A orillas del río San Pedro, un refugio familiar absolutamente mágico

*Publicado originalmente en enero de 2017.

Hace justo tres años, Carola Concha y Andrés Martínez terminaron la construcción de esta casa a orillas del río San Pedro, un galpón de más de cien años que transformaron para convertirlo en el refugio de toda su familia.

Por lo menos una vez al mes, la decoradora Carola Concha, con su marido, el diseñador y fundador de Árbol de Color, Andrés Martínez, se suben a un bus y parten rumbo a esta casa, a 15 minutos de Panguipulli. Después de viajar toda la noche, llegan a tomar desayuno al lugar que construyeron hace casi 3 años, el “granero”, como lo bautizaron. A los pies del río San Pedro, en un gran terreno que llamaron Carileu, y que comparten con cinco socios, esta familia encontró el lugar perfecto para desconectarse de todo, con una vista increíble y rodeada de un paisaje que, tal como ellos describen, es absolutamente mágico. Llevaban varios años buscando un lugar donde poder construirse una casa, y la idea siempre fue algo “tranquilo, que tuviera un paisaje bien virgen y mucha naturaleza”, cuentan. Es lo que habían vivido en los años que fueron al lago Maihue, y una experiencia que querían continuar para sus hijos y sus nietos. Hasta que un amigo los llevó a este lugar; aunque no lo conocían, la conexión fue inmediata. “Se ven los peces, las aguas limpias, puras, que luego se transforman en una espuma en los pozones… Es un sueño”, dice Andrés. Después de encontrar el terreno, empezó la planificación de la construcción. Andrés, junto a Benjamín, uno de sus hijos que es arquitecto, armó todo un proyecto de casa, con la idea de hacer un espacio que se viera como parte del lugar, que no le quitara protagonismo al paisaje. Cuando ya tenían la idea lista, fueron a conocer el galpón que se estaba construyendo un amigo y ahí se les ocurrió intentar conseguir uno para convertirlo en su casa. Así encontraron uno de más de 100 años que estaba en Nueva Braunau, en la costa de Puerto Varas, y lo trasladaron desarmado, “pieza por pieza, tejuela por tejuela”. En 6 meses, lograron rearmarlo entero de nuevo, y transformarlo en una casa completamente funcional, con piezas para todos los hijos y los nietos, y espacios para disfrutar juntos. Al granero, que originalmente tenía tres pisos, lo dejaron con sólo dos, y el piso lo hicieron de hormigón a la vista. Además, modernizaron el techo y agregaron termopaneles en las ventanas, y con toda la madera que les quedó, aprovecharon de hacer las divisiones para las piezas y los muebles en obra, como los veladores y los vanitorios del baño. En esta construcción nada se perdió, y todo se reutilizó al máximo. “Queríamos aprovechar la tecnología moderna, pero mantener todo el aspecto de un galpón de los colonos, P sin que perdiera su alma. Era también un llamado de atención a preservar nuestra historia”, cuenta el dueño de casa. Y eso se ve apenas uno entra a la casa, a través de un estrecho puente que llega directo al segundo piso. “Andrés enterró el granero, entonces uno entra por una especie de corral y te encuentras con un espacio que te invita a quedarte, a disfrutar. Es lo que nos aleja y nos saca de la rutina. Entramos y nos sentimos en un lugar único”, cuenta Carola. En ese piso está el dormitorio principal y el de invitados, además del living, el comedor y la cocina. Desde ese espacio nace también la escalera que conecta con el primer piso de la casa, donde está el resto de las piezas y un quincho medio abierto y medio cerrado, que les permite disfrutar al aire libre a pesar del clima. Desde el quincho, proyectaron varias pasarelas que van bajando hacia el río, donde crearon un deck para estar más cerca. Durante los veranos, con la casa llena de hijos y nietos, ahí es donde se hace la vida, disfrutando en torno al agua. Otro de los espacios que llama la atención en esta casa es la cocina; “no me preguntes por qué, pero siempre nos quedamos pegados en la cocina”, cuenta Carola, con una sonrisa. Ahí todos los muebles fueron diseñados por el dueño de casa, y son muy simples; la idea era lograr una cocina fácil, donde todo estuviera a la mano y donde todos pudieran participar. Andrés diseñó todos los muebles de fierro, con las puertas cubiertas por metal desplegado, un recurso que permite ver todo lo que hay en el interior. Las cubiertas las hicieron de porcelanato y al medio pusieron una isla, el gran punto de reunión. Para decorar la casa trataron de mantener la simpleza de la construcción, y usaron muchos muebles que ya tenían, además de recuerdos de viajes y algunos que compraron especialmente para el lugar, pero con mucha calma, eligiéndolos con cuidado durante los meses que duró la construcción. “Queríamos este granero rústico, natural y auténtico”, cuenta Carola. Su idea era armar un espacio fácil, donde dieran ganas de quedarse, pero sin grandes pretensiones. Por lo mismo, la iluminación fue clave. “Nuestra idea era construir atmósferas, no iluminar”, dicen. Prueba de eso es la cocina durante la noche: ahí se prenden sólo las lámparas que están sobre la isla y eso es suficiente para darle la onda que tanto les gusta, esa que los hace volver todos los meses, a seguir enamorándose de este lugar.

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