Renacimiento

Luiz Allegretti apenas terminaba de restaurar esta antigua casona del siglo XVIII en el Valle de Colchagua cuando el terremoto del 2010 arrasó con ella. La puso de nuevo en pie, y hoy muestra las cosas que tanto le apasionan: el arte y su viña, Clos Santa Ana.

Desde Volterra, un pueblo en la Toscana italiana, y después de pasar por una hacienda en Brasil además de haber vivido en París, Bruselas y Roma, Luiz Antonio de Gracia Allegretti llegó a nuestro país a cumplir un viejo sueño: formar una viña de pequeña producción y altísima calidad en el Valle de Colchagua.

Compró una antigua casa patronal con muros de adobe, puertas de madera y piso de barro cocido de fines del siglo XVIII en la comuna de Peralillo. Cuando apenas terminaba de restaurarla –porque el tiempo, el descuido y los temblores habían hecho lo suyo–, el terremoto de febrero del 2010 la dejó en el suelo. No hubo rincón que no sufriera las consecuencias de esa noche. Con una paciencia admirable, Allegretti tuvo que empezar todo de nuevo y hoy afina los últimos detalles de esta segunda restauración.

Si bien Luiz estudió Economía más o menos siguiendo la tradición familiar ligada a los negocios, finalmente aprendió Arte en Alemania y se dedicó a la fotografía. Es una persona gozadora, ama la buena mesa, la música, los libros y por sobre todo el arte. A lo largo de los años ha recolectado piezas orientales que van desde el siglo VI a.C. hasta la última dinastía china, pasando por la dinastía Ly de Vietnam, una de las porcelanas más antiguas del mundo. Y aunque el terremoto también dejó su huella en esta colección, Luiz tiene agrupado todo por época o material. Hay una sala de bronces, otra de mármoles mezclada con muebles franceses del siglo XV y otra con pinturas y grabados del “Seicento” italiano. “Tuvimos muchas pérdidas (con el terremoto), hay piezas que todavía aguardan la debida restauración, pero otras que estaban guardadas ahora lucen su belleza. Todo cambió, pero no la atmósfera que tanto me gusta”, comenta el dueño de casa.

La casa es de 4.300 m2 construidos (originalmente era de 8.000 m2) y su lugar favorito es la bodega. Es el espacio donde se hacen y envejecen los vinos y está en una de las zonas más antiguas de la construcción. Dedicado a este proyecto a full, la rutina de Luiz es la de un “contadino” (agricultor en italiano). Se levanta y se acuesta temprano, siguiendo el ritmo del día y las estaciones del año. Clos Santa Ana cuenta sólo con 10.000 plantas, la mayoría carménère. Pero también tiene otras cepas, como malbec, cabernet franc, viognier y pinot noir, con la que planea hacer un espumante. La viña, además de ser orgánica y biodinámica, es cien por ciento trabajada a mano. Desde la plantación hasta el embotellamiento, no hay ninguna máquina. “Todo esta pensado sobre la base de la sensibilidad humana”, explica Luiz, quien lleva cinco años trabajando en el vino que sacará al mercado el próximo año.

Si no está en la viña o en la bodega, se ocupa de los últimos detalles de la restauración y los fines de semana es cuando su casa se llena de amigos. “Ahí es la fiesta”, comenta. Con ellos cocina (como buen italiano, le encantan las pizzas), escucha música y hablan de libros. A pesar de haber vivido en grandes ciudades, el Valle de Colchagua le ha resultado amigable, porque le ha permitido volver a conectarse con la tierra sin dejar de lado el toque cosmopolita: tiene vecinos franceses, ingleses y americanos. “Eso le da un toque muy especial a este valle”, remata.

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