Mundos opuestos, Decoración Revista ED

Mundos opuestos

En Santa Cruz, emplazada en un campo de 200 hectáreas, Tomás Andreu y Josefina Urzúa tienen desde 2006 una casa proyectada por Mauricio Leniz. Un lugar relajado y sin protocolos donde dejan atrás el arte y la sofisticación del mundo de las galerías para dedicarse a cosechar uvas, andar a caballo y estar en familia.

Para este 18 de septiembre el panorama será el siguiente: Josefina Urzúa junto a su cuñada y hermana prepararán un asado bajo el enrome quincho de madera que tienen en su campo en Santa Cruz; mientras, su marido, Tomás Andreu, y los hombres del clan más sus hijos se subirán a sus caballos, se pondrán sus sombreros y ponchos y, como cualquier huaso, irán al desfile del pueblo. La fecha es sagrada. Desde que los Urzúa eran chicos se juntan en el fundo de sus papás; hoy cada uno tiene su propia casa en el mismo campo. El vínculo con la zona y su gente es fuerte. Tras el terremoto que botó la mayoría de las construcciones del lugar, incluida la antigua casona, no alcanzaron a pasar ni 10 días cuando los integrantes de esta familia habían conseguido donaciones y los voluntarios necesarios para levantar casas para los lugareños. “Tenemos un vínculo bien fuerte con la gente de acá y existe un afecto que hizo que la reacción fuera rápida para que todos tuvieran un techo”, cuenta Tomás Andreu mientras camina bajo las plantaciones de parrones, con los zapatos embarrados, imagen que poco tiene que ver con el impecable galerista y arquitecto de la Chile. Sin embargo, él confiesa que aunque le encanta lo que hace, no hay nada que le guste más que el campo. “Sueño con poder vivir acá algún día”.

Dominando un enorme parque que colinda con sauces y, más allá, con plantaciones de uva y cerezos y forraje para ganado, está su casa, una construcción rectangular proyectada por Mauricio Léniz en 2006. Josefina también estudió un tiempo arquitectura y ambos estuvieron muy metidos en los planos. Querían que fuera un lugar relajado, sin protocolos, simple y abierto para recibir a la familia y a los amigos. A Tomás le importaba la altura, a Josefina la luz, y esto es evidente en la construcción: con sus muros de hormigón armado y cielos y suelo de madera, la casa mide cinco metros de altura en su parte más alta y los tragaluces se encargan de que, sin importar la hora del día, siempre llegue el sol. El espacio lo llenan muebles de color (el naranjo parece ser un fetiche de la dueña de casa) y algunas obras de arte, como una pintura de Benmayor, un grabado de Lankin y las sillas “retrato” que les hizo la escultora Francisca Núñez. El corredor de cinco metros de ancho es uno de sus lugares favoritos. Ahí pasan las tardes bajo la sombra del alero.

Su forma responde a que originalmente estaba a pocos metros de la casona y se levantaba casi como una extensión de ésta: por eso su altura y su techo de media agua para que, aunque totalmente contemporánea, ambas construcciones compartieran un mismo lenguaje. Tras el terremoto, el adobe de la casona original volvió a la tierra y esta casa quedó como un tren, custodiando el parque que comparten con las otras dos familias.

Aunque duerman en casas separadas, la vida se hace entre primos, hermanos y amigos. Los almuerzos son bajo el quincho que se hizo rescatando materiales de la antigua casona. Cada familia lleva lo suyo y se sientan casi 20 personas en la misma mesa a comer y conversar hasta tarde. En febrero, los Andreu Urzúa se instalan allá. En ese mes la uva está lista para cosecharse y 150 personas llegan a trabajar. Si alguien falla, todos tienen que arremangarse la ropa y partir a ayudar. “Estos niños nacieron arriando vacas, andando a caballo, con gallinas… Y eso les da una relación diferente con la naturaleza”, dice Josefina. La vida de ellos está totalmente nutrida por el arte y por la tierra. Imágenes como una oveja de uñas pintadas paseando por Alonso de Córdova con correa y pastando en la galería son comunes en esta familia cuya vida fluctúa entre mundos tan diferentes y complementarios. Pero si de elegir se trata, la balanza es clara. “Para mis hijos este campo es su lugar en el mundo… Para nosotros, también”.

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