Bien chilena, esta casa de campo ha resistido el paso del tiempo

*Publicada originalmente en septiembre de 2012.

La casa de campo de la familia Rivera en San Clemente ha resistido el paso del tiempo y varios terremotos. Sus habitantes se han preocupado de hacer un trabajo de restauración constante, respetando la arquitectura y estética que eligieron sus antepasados, además de cuidar los miles de recuerdos que dejaron ahí hace más de 140 años.

Esta casa está muy lejos de ser la clásica casita de campo. No sólo por sus 1.800 metros construidos, sino más bien por la cantidad de historia que guarda en cada uno de sus rincones. Rafael Rivera, diseñador de iluminación, cuenta acerca de los inicios de esta casa con el cuidado y precisión de un historiador: todo empezó en 1870, cuando don Bonifacio Vergara Correa, casado con doña Ana Luisa Lois, mandó a construir su casa en el fundo San Luis de Alico, ubicado en la localidad de San Clemente, a unos 20 kilómetros de Talca. Los Rivera llegaron años después, cuando una de las hijas de este matrimonio, Ana Luisa, se casó con Rafael Rivera Lantaño. Una “dinastía” que se mantiene hasta el día de hoy, después de cuatro generaciones, siendo el diseñador el último de sus representantes. De adobe y tejas, de forma rectangular, con un pasillo central y un patio interior, Rafael la describe como una casa estilo “chilena”. Entre comillas, porque a pesar que a grandes rasgos se ve como tal, lo cierto es que hay ciertos aspectos de su arquitectura que salen de los cánones tradicionales, como los techos de casi cinco metros de alto o el gran torreón tipo Georgian. Para decorarla, los Vergara Lois trajeron muebles de Estados Unidos y Europa, y empapelaron cada uno de los once dormitorios y dos livings, mientras que el comedor fue pintado a mano por el italiano Lorenzo Varoli. Trabajo que sigue intacto hasta el día de hoy. El exterior fue tan importante como el interior de la casa: en el parque plantaron robles, alcornoques, cipreses y pinos que rodean una laguna, y para el diseño del jardín –ubicado inmediatamente junto a la casa– llamaron a un experto japonés que plantó rosas y pensó en un complejo sistema de regadío en base a caminos de piedra. Pero las grandes historias no se vivían sólo dentro de la casa, ya que gran parte de la actividad se desarrollaba en los alrededores. Este fundo funcionó por más de cien años como un pequeño pueblo. De su tierra se vivía gracias al cultivo de maíz, trigo y remolacha, y también de la producción de vino. Todos juntos celebraban desde la vendimia hasta las distintas ceremonias religiosas. Como era tradición en esa época, las mujeres se preocupaban de la vida espiritual de todos los inquilinos, quienes, sin excepción, eran bautizados, hacían su primera comunión y se casaban en la capilla familiar. Según Rafael, era una relación de mucho cariño y cercanía. Casi una vida perfecta. Hasta que llegaron los cambios políticos y con ellos, la reforma agraria. Fueron momentos complejos que no dejaron indiferentes a los Rivera y especialmente a su abuelo, quien tenía a cargo el lugar por esos años. Los afectó de tal forma, que terminaron por cerrar las puertas de este fundo por un buen tiempo. No fue hasta que el papá del diseñador tomó las riendas, que la familia volvió al fundo. Aunque nunca más tuvo la misma actividad, sí se preocupó de conservar la casa tal y como estaba desde un principio. Se mantuvieron intactos los muebles, pisos de madera, el empapelado, las baldosas de la entrada principal y los ladrillos de los corredores. El trabajo que aquí se ha hecho ha sido principalmente de restaurar y no de remodelar. Idea que la familia ha conservado a lo largo de los años, incluso después del terremoto del 2010, el más devastador de todos para esta antigua construcción. Aunque no quedó en el suelo, los muros y el tejado se llevaron la peor parte, y fue el diseñador quien se encargó de su reconstrucción. Reconoce que en algún minuto se tentaron con modernizarla o corregir algunos detalles, pero finalmente optaron por dejarla tal como es, con todas sus “imperfecciones”. Su interior tampoco se tocó y menos las reliquias que esta familia guarda de sus antepasados. Fotos, cartas, libros, ropa y maletas llenas de recuerdos están repartidas por cada uno de los dormitorios de esta casa. Recuerdos que esta familia revisa una y otra vez, tratando de entender mejor a los distintos personajes. “Este tipo de casas lo que hace es reunirte con tus raíces. Por ejemplo, no sólo puedo ponerles rostro, sino también darles carácter y personalidad a mis antepasados”. A juicio de Rafael, es una casa “transportadora”, y como familia quieren mantenerla como tal. “Aspiramos a poder entregarle a la siguiente generación las llaves de una casa que en el año 1870 estaba igual… entregarles las llaves de un museo”.

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