El lago Monreal, en la región de Aysén, se encuentra rodeado por pendientes pronunciadas y riscos que descienden hacia sus aguas profundas. La vegetación predominante es el bosque de lenga, cuyos tonos verdes se transforman en amarillos y rojizos con la llegada del otoño, cambiando por completo la cara del paisaje dependiendo de la estación. De esta naturaleza y contrastes se enamoró una familia extranjera que hace algunos años vive en Chile. Y es precisamente ahí, en la Patagonia, donde quisieron ubicar su segunda vivienda, la que ellos imaginaron como un refugio de montaña.
Ese fue el encargo recibido por Sergio Araneda, arquitecto y director de SAA Arquitectura+Territorio. Con más de 15 años de experiencia en trabajando en el sector, tiene muy claro todo lo que se necesita para que un proyecto así sea exitoso: “Si no se pone energía de todas las partes, ideas así no resultan. El solo hecho de involucrarse en un proyecto en esta zona pide muchas ganas, una importante capacidad de gestión y sobre todo, tiempo. Esto último coincide con la propia vivencia del lugar, porque al final trabajar ahí es un privilegio”.
La relación de los dueños de casa con la Patagonia comenzó hace años a través de la pesca, y desde entonces, el paisaje se transformó en algo especial para ellos. “Como en todos los paisajes en Aysén, hay una vastedad y soledad muy bella. Cuando este tipo de lugares aparecen en tu vida y terminas dedicando el tiempo y energía que yo vi y viví en ellos, lo que se concebía como una segunda vivienda deja de serlo, y se transforma en ese espacio en donde se van a vivir los momentos más importantes”, comenta.
El proyecto se fundamentó en dos conceptos clave: el rescate de la arquitectura tradicional de la región y el mayor cuidado por el suelo. Ambos conjugaron, según explica Sergio Araneda, en realizar una construcción en madera y en los detalles que permitieran hacer levitar el refugio. “Esta decisión llevó a utilizar una estructura completamente de madera de lenga, con un sistema de pilarización tipo caballete que se aligera conforme la casa se eleva, logrando así la sensación de estar suspendida sobre el terreno”, explica.


Levantar una obra en esta región implica superar obstáculos que van más allá de lo técnico. «Hacer arquitectura en Aysén siempre conlleva tres desafíos importantes», explica Araneda. «El primero es el manejo y comunicación con la logística local. Son lugares sin señal a los que cuesta llegar, por tanto las visitas no son tan seguidas, lo que implica que el equipo de construcción, generalmente local, tiene que tener instrucciones claras y precisas». La provisión de materiales es otro reto: «Es más lenta y difícil de lo que se acostumbra en otras zonas del país más comunicadas, por lo que la correcta planificación es fundamental». Finalmente, está el aspecto humano: «Dado el tiempo que toma la obra y las condiciones inhóspitas en las que se trabaja, mantener los niveles de motivación arriba y la buena relación de todas las partes es algo a lo que se necesita dedicar tiempo y energía. Son proyectos que se padecen, en el buen sentido de la palabra, se deja algo en cada uno».
El desarrollo del proyecto contó con la participación de un equipo interdisciplinario que asumió los desafíos de construir en un lugar remoto y sin acceso a servicios básicos. «Además del equipo SAA, quienes desarrollamos el diseño integral del proyecto, trabajamos con el ingeniero Manfred Olea para definir la estructura; un constructor, Hugo Hidd, quien estuvo a cargo de la gestión de la obra; y el equipo de carpinteros de Mauricio Chiguay, quienes trabajaron poniéndole el hombro al clima y a las dificultades de hacer una casa 100% off the grid», detalla Araneda. La iluminación, a cargo de Katerina Jofré, se pensó con un criterio de respeto por el entorno, evitando sobreiluminar. La documentación fotográfica, a cargo de Cristóbal Correa, capturó la esencia del refugio a pesar de la dificultad de su emplazamiento. «Es un proyecto que reunió a un muy buen grupo de personas», afirma.
Este refugio, decorado cuidadosamente por sus dueños, no solo representa una arquitectura adaptada a la Patagonia, sino también un espacio cargado de significado para ellos que refleja su conexión con el lugar. «Construir en la Patagonia implica compromiso, tiempo y dedicación, pero quienes lo logran encuentran en ella un refugio que trasciende lo material», concluye Araneda.