Cuando Pablo Guzmán y Andrés Blanco se sientan a dar esta entrevista, traen la energía acumulada de un fin de año que no les ha dado respiro: entre Casa FOA, el montaje de su nueva tienda en el MUT y una agenda que no da tregua. Pablo viste una polera rayada azul y Andrés lleva un chaleco con figuras de colores colgado sobre los hombros; de fondo, una pared naranja oscura, una chimenea casi desbordada de objetos, plantas y figuras, y un escarabajo dorado que asoma entre cuadros y reliquias. En ellos nada es neutro, y se respira maximalismo en cada rincón.
“No hemos tenido tiempo ni de celebrar”, dice Pablo, después de una semana en que la dupla ganó tres primeros lugares: el oro de Casa FOA, y la máxima distinción en los premios Chile Diseño por la tienda del MUT y el interiorismo de una casa en Vichuquén.
El camino previo
Hoy Larry, su tienda, está en el radar del mundo del diseño, pero su origen es mucho más pequeño y orgánico. Antes de Larry, Pablo emprendió con UMA, una tienda en Barrio Italia cuando todavía no era un polo de diseño sino un territorio de talleres mecánicos y casas antiguas.
“Instalarse ahí era una apuesta, pero Alonso de Córdova era impagable y vimos el potencial”, recuerda Pablo. Un día, casi por instinto, le escribió a una revista de decoración y les envió fotos de la tienda. Esa publicación —“La nueva ruta del diseño”— cambió la historia: el barrio se llenó de gente ese mismo fin de semana y el circuito de diseño nació.
En paralelo, Andrés, que estudiaba arquitectura, creó tres muebles bajo una marca nueva: Larry. El nombre venía de su historia familiar: estaba inspirado en sus abuelos, que tuvieron una tienda llamada La Riojana, un clásico que funcionó entre 1930 y 1980 en un edificio de calle Estado. Era una tienda de géneros que ocupaba varios pisos, con un nivel completo dedicado a alfombras y otro a objetos de decoración que, para la época, significaban copas, loza y pequeñas piezas que daban un aire elegante y casi cinematográfico.
Ambos crecieron en casas donde la estética era un idioma cotidiano y en familias en las que el gen de emprender estaba a la vista. Pablo, hijo de un anticuario y una decoradora, pasaba tardes enteras en la tienda de su papá descubriendo tesoros. “Siempre me han gustado las cosas con personalidad y raras. Cuando era niño tenía colección de lo que se te ocurra: robots, cajitas, cosas antiguas. Iba a casa de amigos y me imaginaba botando paredes, agrandando el living, cambiando piezas”, relata.
La semilla de la marca
Al principio Larry era solo eso: una pequeña línea de muebles que convivía con UMA, la tienda que Pablo tenía en Barrio Italia junto a otros socios. Pero la fórmula empezó a cuajar. Con el tiempo, uno de esos socios se fue a vivir a Holanda, llegó la crisis económica y Pablo recibió una oferta para trabajar en Cencosud a cargo de los pisos de decoración de París. Estuvo casi dos años ahí, aprendiendo por dentro el funcionamiento del retail, las tendencias y la lógica de selección de productos. Cuando salió de esa experiencia, la decisión fue clara: cerrar el ciclo de UMA, asociarse con Andrés y apostar todas las fichas por Larry, que dejó de ser solo muebles a pedido para convertirse en tienda de muebles, objetos y diseño.
La pandemia, a diferencia de lo que ocurrió con muchos otros rubros, terminó siendo un impulso para Larry. Tenían página web, pero casi no la usaban. Con las restricciones sanitarias que les impedían funcionar con normalidad, no les quedó otra opción que activar el e-commerce. “Le puse el carrito de compras al sitio y te juro que en una hora ya tenía dos ventas”, recuerda Pablo. “Se vendía más que con la tienda abierta, fue una locura”. Mientras las calles estaban vacías, ellos se arrancaban una vez a la semana al local para embalar pedidos, esperar el camión y despachar. Ese boom les permitió arrendar una casa completa en Barrio Italia y montar la Larry “grande”, con patio, bodega y oficina: la versión más consolidada de la tienda hasta ese momento.
