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Arte

La fragilidad del papel

Hace seis meses el taller de Soledad Urzúa era una especie de laboratorio de química en donde había todo tipo de papeles vegetales, láminas de pan de oro, tintas, pigmentos y acuarelas; y ella, como una alquimista, combinaba estos materiales e inventaba fórmulas para crear colores, texturas, patrones y manchas. Cuando tuvo listos decenas de pliegos, empezó a rajarlos y romperlos, y se dedicó durante otros seis meses a componer a partir de los fragmentos. “Yo era sólo un vehículo. De alguna manera cuando empezaba a mover los papeles y a buscarles la posición el ojo me hacía click y empezaba a armarse por sí solo algo que previamente debió ser”. Así nace Territorios fragmentados, su nueva muestra.

Los 20 collages que componen esta exposición poco tienen que ver con sus trabajos anteriores. Esta vez deja de lado los óleos, las figuras y la tela para comunicar a través del color y la forma. “Quise buscar la esencia, los pedazos, y volver a urdirlos. Cada fragmento por sí solo es inservible, pero al vincularlos se crea un hilo transparente que forma una historia. Y eso es una analogía con la vida”, dice.

Pasaron cuatro años desde su última exposición, tiempo en el que se dedicó a sus hijos, a su proyecto Alma de oveja y a la ONG Víctimas de la Delincuencia. Cuando retomó sus pinceles fue tanto desde una nueva perspectiva de la vida como desde una nueva situación como artista. “Yo también soy fragmentos que al unirlos crean mi historia. Siento que llegando a los cuarenta uno está en otra etapa, los cuestionamientos son diferentes, tienes otra manera de mirar y de enfrentar la vida. Ya soy lo que soy. Vuelvo desde adentro, retomé el hilo real”, cuenta. En esta nueva etapa dejó de sentir la presión de crear obras en las que el interlocutor se relacionara con ellas desde la estética. “En mis cuadros anteriores trataba de plasmar una imagen de alguna manera positiva o bella que le sirviera al espectador, ahora estoy desprejuiciada, esto es en sí mismo”.

Sin importar cuánto cambie su obra, Soledad se declara una colorista y es la manera como maneja el color lo que la caracteriza. Sus padrinos: Rothko y Milton Avery. Mostrando un cuadro con seis tonos de azules diferentes dice: “El óleo, al tener tanta pasta y matices, no me daba la precisión que necesitaba. Quería exigirme más, ser más exacta en las combinaciones. Eso también me lo permitió el collage”.

Saca otro cuadro, en tonos rojos esta vez, y muestra cómo se relaciona un color con otro, cómo cambia el corte de un papel según el lado en el que se rasgue, cómo con dos pedazos se insinúa una cara, cómo se hace un efecto de transparencia… “Con esto se me abrió un portal. Tengo una proyección infinita hacia el futuro. La cabeza no me para de trabajar. Tomé todo y di en el punto. Tengo montones de ideas que ya de alguna manera las estoy asimilando para ver adonde van”. Podría seguir horas hablando de sus collages, pero tiene que ir a buscar a su hijo de tres años. “Estoy fascinada”, dice. Y se nota.

www.soledadurzua.cl

 

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