Puerta al Caribe - Itinerario Revista ED

Puerta al Caribe

Cartagena de Indias está siendo una de las caras más visibles del desarrollo colombiano. Atractiva por su centro colonial, es ahora también punto de partida para los grandes cruceros por el Caribe.

En Cartagena, todo es alegría. Aunque el calor a veces se hace insoportable, los colombianos se las arreglan para ponerle buena cara a todo. Ahora tienen razones de sobra para andar contentos: con las Farc reducidas, la inversión extranjera creció un 17% el año pasado y el país empieza a experimentar un crecimiento sostenido, proyectado en 5% el 2013. Se ve en el pujante barrio Bocagrande, donde están ubicados los hoteles más importantes de la ciudad. Ahí ya está Hilton y pronto se inaugurarán el Hyatt y el Sheraton. Hay obras por todas partes y por eso la zona playera hoy se ve como un Miami en construcción.

Pero el centro sigue siendo el atractivo principal de la ciudad y donde el turismo está más desarrollado. Los intentos del Estado por aumentar la seguridad en la zona han dado sus frutos: hay policías por todas partes, es raro que te roben, no se ven locales asediando a los turistas y las calles están siempre limpias, huelen a coco, mango y granada. La llamada “ciudad amurallada” –que comprende el centro de Cartagena de Indias y que efectivamente está rodeada por una muralla de más de 400 años de antigüedad– expele esa magia que todavía leemos en las novelas de García Márquez.

Realismo mágico

Efectivamente, dicen que el Nobel colombiano se inspiró en Cartagena para dar vida a sus personajes. No es de extrañar. Sus calles angostas, los balcones de las casas, el ambiente cálido y embriagador hacen imposible no pensar en Macondo. Y si de inspiración se trata, cuentan que fue en el Sofitel Santa Clara donde a Gabo se le ocurrió el personaje principal de su novela Del amor y otros demonios (1994). Este hotel está en lo que hace más de 300 años fue el monasterio de las clarisas (de ahí su nombre), edificio que fue declarado en 1984 Patrimonio de la Humanidad. Es por eso que sus muros de adobe siguen siendo los originales y la transformación en hotel en 1991 respetó cada aspecto de la obra original.

Además de ser un referente arquitectónico, el hotel es un lujo. En él alojan personajes de la talla de Bill Gates, y Fernando Botero ha prestado su nombre para denominar a la suite presidencial, la que cuenta, como es de esperar, con varias de sus obras. Con un sector completamente colonial y otro construido después en un estilo más republicano, el Santa Clara tiene además una comida de inspiración francesa exquisita (olvídese del concepto de comida de hotel) y un spa con los mejores tratamientos… cómo será que los más importantes cirujanos plásticos del país mandan a sus pacientes allá a hacer sus tratamientos de recuperación.

El día en Cartagena parte temprano por el calor. ¡Me tocó un matrimonio en la Catedral a las 8 de la mañana! El pobre novio se paseaba con una botella de agua en la mano y recibía a los invitados sin chaqueta ni corbata. Hay lugares clásicos para conocer, como el Palacio de Gobierno, el castillo de San Felipe (fuera de la ciudad amurallada, aunque muy cerca), la Torre del Reloj, el Portal de los Dulces; si tiene poco tiempo, no deje de ir al Palacio de la Inquisición, ubicado al frente de la principal plaza de la ciudad. Es hoy sede del Museo Histórico de Cartagena, y tiene una imponente puerta tallada en piedra caliza, además de un interior precioso y lleno de historia.

Para un café a media mañana, la panadería y pastelería Mila. Buenos sándwiches, brownies, pasteles… está en la Calle de la Iglesia 35-76 (la misma de la Catedral). Y para almorzar o comer, el restorán San Pedro, ubicado justo frente a la iglesia San Pedro Claver, la más antigua de la ciudad. Con una cocina asiática y mediterránea, el pad thai es un lujo y de los postres ni hablar. ¡El flan de coco es increíble!

La noche es quizás lo más entretenido de Cartagena. La temperatura es ideal y por eso uno puede aprovechar de seguir recorriendo, ya sea en los tradicionales coches tirados por caballos (donde uno aprende un poco más de la ciudad) o caminando. La calle Ayos está llena de restoranes, entre ellos uno peruano, La Perla, bien bueno. Otra opción es ir a tomarse algo al Café del Mar, un clásico que está ubicado justo sobre la muralla.

Puro mar

Lo novedoso de Cartagena es que recién se abrió como puerto para cruceros. Por el momento, sólo dos líneas hacen escala ahí, Royal Caribbean y Pullmantur. Esta última es una empresa de origen español que ofrece un itinerario de 7 noches sobre el Monarch, un barco construido en 1991 que tiene una capacidad para 2.700 pasajeros, un casino, cuatro restoranes, discotheque, piscina, bares y un mini duty free; además, el sistema es todo incluido. Con paradas en Oranjestad (Aruba), La Guaira (Venezuela), Willemstad (Curazao) y Colón (Panamá), está dirigido al público latino; la mayoría es colombiana y venezolana. No es un crucero de lujo (la semana a bordo vale entre 1.500 y 2.800 dólares en temporada alta, más el pasaje en avión), pero sí cuenta con un sector vip llamado The Waves. A él pueden entrar quienes alojen en suites o paguen un adicional, lo que es recomendable si quiere evitar a la masa. Ubicado en la proa, tiene una terraza con cómodos sillones para tomar sol, y un living amplio donde se puede comer a cualquier hora. Poquísima gente. ¡Un agrado!

Otro de los aciertos del crucero es su spa, donde los masajes son realmente buenos y novedosos. Recomiendo el que se hace con palos de bambú calientes, ideal para descontracturar.

El destino más lindo del viaje es sin duda Curazao. Parte de las Antillas holandesas, es una isla ubicada al norte de Venezuela. Agua transparente, arena blanca… todo lo que uno tiene en mente cuando piensa en el Caribe está ahí. Pero hay más: la influencia europea se mantiene firme y eso se ve no sólo en las vitrinas, que lucen con orgullo fotos de Guillermo y Máxima, los nuevos reyes holandeses, sino también en la arquitectura. Willemstad, la capital, tiene un centro colonial colorido, lleno de cafés y restoranes que dan a la bahía. A él se llega cruzando un puente peatonal móvil que funciona con una precisión impresionante. Una alarma avisa su apertura y cierre para el paso de los barcos; en el intertanto, el cruce del canal se puede hacer a través de ferrys que son gratis. Un poco de artesanía y otro tanto de buenas tiendas internacionales hacen más interesante el paseo por el centro… imposible no tentarse, además que no es caro.

El viaje a bordo del crucero termina para nosotros donde empezó, en Cartagena de Indias. El piso se mueve un poco, y uno no sabe si es por el famoso mareo de tierra o porque la magia de la ciudad vuelve a tener efectos sobre ti.

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