Por sus paredes crecen enredaderas y desde la misma tierra nacen los ruibarbos que están en las jardineras hechas con durmientes de coihue. Cerca de la cocina hay todo tipo de especies que pueden servir para hacer platos ricos, como tomates cherry, romero y perejil. Por todos lados hay menta y otras hierbas; y es totalmente transparente. Magdalena Donoso vive hace 11 años en la isla y hace tiempo que la rondaba la idea de una casa invernadero, pero no fue hasta el año pasado que logró construirla para sus papás, Enrique y Bernardita, en un terreno en la Península de
Rilán donde también está su casa y la de su hermana con su marido, Trinidad y Francisco.
Entretenida y muy distinta, la casa está compuesta por dos piezas completamente independientes con sus baños, cada una en un extremo. Para construirla respetaron la pendiente del terreno. Por eso mientras sobre una pieza hay una salita de estar con vista al mar, sobre la otra hay una especie de altillo, como le dicen los dueños, una “carpa de madera”, que es el lugar favorito de los niños. El espacio central es el invernadero. Entre las plantas hay una kitchenet y una mesa para comer, además de un pequeño living alrededor de una cocina a leña. “La idea de dos suites totalmente independientes era que mis papás pudieran disfrutar de su casa invitando amigos y que cada uno contara con un espacio cómodo y privado y se generara el encuentro en este espacio central, donde disfrutas de la vegetación… Es como si estuvieras en el exterior pero más protegido de las inclemencias del clima”, dice Magdalena. Y eso es justamente lo que más le gusta a su mamá: vivir la lluvia y el viento en esta casa, dice, es fascinante.
El diseño es cien por ciento de Magdalena, quien por lo demás es completamente autodidacta. La casa invernadero es una mezcla de sus dos pasiones: el amor por las plantas y por la construcción. Esto último lo heredó de su papá que es constructor, y uno de los más entusiasmados con este proyecto. Pero el resultado no sería el mismo sin la mano del carpintero chilote Víctor Miranda, o Tito, que es su socio. Trabajan juntos hace años y hacen una dupla excepcional. Con el diseño de ella y la ejecución de él, han logrado levantar construcciones únicas y originales que se mantienen fieles al estilo de la isla. A Magdalena esta casa en particular le fascina por la transparencia que lograron y porque “todos los espacios sin excepción participan del invernadero. Adentro de las piezas estás en un espacio acogedor y protegido que mira hacia el invernadero, así nunca pierdes la atmósfera”, explica. Además, le encanta que sea una casa lúdica, goza cuando ve a sus papás entretenidos jardineando.
Así, en un reencuentro con los materiales nobles, que le dan a la construcción robustez y a la vez detalles delicados, pusieron durmientes de coihue directos al suelo y tijerales de ciprés. Los revestimientos por fuera son de tejuelas de alerce certificadas y las piezas y baños por dentro son de mañío.
Desde que tienen la casa (septiembre pasado) Enrique y Bernardita van todavía más a Chiloé. También les gusta prestarla harto, que se aproveche. La decoraron con cosas que han traído de diferentes viajes y con artesanías de la isla, como los cueros de ovejas en el comedor (curtidos por la señora de Don Jorge, un carpintero que trabajó en la construcción) y los canastos que funcionan como cajones en las cómodas de las piezas y cocina. Casi todos los muebles los hicieron en obra. En el verano, la casa se abre hacia una terraza incorporando todo en un solo espacio. Además está conectada con la de su hija Magdalena con una pasarela de madera. Pero lo que sin duda reúne a toda la familia es un fogón con un hot tub donde gozan sus nietos y amigos.
A los dueños de casa lejos lo que más les gusta es la transparencia para admirar los paisajes increíbles que tiene la zona. Se ve el mar, los animales –gallinas, ovejas, pavos y cabritas– y toda la vegetación. Al frente están las islas de Lemuy, Quehui, Chelin y Quinchao, y atrás está la cordillera. Pasan lanchas, barcazas y hasta transatlánticos. Enrique y Bernardita iban a Chiloé para ver a sus hijas, pero al final la mezcla que tiene la isla, entre la vida aislada y la aventura, los capturó todavía más. Bueno eso, y obviamente el invernadero: “nunca antes había visto una casa así”, dice Bernardita.