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Lugar de encuentro

Una de las teorías en torno al nombre de esta ciudad dice que Toronto significa “lugar de encuentro”. Sea o no sea cierto, la verdad es que esa descripción no podría ser más acertada, porque acá se junta gente de todo el mundo, creando una cultura rica, llena de idiomas en las calles y sabores en los restoranes.

Toronto es de esos lugares que están un poco fuera del radar. Cuando uno piensa en grandes ciudades, inmediatamente aparecen Londres, Buenos Aires o Nueva York, pero el centro financiero de Canadá no parece ser tan popular. Yo llegué sin saber mucho qué esperar. Antes de irme había leído harto: que ahí está la CN Tower, la que en algún minuto fue la torre más alta del mundo; que es el lugar donde se celebra cada año el mayor festival cinematográfico, el Toronto International Film Festival y que es uno de los grandes destinos para grabar películas; que era como una pequeña Nueva York; que estaba muy cerca de las Cataratas del Niágara y que la gente era muy, muy amable. Me encontré con uno de los lugares más cosmopolitas que se puedan conocer. De hecho, un 49% de los habitantes de la ciudad no nació en Toronto, así es que la diversidad cultural se ve en todo: desde la moda hasta la cocina.

COMO REYES

La oferta hotelera en la ciudad, sobre todo ahora que se están preparando para los Juegos Panamericanos de 2015, es grande. Hay desde los clásicos, como el Sheraton, el Ritz o el Hilton, hasta hoteles boutique. Yo me quedé en uno de los más antiguos, el Fairmont Royal York, que fue inaugurado en 1929. Lo de Royal en su nombre no es por nada: este es el hotel donde se queda la Reina Isabel II cada vez que visita Toronto, y ahí tiene una suite enorme, con varias piezas, living y sala de reuniones (donde cabe casi el Parlamento entero). El resto de las piezas son más chicas, pero igualmente “reales”.

Una de las gracias del hotel es que ha logrado modernizarse y adaptarse a lo que a la gente le interesa hoy. No sólo las instalaciones fueron remodeladas, también están apostando en la cocina: en el techo de este edificio –que por varios años fue el más alto de Canadá– crearon un huerto orgánico donde cosechan hierbas y verduras para su restorán y también tienen abejas que producen la miel del desayuno.

Además de todas las instalaciones, la gracia de quedarse en el Fairmont es que está a distancias muy caminables de varios de los lugares que hay que visitar. Desde el principal mall del centro, el Eaton Center, hasta el St. Lawrence Market, destino infaltable en el itinerario de cualquier sibarita.

Y si de comer se trata, no se puede dejar de hablar del restorán de moda, el Drake One Fifty, en el sector financiero de la ciudad. Precedido de la buena fama de su hermano el Drake Hotel, aquí se mezcla la buena comida con la buena decoración. Una viva colección de arte se funde con la colorida puesta en escena del londinense Martin Brudnizki… un panorama también para la vista.

 

PURO VERTIGO

Unos días antes de partir me inscribí en el Edge Walk, una caminata extrema que se hace a poco más de 350 metros de altura en la CN Tower, uno de los iconos de la ciudad. Llegué el día pactado y empezaron los nervios. La instrucción se hace en una sala en el primer piso, donde te ponen un enterito rojo nada de sentador, zapatillas especiales, un arnés lleno de amarras y te piden que te saques hasta los aros y anillos. Después de eso, es hora de subir en un ascensor los cientos de metros que te separan de la plataforma. Te amarran del arnés a una estructura que recorre todo el exterior de la torre y llega la hora de partir. Después de tanta instrucción y medida de seguridad (nos revisaron las amarras por lo menos cuatro veces), el susto ya no es tanto. Hasta que uno pone un pie en la plataforma, claro. La idea del Edge Walk es recorrer todo el perímetro de la CN Tower por una especie de terraza sin barandas, y el peak es cuando el instructor hace que uno se pare en el borde, con la mitad de los pies colgando, y se deje caer, para quedar mirando directamente hacia abajo. La sensación es impactante. Además, la vista supera a la de cualquier mirador y es perfecto para tener una idea general de Toronto. Para los que se atrevan a experimentar esta caminata extrema, sólo una advertencia: es necesario reservar con anticipación.

Y si colgarse de un arnés no es lo suyo, pero quiere vivir una experiencia en las alturas, el restorán 360 está pocos metros más abajo del Edge Walk y tiene una comida exquisita. Desde la comodidad de su mesa, puede ver lo mismo que en la caminata: el 360 es giratorio y casi sin darse cuenta uno va recorriendo la ciudad desde las alturas. Mientras disfruta de la entrada con un buen vino –tienen una cava de lo más completa– se ve la inmensidad del lago y las islas y cuando llega la hora del postre la vista ya cambió completamente para transformarse en el skyline ultrapoblado del downtown.

