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Renacimiento

A primera vista no se sabe si es pintura o escultura, pero inmediatamente llama la atención. Este trabajo de Ignacio Muñoz Vicuña, es el resultado de un proceso corto, pero muy intenso, de experimentación y libertad total.

«Como que tuve a la Pascuala y despegué, parece que venía con yapa”, dice Ignacio Muñoz Vicuña. Y es que eso que dicen por ahí, que los hijos vienen con la marraqueta bajo el brazo, en su caso se aplica más que nunca. Desde que nació su hija, hace poco más de un año, la carrera de Ignacio dio un giro. Pese a que llevaba varias exposiciones en el cuerpo y le estaba yendo bien, sentía que le faltaba algo. “Quería desafiarme, hace tiempo estaba buscando algo, una apuesta distinta”, cuenta. Entró al taller Bloc, donde se dedicó a experimentar bajo la tutoría de reconocidos artistas, como Catalina Bauer y Rodrigo Canala.

De esa búsqueda nació su última exposición, Corpóreos, que presentó durante mayo en la galería XS. La muestra reunió 35 obras de pequeño y mediano formato que lo único que tienen en común con su trabajo anterior es el color, algo que nunca ha dejado de lado. Es casi como ver el nacimiento de un nuevo artista. “Lo que me gusta de este trabajo, a diferencia de lo que me pasaba pintando, es que siento que el alcance que puede tener es mucho más grande. Tiene mucho potencial visual y conceptual. Como que me puedo quedar acá un rato, jugando y dentro de los mismos códigos irle dando distintas versiones a la misma obra. Da para harto”, cuenta.

Fueron pequeños hitos, observaciones de la vida cotidiana, las que llevaron a Ignacio por este camino. Le empezó a llamar la atención la cantidad de pasta que usaba para pintar; se fijaba en la pintura que se secaba en sus frascos y en cómo se descascaraba en los bordes; sintió la necesidad de salirse de la tela, como si ésta se lo estuviera pidiendo. “Después fui entendiendo la pintura como si fueran pieles, y el bastidor como un esqueleto. Y desde el minuto en que entendí la relación esqueleto/piel, empecé a armar esto”, cuenta fascinado.

Esta nueva forma de trabajar mezcla sus tres grandes pasiones: arquitectura, arte y gastronomía. Antes de llegar a la pintura, Ignacio estudió cuatro años arquitectura y, mientras estaba en la Escuela de Arte, decidió que, “por si acaso”, iba a estudiar para convertirse en chef profesional. Terminó trabajando en un restorán en Estados Unidos, pero el arte siempre era un tema pendiente. Con Corpóreos logró combinar todos estos conocimientos: “Hay una cosa arquitectónica en cuanto a esto de los esqueletos, al cómo sostener la pintura. También el arte mismo, que es más evidente, y la gastronomía, porque yo preparo mis pinturas, las cocino. Hay un trabajo súper culinario en su factura”.

Tal ha sido el éxito de Corpóreos que la Nine5 gallery de Nueva York le encargó una serie de cuadros inspirados en la misma técnica, que Ignacio tuvo que hacer especialmente, y además le acaban de ofrecer ser sus representantes oficiales. Como su taller es chico, se consiguió una casa abandonada gigante para poder trabajar. Ese fue el lugar perfecto para crear las cinco obras de 2×2 mts. que acaba de mandar a la Nine5, como parte del primer envío. Ahí creó y cocinó sus “telas”, un trabajo lento y que tiene mucho de prueba y error, igual que su trabajo de chef. “Ha sido una constante experimentación, porque no tengo muchos referentes visuales, y eso me gusta. Cuando estás involucrado totalmente con tu obra, teorizas mucho más, investigas mucho más y practicas mucho más; y eso es un placer”.

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