De no ser por un pequeño grupo de civiles, es probable que obras tan trascendentales como La Dama del Armiño de Leonardo da Vinci, por sólo nombrar una, hubieran desaparecido para siempre durante la Segunda Guerra Mundial. Norteamericanos todos, tenían en promedio 40 años, muchos además una familia y un océano de por medio, pero ninguno dudó en ofrecerse a ir al campo de batalla con un propósito que en sí mismo no tenía nada que ver con objetivos tácticos ni las víctimas del Holocausto; su misión era proteger y salvaguardar las miles de obras de arte europeas que eran amenazadas por el saqueo nazi y las mismas tropas aliadas, que sin conciencia alguna bombardeaban lugares históricos. Es gracias a este grupo humano que hoy podemos disfrutar del impresionante paisaje cultural de Europa.
El inicio
Esta titánica tarea fue obra de un grupo de curadores, directores de museos y personalidades ligadas al mundo académico y al arte, que se reunió en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York en vísperas de la Navidad de 1941. El país recién había sufrido el ataque a Pearl Harbour y era imperativo elaborar un plan de contingencia para resguardar los museos norteamericanos en caso de ser invadidos. Comenzaron a trasladar sus colecciones más valiosas al interior.
Por otra parte, estaban conscientes que los museos en Europa llevaban algunos años vacíos y que sus contenidos permanecían ocultos en lugares remotos. Sólo el Louvre evacuó 400 mil piezas en cuestión de semanas. El Hermitage, en San Petersburgo, movió 1,2 millones de artículos. La Mona Lisa fue trasladada seis veces durante la guerra, el David de Miguel Ángel fue escondido en el mismo lugar donde estaba y La Última Cena de Leonardo Da Vinci sobrevivió de milagro a una bomba aliada que aterrizó a unos 80 metros de distancia. 427 museos fueron saqueados o destruidos tan sólo en la Unión Soviética. Ese era parte del panorama.
En lo que respecta al lado nazi, se había creado una agencia, la Einsatzstab Reichleiter Rosenberg o ERR, destinada a robar los tesoros culturales en los países ocupados. Dirigida por Hermann Göring, recorrió los museos de todo el continente y catalogó las obras maestras para saber qué confiscar. La idea era reunirlas en el Führermuseum, un complejo de museos que Hitler planeaba construir en su ciudad natal de Linz, en Austria. Si el Führer no había logrado entrar a la Academia de Bellas Artes de Viena para convertirse en artista, al menos tendría la más extensa colección de obras del mundo. Esta edificación, de proporciones monumentales, incluía un teatro, una sala de ópera y un hotel; nunca se construyó.
Los nazis enviaron a Alemania 29.436 vagones de ferrocarril con más de cinco millones de objetos robados sólo en Francia. Cuando fue detenido, Göring tenía más arte en su colección de pinturas europeas que la National Gallery de Washington hoy. Obviamente no sólo saquearon museos.