szyszlo. En la sala se pueden encontrar objetos de diseño de la colección de Elvira Luza y muebles antiquísimos, todos bajo los altos techos de la casa, que fueron uno de los mayores desafíos de la remodelación.

Es que los techos de las casas de la sierra del Perú suelen estar hechos a dos aguas, con barro, quincha y tejas y por su carácter y materialidad precaria hay que cambiarlos cada cuatro años. “Decidimos modernizarlos y hacerlos más sostenibles en el tiempo y en esa transformación perdieron esa textura de la caña visible tan típica de las casas de la zona”, cuenta Armando. En una visita a la Iglesia de Andahuaylillas, en el Cuzco, la pareja encontró la inspiración para resolver el cielo de su casa en Los Cóndores: lo harían de la misma manera como se resolvió cientos de años atrás en esa preciosa iglesia.

“Nuestra amistad con Alfredo López Morales, espectacular retablista ayacuchano, nieto del célebre artista Joaquín López Antay, nos permitió tenerlo en casa por cinco semanas pintando los techos al estilo de Miguel Angel en la Capilla Sixtina”. Una vez sobre el andamio, Alfredo le preguntó: “Sr. Andrade, ¿qué pinto? “ y la respuesta fue: “Alfredo, que tus pinceles vuelquen y dejen salir lo que tienes en el alma… eso hablara por sí solo”. Y así fue. Hoy, esos techos cielos celebran lo mejor del arte tradicional e integran perfectamente bajo su altura lo colonial y lo contemporáneo, el pasado y el presente.

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