Desde muy joven, Mauricio Russo Camhi fue cautivado por el arte del movimiento. A los 13 años, una exposición de Alexander Calder en el Museo de Bellas Artes marcó su futuro: se enamoró de los móviles y comenzó a fabricar los suyos, al principio por el placer de la contemplación, luego como obsequios para sus seres queridos. Este pasatiempo lo acompañó durante su exitosa carrera como ingeniero civil industrial, donde su mente estaba entrenada para los equilibrios, pesos y mediciones.
Fue tras finalizar su periodo laboral formal, animado por su hijo, que Mauricio decidió dedicarse casi al 100% a esta pasión. “Mi hijo que vive en Miami me dijo un día: ‘Oye, papá, aquí fui a una galería y hay móviles, pero yo diría que tú los haces mejor'», recuerda entre risas. Así fue como, con más tiempo y convicción, empezó a fabricar móviles con un enfoque artístico profesional, encontrando una respuesta entusiasta por parte del público y del mundo del arte. Hoy, algunas de sus obras cuelgan en lugares como el Teatro Municipal de Santiago, el campus San Joaquín de la Universidad Católica y hasta han sido seleccionadas en subastas de Christie’s.


Su trabajo, profundamente ligado a su formación en ingeniería, requiere una comprensión precisa del equilibrio, el peso y la tensión. Las varillas de acero que utiliza, los tamaños, los ángulos y grosores, todo está cuidadosamente calculado. Sin embargo, la técnica no basta. “Tiene que haber una cuota de intuición creativa y me atrevería a decir que a veces siento que es el móvil mismo el que va guiando la construcción”, dice Russo.
Cada móvil es una obra única. Aunque repita un modelo, ninguna versión es idéntica. “Lo pensé al principio: ‘cuando logre uno, lo replico’. Pero no es tan simple. Cada pieza tiene su propia vida”, explica. De hecho, sus creaciones se desarrollan en series limitadas, y algunas ya han sido descontinuadas para seguir creando otras. Todo lo fabrica él, de principio a fin, sin ayudantes ni moldes. “Ese carácter irrepetible es parte de su valor”.
Uno de los hitos que más recuerda fue la creación de un móvil monumental para la Facultad de Matemáticas de la UC. No solo por el tamaño —más de tres metros de ancho—, sino por el nivel de exigencia simbólica del encargo. “Que me lo pidiera el decano fue una gran responsabilidad, pero también una de las experiencias más lindas que he vivido”, afirma.


El movimiento es el alma de sus piezas, y la luz, junto con las sombras que proyectan, es su cómplice. Por eso, también asesora a sus clientes sobre dónde instalar los móviles, buscando espacios donde puedan respirar y girar con libertad. “Tiene que haber holgura, armonía y un flujo de aire que permita al móvil expresarse en toda su magnitud”.
Convencido de que el acceso al arte debe ser un derecho universal, Russo defiende la idea de “democratizar el arte”: no solo facilitar el acceso a la obra, sino también al artista, a su historia y motivaciones. Con ese mismo espíritu prepara una nueva exposición exclusiva en la Galería ArtLabbé, donde presentará un concepto inédito que promete abrir nuevas lecturas en torno al arte cinético.
Sus obras se pueden comprar en su sitio web.