El salto al MUT
Felices en esa casona del barrio Italia, recibieron una oferta difícil de ignorar: instalarse en el Mercado Urbano Tobalaba. Venían diciendo que no a otros centros comerciales, pero esta vez fue distinto. “Entramos y dijimos: oh my God, esto es Nueva York”, cuenta Pablo. El hormigón a la vista, la altura, la mezcla entre ciudad y mercado los convencieron.
Tras tres años de espera —y un pop-up intermedio que iba a durar dos meses y terminó extendiéndose casi un año— finalmente inauguraron su tienda definitiva en el MUT: 180 m² de planta libre, techos altos y una vista privilegiada al barrio El Golf. Ahí ampliaron su oferta: muebles, objetos de decoración, plantas, ropa, alfombras, anteojos, cerámica hecha en Chile y una curatoría de piezas elegidas con la misma mezcla de humor, color y personalidad que los ha acompañado desde el primer Larry de 10 metros cuadrados en Avenida Italia.
Fue un duelo dejar el barrio, reconocen ambos. “Aparte, la onda de Larry tenía que ver con estar en un lugar como ese”, dice Andrés. Para ellos, el proyecto nunca fue pensado como cadena ni como formato masivo. “El MUT nos gustó porque no es un mall tradicional”, explica. Les permitía trabajar con materiales reales, muebles antiguos y ese espíritu que había definido a Larry desde el comienzo. Además, encajaba con su identidad y con su público.
Casa FOA: un bar convertido en capilla
Su propuesta para Casa FOA también marcó un hito. Les tocó decorar el bar de un hotel, un espacio pequeño y de techo bajo. Y desde un chiste —“parece la capilla del colegio”— nació una puesta en escena teatral que les valió el primer lugar del certamen.
Recrearon la arquitectura de una capilla: altar, ábside, columnas, simetría, cortinas que expanden el espacio, santos de yeso dados vuelta “negándose a lo que pasa en el bar” y, al centro, su santo principal: David Bowie.
“Yo no me lo esperaba”, dice Andrés. Pablo se ríe: “Tenía muchas ganas, pero ya me había resignado a que no ganábamos. Y sí ganamos”. Como si fuera poco, esa misma semana recibieron dos noticias más: obtuvieron también los primeros lugares en los premios Chile Diseño, tanto por la tienda del MUT como por la casa de Vichuquén. Tres oros en pocos días. “Fue una locura”, resume Pablo.
La estética de los Larry
Si algo define a Larry es una estética reconocible al instante. Maximalista, ecléctica, emocional y profundamente personal. “No soporto el beige”, dice Pablo entre risas. “Si me piden un living beige, igual les voy a terminar metiendo un cuadro gigante lleno de color”.
Su sello se sostiene en una mezcla muy clara de elementos que se repiten a lo largo de toda la conversación: objetos antiguos conviviendo con arte contemporáneo, el color como lenguaje central, el humor como gesto identitario, una búsqueda consciente de la atemporalidad y, sobre todo, la idea de reciclar y recombinar lo que ya existe, para que la casa se arme con lo que se tiene y con lo vivido.
“Una casa no puede ser una maqueta o un piloto”, dice Andrés. “Tiene que representar a la persona. Por eso lo ecléctico es tan importante: permite que lo nuevo conviva con lo heredado, con lo encontrado”.
Esa coherencia estética hizo que el nombre de su estudio de interiorismo, Guzmán & Blanco, quedara atrás. Hoy, tanto clientes como colegas los llaman simplemente “los Larry”. Un apodo que se instaló solo, porque su estilo es imposible de confundir.