 

PASEOS Y SHOPPING

Como en toda gran ciudad, el shopping es un infaltable como panorama. En general, en Toronto es todo bien cerca, las distancias son caminables y dan ganas de hacerlo, sobre todo cuando uno va en una época en que el clima es agradable y no hay metros de nieve sobre las calles. Muy cerca del Fairmont está uno de los centros comerciales más importantes, el Eaton Center. En este mall se puede encontrar de todo: desde restoranes hasta tiendas, algunas muy canadienses y otras típicas, como Sephora y Victoria’s Secret. Después de recorrer varias zapaterías me di cuenta que hay dos marcas que parece que son infaltables para lograr el estilo “torontiano”: las botas de goma Hunter –las típicas que usan las celebrities en los festivales de música– y los clásicos y noventeros bototos Dr. Martens. Un must, supongo que para soportar el frío del invierno con un poco de estilo.

Para los que prefieren mantenerse alejados de los malls y dedicarse a vitrinear en espacios abiertos, hay un par de barrios que son muy entretenidos de recorrer. Yorkville es uno de ellos. Ahí, entre casitas de ladrillo hay varias tiendas como Anthropologie, Kate Spade, Pottery Barn y Teatro Verde, un lugar lleno de cosas de decoración muy diversas. También hay tiendas más chicas (las mejores son las de papelería) y restoranes. No es el barrio más barato para el shopping, pero aunque no quiera desenfundar la tarjeta de crédito vale la pena darse una vuelta, por lo menos para disfrutar de la arquitectura.

Otro buen panorama es ir al Distillery District, donde se encuentra la mayor colección de arquitectura industrial de la era victoriana de Norteamérica. Fundado en 1832 como una de las mayores destilerías del mundo, en 2003 fue reinaugurado como un barrio lleno de tiendas, cafés, restoranes y galerías de arte. Acá no hay Starbucks ni locales de comida rápida, sólo una muy buena selección de pequeños comercios con propuestas entretenidas. ¿Algunos recomendados? La chocolatería Soma tiene las mejores mezclas, como un toffee con limón y pistacho o chocolates con muchos sabores distintos. Es todo artesanal y se puede ver: la fábrica está ahí mismo, tras un vidrio. Lejos, el mejor lugar para comprar souvenirs si lo que quiere es mantenerse alejado de los imanes con forma de CN Tower. Otro recomendado, aunque poco tiene de canadiense, es el restorán El Catrín, con una propuesta mexicana y mucha onda en las noches. Acá la decoración es linda, mexicana sin ser obvia, y la comida es buena, buena; una muestra más de la multiculturalidad de esta ciudad.

Si lo suyo es la ropa usada y la onda más indie, Kensington Market es el lugar. Acá está lleno de tiendas vintage, vinilos y todo lo que cualquier hipster podría querer.

Y en esta ciudad tan cosmopolita por supuesto que también hay mucho espacio para los foodies. El St. Lawrence Market es uno de los hitos de la ciudad, y es un mercado lleno de tentaciones. Parecido a La Boquería en Barcelona, acá se puede comprar carne, verduras, pasteles y hasta comer un sándwich para descansar durante el recorrido. No es muy grande, pero es fascinante ver la cantidad de cosas que tiene para ofrecer.

Otro buen paseo es cruzar a las Islas de Toronto por el día. Para llegar hay que tomar un ferry, y hay varios recorridos distintos. Nosotros decidimos subirnos al único que estaba a punto de salir y ver dónde llegábamos. ¡Sorpresa! Al bajarnos del ferry y ver el mapa explicativo, estábamos justo al lado de la playa nudista. Ahora, si no es tan fanático de sacarse la ropa, puede ir igual (aunque tiene que estar preparado para un paisaje… desinhibido), porque esta playa acepta también a gente con ropa, es “clothing optional”. Además de la playa hay hartos senderos para recorrer a pie o en bicicleta (muchos locales cruzan en el ferry con sus bicis a cuestas) y muchos espacios verdes perfectos para hacer un picnic con algo comprado en el St. Lawrence Market.

Para terminar el viaje con el mismo tratamiento real con que lo empezó, totalmente recomendado es hacerlo a través de Air Canada. Tienen vuelos directos entre Santiago y Toronto cinco veces a la semana (el vuelo dura 11 horas); y, si es pasajero frecuente de la aerolínea con categoría Elite, Business Class o viajero de la Star Alliance categoría Gold, puede acceder al Maple Leaf Lounge, uno de los mejores vips de aeropuerto. Hay salones para descansar lejos de los celulares y el ruido de los computadores, otras salas destinadas exclusivamente al trabajo, buffet de comidas y tragos, baños con ducha y muchas revistas… Todo lo que uno podría querer justo antes de emprender el regreso a casa.

 

 

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