Jardín de Ana María López

Revelación

Escondida entre añosos acer japónicos, muchos arbustos y flores, esta casa a los pies del cerro San Cristóbal es el mundo detrás de la fotógrafa Ana María López. Una mujer que conocemos de cerca, moderna, llena de energía, entusiasta y que refleja su buen ojo y estética en su casa, lugar donde también trabaja.

Es difícil ser objetivo cuando se trata de la casa de una persona tan cercana a esta revista. Pero la verdad es que en este caso no existen las dobles lecturas. Ubicada en el corazón de Pedro de Valdivia Norte, esta construcción no puede ser más linda y un reflejo perfecto de su dueña, la fotógrafa Ana María López.

No era raro que el lugar donde vive fuera una prolongación de su genial personalidad, un verdadero autorretrato de sus casi cuatro décadas de trayectoria. Rodeada de magnolios, floripondios, rosales, mantos de Eva y enormes acer japónicos de más de 100 años, fue construida en 1968 siguiendo las líneas del Bauhaus y Le Corbusier. “Es la casa de mis sueños hecha realidad. Un campito en medio de Providencia, en el centro de todo, pero al mismo tiempo lejos, protegida y donde no se escucha el ruido de la ciudad”, dice.

Y, como muchas de las historias de esta fotógrafa, la de cómo llegó hasta acá no deja de ser anecdótica. Después de vivir más de 20 años “felices” en una casa encaramada entre los cerros de La Pirámide –un lugar que construyó a pulso con un maestro y materiales de demolición, en un terreno precioso y bien silvestre que compartía con su mamá–, un día decidió hacer un cambio en su vida. La verdad es que fue un poco obligado, porque nunca tuvo intención de irse de ese lugar, pero la llegada de la Universidad Mayor al sector y el consecuente ruido, movimiento y miles de autos a la redonda la obligaron a cambiar de idea. “Empecé lentamente y sin apuro a buscar casas. Uno de los barrios que más me gustaba era, precisamente, Pedro de Valdivia Norte, pero no se vendía nada. Varias veces pasé por esta calle y me paraba a mirar esta casa que me encantaba, pero sin ninguna esperanza ya que no estaba a la venta. Hasta que un día, revisando el diario, leí un aviso que decía de una casa en este sector. Llamé y casi no lo pude creer cuando me di cuenta que era justamente esta misma. Yo creo que eran tantas mis ganas de vivir aquí que llamé al destino con mi pensamiento y me resultó”.

Con la firma de la compra en la mano comenzó con los arreglos. Esto, porque la casa había estado deshabitada durante un buen tiempo y estaba muy deteriorada. “Le pedí ayuda a mi amigo el arquitecto Guillermo Acuña para que me asesorara y me hiciera un detalle de lo necesario para dejarla impecable. Con eso claro, le encargué a una de las arquitectas de su oficina que se hiciera cargo del proyecto”.

Por lejos, el espacio que más se remodeló fue la cocina. Se cambiaron los muebles, se instaló una iluminación dirigida, se amplió al unir un espacio que antes era patio de servicio –donde se instaló un comodísimo comedor de diario–, se hicieron lucarnas para que entrara más luz, se trasladó la pieza de servicio a otro sector y se vidrió un muro para dar mayor amplitud.

“Mi idea era que la cocina fuera como un living. Me encanta cocinar y también comer, por lo tanto tenía que ser un lugar que invitara a quedarse. Puse una mesa redonda con sillas, estantes con libros de arte y fotografía, fotos tomadas por mí y jarrones que siempre están con flores. Quedó tan bien hecho que casi no usamos el comedor, incluso cuando tengo invitados”, cuenta.

Otro arreglo importante fue el del dormitorio principal que está en el segundo piso. Ahí subió los techos para dar mayor altura, hizo otro clóset, reacondicionó el baño usando los mismos artefactos que tenía en su antigua casa y le instaló unas puertas correderas con espejos por ambos lados. También armó un sector para trabajar sus fotos, un escritorio con computador, estantes y repisas para sus muchos archivos y libros.

Para decorarla usó los mismos muebles que tiene hace muchos años y que estaban en su antigua casa. Eso sí que algunos los renovó y pintó para darles un look diferente. En el living tiene un sofá Matta que le regaló su mamá junto a otros dos del mismo estilo con fundas blancas que renueva cada cierto tiempo. En los muros hay muchas fotos tomadas por ella durante su carrera, además de un cuadro pintado por su hijo Benjamín. La mesa del comedor se la compró a Luis Fernando Moro y las sillas en Chimbarongo –igual que un juego de terraza– y que ingeniosamente se le ocurrió pintar de negro para darle un look más moderno. A todo esto se suman cuadros de su amiga Sol Correa, varios espejos de diferentes formatos y marcos que ha instalado por todas partes porque, como dice, “son un recurso súper accesible y que llenan de luz y magia los espacios”.

Uno de los últimos proyectos que hizo fue un sofá en obra en una de las esquinas de la terraza. Y a éste se suman varias otras ideas que tiene en mente –como un gran estudio de fotografía en el segundo piso– y que está esperando el momento justo para llevarlas a cabo. “Mi casa es lo máximo. Aquí me siento segura, es un punto de encuentro con mis amigos y mis hijos. Me encanta porque es simple, moderna, tiene espacios amplios, una circulación inteligente y es fácil de mantener. Es como tener un departamento, pero con un gran jardín”.

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