Monseñor Mariano Casanova fue un amante de las artes. Culto y viajado, admiraba las construcciones europeas tanto como a sus artistas, pero sobre todo el valor que sus contemporáneos le daban a ellas. No lograba entender que en Chile pasara lo contrario, que edificios importantes, sobre todo los de la Iglesia, estuvieran en mal estado y no contaran con recursos permanentes para su conservación. Por eso, cuando fue nombrado arzobispo, una de las primeras cosas que hizo fue crear una oficina de arquitectura eclesiástica que velara por los inmuebles de la Iglesia. La remodelación de la Catedral en 1890 fue su primera gran obra en este rubro, pero hay otra mucho menos conocida e igualmente valiosa en términos patrimoniales: la habilitación de la capilla del Palacio del Arzobispado.
El Palacio, nueva sede del Arzobispado, está a continuación de la Catedral, enfrentando la Plaza de Armas, y su origen se remonta a Pedro de Valdivia, quien al fundar la ciudad destinó este espacio para la construcción de una iglesia y la casa del párroco. A medida que el país cobró importancia y Roma nombró a Santiago como diócesis, la iglesia se transformó en Catedral y la casa en la sede donde viviría el obispo y funcionaría su administración. El tiempo, la falta de recursos y los terremotos hicieron lo suyo y el edificio original se tuvo que demoler y volver a construir a mediados del siglo XIX, suspendiéndose las obras en varias ocasiones. Al asumir Mariano Casanova, en 1886, reinició los arreglos y además habilitó la capilla para su uso personal. Con un innegable buen gusto, y según la información con la que se cuenta a la fecha, contrató a los mejores arquitectos y artistas, como Pedro León Carmona y los italianos Aristodemo Lattanzi y Saverio Morra, y junto a ellos supo ver en todas las superficies disponibles una oportunidad para reafirmar la identidad católica… no hubo espacio que no se aprovechara artísticamente.
Al pasar el tiempo, la capilla se empezó a usar para ceremonias como bautizos y matrimonios. En los 60 la Sede Arzobispal se trasladó a su ubicación actual en la calle Erasmo Escala y comenzó un proceso de deterioro debido al desuso, que se hizo total una vez que la Vicaría de la Solidaridad dejó las dependencias en los años 90.
El trabajo de conservación
El arquitecto Gonzalo Donoso fue uno de los primeros en reconocer la importancia de realizar un trabajo para rehabilitar el Palacio. El 2002 dio inicio a un estudio que sólo se materializó el 2011 a petición del Presbítero Rodrigo Tupper, quien asumió la tarea de liderarlo. El proyecto contempló también la conservación de la capilla, cuya dirección estuvo a cargo de la restauradora Cecilia Beas junto a un gran equipo multidisciplinario.
Varias razones motivaron la decisión: primero, la intención de devolver al Arzobispado a su sede original y luego, el estado crítico de deterioro y su indudable valor patrimonial. Después del terremoto del 2010, la situación se agravó y la intervención se hizo urgente.
El primer paso fue el diagnóstico, que implicó estudios a todo nivel, desde el contexto histórico a los materiales, pasando por las técnicas usadas, los iconos y un largo etcétera, todo apoyado con tecnología de punta.
Luego vino la ejecución. “Se trabajó de manera integrada con la recuperación de soportes estructurales de las pinturas: cielo, muros y pisos. La conservación y restauración de las pinturas fue trabajada in situ, y algunas telas –como el paño central– tuvieron que ser desmontadas, trabajadas en el taller y vueltas a montar. En lo que respecta a la restauración, las lagunas (pérdida de imagen) fueron recuperadas a partir de técnicas reversibles y diferenciables a simple vista, tales como rigatino y puntillismo”, explica Cecilia Beas.
Terminada la etapa de conservación de pinturas y vitrales, se llevó a cabo el proyecto de iluminación, que implicó el desafío de definir la tecnología adecuada que no interviniera en la superficie. “Sin iluminación, sólo con luz natural, es muy difícil ver con claridad las pinturas del cielo y muro, de ahí la necesidad de esta parte del trabajo”, dice Cecilia. El proyecto consideró equipos de iluminación técnica de alta gama, el uso de led y una vida útil de 34 años. También se diseñaron tres distintas escenas lumínicas que pueden ser ajustadas a mayor o menor luminosidad según se requiera. Es importante considerar que no era posible recuperar una iluminación de tipo histórica, con lámparas de época, ya que no hay información que así lo determinara.
Finalmente el proyecto de interiorismo consideró el diseño del presbiterio, ya que la capilla es previa al Concilio Vaticano II, por lo que ese sector estaba reservado al clero y la misa se hacía de espalda a los fieles. El altar fue obra de Mario Ubilla, arquitecto y diseñador de la UC. Si bien no existía un inventario de la capilla, a través de fotos y archivos se logró identificar otros elementos que formaban parte de la ornamentación original. Uno de los que se recuperaron fueron las sillas, lo que no ocurrió con el retablo ni el sagrario. Quizás la mayor falta fue la imagen de la Virgen Inmaculada, una talla policromada de gran factura, que luego de mucho investigar descubrieron que se encontraba en la Catedral Parroquia de Talagante. “En un principio la idea fue recuperarla sin embargo, dado el valor, apego y vinculación que tiene la comunidad con la imagen, se optó por mantener el concepto original y se instaló otra imagen, de la misma advocación, tamaño, proporciones y técnicas”, cuenta la restauradora.
Entrar a la capilla es sobrecogedor y el equipo a cargo de su conservación se siente satisfecho. “Creemos que recuperamos una atmósfera que recupera el pasado con una visión actual y de futuro”, aseguran.