Diseño

María María: piezas únicas que vienen de lejos

Tras dejar la publicidad y enfrentarse a una pérdida personal, Carolina González creó una tienda de decoración única en Santiago. Hoy, María María es un refugio estético donde cada pieza —traída desde Europa y seleccionada a pulso— refleja una historia, un vínculo y una forma de ver el mundo.

En el origen de esta tienda no hubo un plan de negocios ni una obsesión por las tendencias. Hubo un duelo. Y luego, una pulsión por hacer algo propio, algo bello, algo con sentido. Así nació María María, una tienda de decoración donde cada objeto cuenta una historia y en cada rincón se respira una estética íntima, construida entre recorridos, hallazgos y sensibilidad. Nada en este lugar está por azar: todo fue escogido con el corazón.

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Carolina González, su fundadora, venía del mundo de la publicidad. Había trabajado por años en agencias, con jornadas que terminaban a medianoche, revisando campañas que ya no la entusiasmaban. “Tenía hijas chicas, poco tiempo, y la pega me tenía agotada”, recuerda. Tras la muerte repentina de su hermano menor producto de una negligencia, una indemnización llegó a sus manos. “No sabía qué hacer con eso. Y dije: voy a hacer algo mío”, recuerda. Empezó vendiendo pequeños objetos por Instagram, sin saber si alguien más compartiría su gusto por las miniaturas, lo gráfico, lo afrancesado. “Mi idea era un lugar con puras cosas que a mí me gustan. No sabía si tenía buen gusto o mal gusto, pero sí sabía que no había tanto de eso acá”.

El gusto propio como brújula

Desde el comienzo, Carolina supo que su sensibilidad tenía un sesgo claro: lo parisino, lo artesanal, lo con historia. “Tengo esta cosa con Francia desde siempre. Estudié en la Alianza Francesa, tuve una pareja francesa, viajaba mucho allá. Y sentía que acá todo era muy fome, muy monocromático, muy igual. No entendía por qué no había tiendas con ese tipo de diseño de autor, más bohemio, más raro”.

Así fue construyendo un sello propio, que con los años se volvió reconocible para un público fiel. Hoy, María María tiene contratos de exclusividad con artistas y marcas europeas para representar sus piezas en Chile, e incluso en América Latina. “Me comprometo con los artistas. Les digo: ‘no importa si no me compran al principio, en algún momento lo van a hacer. Y si no resulta nunca, morimos juntos’. Trato de defender su trabajo, evolucionar con ellos”.

Por eso también viaja cuatro veces al año a ferias y talleres, sobre todo en Francia, pero también en Londres o Barcelona. Necesita ver cómo se comportan las marcas allá, si siguen siendo coherentes con su visión. “Me ha pasado que algunas se desarman, cambian de directorio, se van para un lado que ya no me representa. Y ahí les digo: hasta aquí llegamos”.

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Más allá de la estética, lo que distingue a María María es su modelo. No hay stock industrial ni grandes volúmenes. Cada pieza tiene una historia y muchas veces hay solo una unidad. “Mi tienda es lo opuesto a una fábrica de salchichas. El e-commerce para mí es complicado, porque todo es demasiado a pulso. Si compras por la web, recibes un mensaje que te dice: vamos a revisar si hay stock, cuánto se demora, etc. Hay cosas que ni siquiera están en la página porque son únicas”. Esa lógica artesanal no solo le da carácter, también le otorga autenticidad.

Más que una tienda: un universo propio

Un jardín acogedor de cactus, hierbas, olivos y árboles frutales recibe a quienes visitan la tienda. Sus clientas —porque en su mayoría son mujeres— tienen entre 30 y 60 años, muchas son decoradoras, otras simplemente amantes del diseño. La mayoría tiene en común un gusto por lo distinto, por lo no masivo. “En Chile hay mucho miedo al color, al riesgo. Hay mucho lino blanco, mucho gris. Entonces claro, una gran parte del mercado queda fuera. Pero el que se atreve, se vuelve fan”.

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La invitación de Carolina es a salir del lugar común y mirar con otros ojos. De hecho, un hito en la historia de María María fue la participación en el Bazar ED el año pasado, instancia que le dio mucha visibilidad a la tienda y donde quiso jugárselas con algo novedoso y fresco. “Fue una muy buena oportunidad para dar a conocer nuestra forma de hacer las cosas y nuestra mirada sobre la decoración. En lugar de enfocarnos en llevar muchos productos, optamos por una selección acotada de tres marcas y desarrollamos una propuesta botánica, colorida, pensada como una puesta en escena más que como un stand tradicional”, cuenta.

Esa mezcla de riesgo y detalle también ha ido afinando su propia mirada. “Cada salida que tengo, cada casa que visito, la miro con el ojo de la tienda. Pienso si algo me gusta, dónde lo vi, si no lo vi, por qué. Mi gusto ha evolucionado muchísimo. Empecé vendiendo pajaritos y floreritos, y ahora me obsesioné con la iluminación escultórica”. Su madre, que siempre fue la decoradora de la familia, ahora le pide consejos. “Eso me encanta. Me valida un poco también”.

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La tienda física, que ha cambiado de ubicación varias veces, hoy está en un espacio amplio y luminoso en la calle General John O’brien, en Vitacura, donde cada rincón está cuidadosamente armado. Allí, Carolina conversa con clientas, asesora, responde pedidos. Pero también sueña. En el horizonte está la idea de hacer el ejercicio inverso: así como ella ha sido un puente entre el diseño europeo y el público chileno, quiere convertirse en un canal para mostrar lo chileno en Europa. “Me gustaría poder llevar algo chileno distinto, curado por mí, a esos mercados. Me pasa que no encuentro cosas así, y creo que hay algo que mostrar. Sería cerrar un círculo”.

Tal vez por eso insiste en que la tienda también es un poco de su hermano. “Él era muy trabajador, muy bueno. Y cada vez que estoy por tirar la esponja, pasa algo milagroso. Como que me dijera: dale, todavía puedes”. Esa energía que la impulsa está en cada objeto que elige, en cada conversación que sostiene con una clienta, en cada lámpara que decide importar aunque tarde meses en llegar. María María no es solo una tienda linda — aunque lo es— : es una historia que se resiste a desaparecer.

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