Encanto maximalista

Un oasis dentro de la ciudad. Así define su dueño este loft que, aunque esta en pleno centro de Santiago, es realmente un lugar para desconectarse. Con herencias y cosas encontradas en ferias y viajes, el espacio tiene mucho que decir.

Andaba en la búsqueda de un loft. Un aviso me llevó a otro, hasta que de repente llegué a esta calle, vi la casa, conocí el barrio y me fascinó la idea. Fue una cosa muy emocional, no lo tenía para nada pensado”, cuenta el dueño de casa, que llegó al barrio Brasil hace poco más de seis años. Claro que en ese entonces, la cosa era bien distinta. La casa –construida en 1925– había sido comprada por una inmobiliaria que la había desmantelado: le habían sacado el parquet, la mayoría de las ventanas (sólo quedaron las que dan a la calle) y hasta las puertas; sólo conservaba un par de detalles originales. Pero el dueño tuvo la visión y decidió armar un proyecto a su medida.

Para lograrlo, llamó al arquitecto Andrés Mekis, quien inmediatamente sintonizó con lo que quería lograr. “Le fascinó el proyecto y me dijo que él sentía que tenía una deuda con la comuna de Santiago, porque su padre (Patricio Mekis) había sido alcalde. Entonces no dudó en tomarlo y la verdad es que fue fantástico todo lo que pudo lograr”, cuenta. Lo que sí tenía la casa era la estructura, hecha en vigas de roble, que decidieron dejar a la vista, para darle un aire más acogedor y campestre. Además, ocuparon las antiguas cañerías de gas para hacer las barandas, agrandaron las ventanas para darle más luz y compraron puertas en demoliciones para mantener el carácter original de la construcción.

Finalmente, en esta gran casa de los años 20, hicieron un pequeño bed and breakfast o, como lo llama su dueño, un “hotel de encanto” –que administra él mismo–, y además el loft que tanto quería. “Siempre he vivido rodeado de muchas cosas, porque me encantan los muebles, las antigüedades; viví en Francia varios años, entonces uno está en contacto con mucha cosa bonita. Y esta vez quería más bien un espacio minimalista, pero me salió absolutamente lo contrario. Ahí me di cuenta que yo no voy en la dirección del minimalismo, sino que absolutamente del maximalismo”, cuenta entre risas. Y es que al entrar al loft uno se encuentra con un mundo: una lámpara de lágrimas heredada de su abuela, un tapiz del siglo XVII que se compró en París colgado del muro, una mesita art decó que compró en los anticuarios de Mapocho, un sofá que restauró completamente, un kilim que se trajo de Estambul, un baúl Louis Vuitton que era de su bisabuelo y cientos de cosas más.

Uno de los temas importantes del loft era agregar espacio de almacenamiento. Y ahí fue el diseñador Cristián Pizarro quien armó una propuesta de clóset y repisas que se mezclan muy bien con la decoración. En los del nivel más bajo, agregaron unas láminas antiguas de arquitectura, para darle onda. También diseñó los muebles de la cocina, que siguen la misma estética. Y en un pequeño balcón interior que está en el nivel más alto, Pizarro diseñó una vitrina donde tienen cabida los miles de tesoros que el dueño de casa ha ido recolectando a lo largo de su vida, en viajes y en ferias.

Lo que le gusta a su dueño de este espacio, es que tiene un aire campestre, que hace olvidar que uno está en Santiago. “Es como estar en un pueblo. Un oasis dentro de la ciudad”, dice. Aquí no se escuchan los autos, y el verde del patio interior sube hasta la terraza, generando un verdadero espacio de desconexión. Por eso, le encanta convidar gente. “Me gusta recibir, invitar, y sobre todo, me gusta mucho cocinar, pero soy terriblemente desordenado”. Por suerte, puede usar la cocina de su bed and breakfast, donde tiene todo el despliegue de ollas y condimentos necesarios para armar una comida a otro nivel, como a él le gusta.

Aunque es un maximalista de corazón –todos los espacios se le hacen chicos–, dice que todavía le bajan unos impulsos de minimalismo. “Me levanto en la noche y empiezo a sacar cosas, pero ya en la mañana las empiezo a poner de nuevo… Y encuentro que todavía puedo seguir poniendo más”, cuenta muerto de la risa. Y es que este espacio es una obra en proceso, “nunca va a estar listo, jamás”, dice. “Cuando viene gente que no ha venido en un par de años, me han dicho: oye, pero este departamento como que ya no lo reconozco. Siempre está todo en constante movimiento. Y eso me encanta”.

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