Óptica

Cuando la creatividad es salud: el arte como derecho en la infancia

En un mundo donde el tiempo de pantalla amenaza con volverse la experiencia dominante de la niñez, hablar de arte, juego y creatividad ya no es solo un tema cultural: es una conversación urgente sobre salud y sobre el futuro de nuestros niños. Hoy más que nunca necesitamos volver a defender algo que parece obvio, pero que en la práctica sigue siendo profundamente desigual: lo bello, la imaginación y la creación también son derechos de niños y niñas.

Diversos estudios en neurociencia, psicología y educación coinciden en algo fundamental: el contacto temprano con experiencias artísticas fortalece el desarrollo emocional, la empatía, la capacidad de resolver problemas, la autoestima y la sensación de bienestar. El arte no solo potencia habilidades “creativas”; estructura la manera en que los niños entienden el mundo, se relacionan con otros y elaboran sus emociones. Crear es una forma de pensar, sentir y habitar la realidad.

Sin embargo, en Chile y en gran parte de Latinoamérica, el acceso al arte sigue marcado por una lógica antigua, que lo relega a espacios cerrados y a ciertos grupos sociales. El arte aún parece algo distante, reservado a museos, salas o circuitos especializados. Por eso resulta tan relevante el surgimiento de iniciativas que rompen con esa lógica, llevando el arte desde los espacios institucionales hacia el espacio público, cotidiano y comunitario.

Uno de esos casos es el Festival Nube, que en su última edición volvió a recordarnos algo esencial: el arte no vive solo en los museos, vive en los cuerpos que juegan, en las manos que crean y en las comunidades que se encuentran. “El goce estético en la vida cotidiana debiera ser un derecho, no un privilegio”, es una de sus declaraciones más potentes. Y no es solo un eslogan: todas sus esculturas-juego y experiencias están hechas a partir del desdoblamiento creativo de materiales sencillos, accesibles, los mismos que podríamos encontrar en una casa o en un barrio cualquiera.

Esta visión tiene una consecuencia pedagógica profunda: cuando el arte es cercano, tocable e interactivo, deja de ser observado y comienza a ser vivido. No hay vallas, no hay distancia. Hay niños que trepan, inventan, construyen, se desafían. Hay familias que vuelven a jugar juntas. Hay comunidades que se reconocen a través del acto creativo.

El arte que educa los sentidos

Por eso, una de las apuestas más bellas del Festival Nube es que las personas no sólo participan, sino que se van con una obra creada por ellas mismas. Objetos que fueron compuestos de acuerdo a sus decisiones estéticas y que llegan a transformar el espacio doméstico. El arte deja de ser algo “externo” y se vuelve parte de la experiencia cotidiana.

El enfoque del festival es profundamente contracultural en el sentido que deja de ser para aquellos que “saben” y en cambio propone vivirlo como un ejercicio democrático a través del hacer, al equivocarse, al combinar y probar con el cuerpo y las manos. La imaginación deja de ser una abstracción y se vuelve una experiencia física, compartida, colectiva. Crear junto a otros también enseña a convivir.

Cuando el arte también es salud

Este año, además, el festival puso un énfasis explícito en la salud integral, entendida como un equilibrio entre mundo interior, cuerpo y entorno. No se puede estar bien consigo mismo si no se está bien con otros y si los lugares donde vivimos tampoco lo están. Por eso Nube apuesta por la creatividad como un estado mental que genera bienestar intrínseco pero también como herramienta. La evidencia dice que la creatividad, el liderazgo y la conexión social están intrínsecamente relacionados. El arte en la ciudad y el hecho de que el festival se desarrolle en un parque —como el Parque Padre Hurtado— reconecta a niños y familias con la naturaleza y el espacio público.

Aquí, el arte deja de ser solo experiencia estética para convertirse también en experiencia de cohesión social. Jugar es cuidar. Crear es también una forma de sanar.

Un crecimiento que habla de una necesidad real

Las cifras del Festival Nube 2025 no son solo estadísticas: son el reflejo de una demanda social profunda por experiencias de sentido, encuentro y creatividad. En solo cuatro días, el festival convocó a 4.635 asistentes, provenientes de más de 40 comunas del país. Participaron 23 escuelas, y 2.120 estudiantes accedieron a recorridos pedagógicos gratuitos. 

Este crecimiento sostenido confirma algo clave: las familias, las escuelas y las comunidades están buscando espacios donde la infancia pueda desarrollarse de manera más humana, creativa y saludable.

Tal vez ha llegado el momento de comprender que el arte no es un complemento, ni un lujo: es una necesidad formativa, emocional y social. Con más creatividad, imaginación y  juego, no solo crecen niños más sensibles; crece también una sociedad más empática, más consciente y más sana.

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