El grupo de turistas santiaguinos, de piel blanca, vestidos con zapatillas y gorros de ala ancha para protegerse del sol, está de pie en un círculo junto a varios andinos-aymara, con su piel tostada y sus ponchos tejidos a telar. Al medio se encuentra un llamo macho con pompones rosados y un manto. El yatiri –maestro de ceremonia aymara– y un cura de sotana negra presiden el ritual. Hacen pasar una bolsa con hojas de coca, todos deben sacar algunas para masticarlas, y debe seguir circulando de forma rápida; entre más vueltas al círculo dé, mejores serán las lluvias del año. Después comienza a pasar de mano en mano una copa de vino, que no se puede tomar sin antes dejarle caer un poco a la Pachamama, ella es la primera en probarlo. A través de este rito que continúa con rezos andinos mezclados con oraciones a Dios, se implora para que la cosecha sea abundante y luego se sacrifica al animal.
Quienes viajan al mundo andino de Arica y Parinacota aún pueden ser parte de estos rituales ancestrales de la cultura aymara; allá todavía se visten con sus trajes típicos, celebran sus fiestas devocionales, conservan su lengua original y tradiciones culinarias, como el charqui de alpaca, la guatia (un cocimiento de papas, humitas, habas y carne en un hoyo en la tierra) o la calapurca (especie de carbonada cocinada con piedras calientes). Este mundo no se limita a Putre, Parinacota o el lago Chungará, sus destinos más turísticos, sino que se extiende a una región que constituye uno de los paisajes culturales más excepcionales de América, llena de historia y tradiciones milenarias. En esta zona trabaja desde 2002 la Fundación Altiplano, la que se ha dedicado a poner en valor todo el patrimonio cultural de los aymaras.
Magdalena Pereira y Cristián Heinsen son un matrimonio y trabajan como directora y director ejecutivo de esta entidad; están a cargo de un equipo de 25 profesionales y 10 maestros especialistas en cantería, adobe, carpintería y arte religioso. Parte de su labor se ha enfocado en restaurar 31 templos andinos de hasta 400 años de antigüedad. Hechos de adobe y con sus muros blancos por la cal, comparten las características del barroco mestizo sur andino y a la vez cada uno es único, ya sea porque está construido sobre un acantilado o junto al lecho de un río, porque tiene un retablo con pan de oro o porque lo custodia una mujer tejedora, heredera de antiguas tradiciones artísticas andinas.
Magdalena y Cristián viven en Arica hace 11 años, pero colaboran en la región desde 1991. Eran unos escolares cuando en su primera visita al altiplano conocieron al misionero Amador Soto, quien les reveló los tesoros patrimoniales de las comunidades andinas y sus muchas necesidades. Tras años de trabajo voluntario, lograron el apoyo de instituciones de peso, desde el Estado a grupos internacionales. Hoy son parte del Legado Bicentenario del Presidente Sebastián Piñera.
Ascenso al pasado
El recorrido que propone la Fundación Altiplano es de tres días y dos noches y comienza en Arica. El ascenso al mundo andino es a través de las cuencas de Vitor y Camarones, un camino que serpentea entre cerros que cambian de color, del café desértico toman un color más verdoso, donde aparecen los primeros cactus Candelabros, que llegan a medir hasta cinco metros de altura.
Estos monumentos solitarios alguna vez abundaron en todo el norte de Chile y hoy quedan en muy pocos lugares porque los usaron como leña y para la construcción. El camino bordea el Gran Cañón de Camarones, con espectaculares acantilados. Se trata de una ruta muy poco transitada que lleva hasta el poblado de Esquiña, a los pies de enormes farellones que hacen de anfiteatro. Después de comer un fresquísimo queso de cabra, seguimos hacia Codpa, la base para recorrer gran parte de la Ruta de las Misiones.
El paisaje que rodea a Codpa es un milagro en medio de la aridez extrema, donde históricamente se han cultivado viñas que producen el vino más antiguo de Chile. Mientras el auto se adentra por sus calles, esquivamos las carpas de miles de ariqueños que han subido para la fiesta de la vendimia que se realiza a comienzos de mayo. En la noche, todo se ilumina, las bandas tocan música andina, la gente baila, miles de personas repletan las angostas vías, todos toman vino en un espectáculo digno de cualquier carnaval.
Al día siguiente, después de visitar el templo restaurado de Guañacagua y los milenarios petroglifos Ofragía, tomamos la ruta hacia la sierra, rumbo a Tignámar Viejo. Tras un exquisito aperitivo andino con queso de cabra, maíz tostado y tunas frescas, seguimos hacia Belén, pasando por Saxámar y Lupica, junto a terrazas donde se conservan cultivos ancestrales de papa, maíz, alfalfa y habas.
Belén es la mayor sorpresa del recorrido, con todo los necesario para ser el nuevo súper destino andino de Chile: buen clima, una comunidad activa y organizada, arquitectura colonial andina con calles empedradas y casas de adobe, vestigios de poblados prehispánicos, dos templos coloniales y restos de un tercero, y su plaza recién remodelada por la Fundación, donde se celebran la legendaria fiesta de Santiago y también el festival de cine Arica Nativa. La Fundación ha implementado el Museo de Arte Religioso y la Posada Candelaria como prototipos para replicar en otros poblados integrantes del circuito.
El tercer día comienza con una visita al poblado de Pachama, ubicado a pocos minutos de Belén. Su fina iglesia con pintura mural es abierta por el mayordomo con máximo respeto y ceremonia. Tras un muy buen almuerzo en alguno de los restoranes de Zapahuira, el día sigue hacia Socoroma, a 3.100 metros sobre el nivel del mar y rodeado de terrazas milenarias, donde se cultiva un orégano único y se preservan algunos de los más valiosos tesoros de patrimonio intangible de Chile: carnavales, pachallampe –una ceremonia comunitaria para la siembra de papas–, patronales –las fiestas del patrono del templo–, corridas de gallo, entre otros. La iglesia de San Francisco fue restaurada y alberga una rica colección de imaginería y bienes culturales. Junto al templo funciona el Taller de Arte de Socoroma, con mujeres capacitadas que restauran los bienes culturales del Plan Iglesias Andinas.
Después de tres días empieza el descenso a Arica, la ciudad de la eterna primavera. Un día permite practicar surf en sus playas, conocer el gran mercado que ofrece productos del valle de Azapa, como las aceitunas de todos colores, y de los países vecinos, mangos, maracuyás y todos los tipos de quínoa. La ciudad aún no es invadida por centros comerciales y tiene una gran calle peatonal. Se puede elegir entre una buena variedad de restoranes.
La experiencia es reveladora en varios sentidos, alejarse de la civilización y adentrarse en el estilo de vida de culturas milenarias. Darse cuenta de la riqueza de este patrimonio que en Chile recién comienza a valorarse, de una u otra manera abre los ojos… Después de tres días en el altiplano, un día de relajo en la playa y un baño de mar en las aguas más tibias de Chile se agradecen, quedan las ganas de volver y descubrir el resto de lo que el altiplano tiene por ofrecer.
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