Por Magdalena BockProducción Xavier SanhuezaFotos Ari Maldonado
Publicado el
“Ese es el tipo que se pinta los ojos”, es la frase que salta junto con su nombre. “La historia de mi vida”, confiesa él. Mike Mabes no se pinta, pareciera que sí porque tiene las cejas y las pestañas tupidas y oscuras, pero son de verdad. “De chico era mi trauma, pero ahora me gusta: mi ojo está bien protegido para crear cosas, además me ha servido con las mujeres”, dice mientras su novia Dana, americana, modelo de revistas como Vogue, despampanante, de 1 metro 87, lo mira con cara de amor.
Mike tiene mucho que contar, mitad en inglés, mitad en castellano, se mueve harto, es joven, desborda energía, cuesta seguirle el hilo. Vive en Nueva York, es fotógrafo, pero prefiere denominarse como “un caballero que saca fotos”, porque, aunque es a lo que se dedica en una compañía de Manhattan, cuando lo hace artísticamente no lo produce demasiado, “es más que nada una agenda visual”, una especie de autobiografía, por eso su estética vintage. “Me gusta documentar lo que me pasó, lo que vi, a quién conocí, es una búsqueda constante que me ha llevado a regresar a los lugares de mi infancia”.
Creció en sunga en las playas de Marbella, España, viajó mucho con su papá, que era piloto de un jeque árabe; luego su mamá, María Paz Villegas, de quien heredó su lado más social, lo trajo a Chile un poco obligado. Pasó por la moda skater, break dance, disco, rasta (“le pedía a mi nana que me pusiera miel en el pelo”), se hizo famoso organizando fiestas con DJs y a los 22 años partió a Nueva York con sólo 500 dólares. Aprendió fotografía de los mejores, viajó, maduró, encontró su propio estilo. Ahora, que tiene 30, volvió a nuestro país por primera vez, pero sólo por un mes. Dice que un día va a hacer un film de su vida.