Cuando los dueños de esta casa regresaron a Santiago después de años viviendo en Miami, tenían claro que querían vivir en un lugar que hablara de ellos: que evocara la sensación de una casa en la playa, pero con un sello que estuviera en sintonía con su vida urbana. El encargo llegó a manos de la interiorista María José Martínez, quien tomó como punto de partida la esencia del proyecto: “Ellos querían un espacio súper acogedor, muy cálido y conectado con el mar. A la dueña de casa le encanta el mar, le gustan los colores azules, las texturas livianas y también mantener una cierta elegancia”.
Así comenzó un proceso en el que el interiorismo dialogó desde el inicio con la arquitectura, de la mano del arquitecto Antonio Mundi. El trabajo fue colaborativo desde el primer momento: “Formamos un equipo muy bueno. Hicimos todo en conjunto, desde la selección de materiales y revestimientos hasta la iluminación”, cuenta María José. Y no fue menor: se cambiaron todos los pisos de la casa —incluyendo mármol travertino para las áreas comunes y madera de ingeniería para los dormitorios—, y se mantuvo únicamente un muro de piedra original que delimita el acceso al living. “Era una piedra con mucho carácter, bien viejita. Le hicimos un tratamiento, y aunque a la dueña le producía algo de ruido al principio, sentimos que tenía que quedarse, que era parte del alma de la casa”, dice.
Ese muro se convirtió en el telón de fondo de una gran obra de arte de Fernanda Levin inspirada en el mar. “El living, con esta piedra y la obra que cuelga sobre ella, es el núcleo de la casa. Ahí se concentra todo el carácter y la elegancia que buscábamos, sin dejar de ser un espacio muy acogedor”.
Pero este proyecto no solo se trató de diseño desde cero. Buena parte del desafío fue dar nueva vida a muebles, objetos y obras de arte que los dueños tenían guardados de su etapa en Estados Unidos. “Fuimos a las bodegas con la dueña de casa. Fue como una búsqueda del tesoro. Había cosas que ni siquiera se acordaba que tenía”, recuerda la interiorista. El proceso incluyó levantar medidas, hacer fotomontajes y pensar en la mejor ubicación para cada pieza: “Hubo muchos muebles que tuvimos que adaptar, tapizar o ajustar en proporciones. También diseñamos nuevos, como las mesas de centro del living, que se entrelazan como dos esculturas orgánicas”.


Un requisito que también debía cumplir este encargo fue generar atmósferas y espacios que se adaptaran a los niños de la casa, un punto de encuentro más entre la calidez y la inspiración marina que se buscaba.




La premisa era clara: lograr un equilibrio entre lo nuevo y lo vivido. Crear un ambiente sereno, relajado, con guiños al mar —como las fibras naturales, las maderas claras, las cortinas vaporosas—, pero sin caer en lo evidente. “No queríamos diseñar inspirados en la típica casa de playa. Buscamos hacerle un guiño, sí, pero con sofisticación. Y lo logramos conectando sus historias pasadas con una nueva vida para todos esos objetos que ya tenían un significado”, concluye María José.






