En un gran galpón de 300 metros cuadrados sin intervenir, donde las paredes no están pintadas y el piso se cubre con alfombras, funciona Las Siete Vidas del Mueble. Un nombre que surgió casi como un juego de palabras—agosto, gatos, muebles que merecen más de una vida— pero que, con los años, se convirtió en una declaración. La tienda, hoy ubicada en el Mercado Urbano Tobalaba, combina muebles antiguos restaurados, piezas de diseño original y objetos cuidadosamente seleccionados, invitando a construir espacios con historia y carácter propio.
La marca nació hace más de una década, cuando la pasión por el diseño y la historia convergieron para el periodista Jaime Navarrete y el arquitecto Jorge Arón. Se conocieron a través de amigos en común, y de ese encuentro nació la idea de armar un negocio juntos. Jaime, con trayectoria en comunicaciones corporativas, había iniciado un hobby particular: la compra de muebles en remates. “Vivía en una casa muy grande en El Arrayán, y la fui llenando con piezas que encontraba en remates”, cuenta.


Jorge, por su parte, traía una sensibilidad innata por el diseño y la restauración de piezas con historia, un interés que lo acompañaba desde niño. La unión de sus visiones dio forma al proyecto: una tienda distinta, sin muebles en serie ni vitrinas impersonales. Un espacio que funciona como galería viviente, donde cada objeto está puesto con intención. “Desde el principio quisimos que fuera una tienda de decoración, no un anticuario. Que las cosas estuvieran bien puestas, para que la gente pudiera imaginar cómo se verían en sus casas”, explican.
El valor de lo imperfecto
Más que una estética, lo que guía a Jorge y Jaime es un principio claro: la nobleza. Para ellos, un mueble antiguo tiene “de 100 años para arriba”, pero su curaduría se extiende a piezas contemporáneas de buena factura y maderas auténticas, evitando aglomerados. En su espacio conviven piezas de distintas épocas y estilos, con un propósito común: que las personas construyan una identidad propia a través de sus espacios. El equilibrio entre lo antiguo y lo moderno, dicen, permite crear una atmósfera única y “genera una identidad que nadie va a tener, solo tu casa. Solo tu espacio”.
La selección de las piezas es casi un arte. Observan y estudian cada mueble en detalle. Si una estructura les interesa, pero el tapiz está pasado de moda, lo reemplazan por lino crudo o felpa, actualizando el diseño sin alterar su esencia. Para ellos, lo que hace valiosa a un objeto no es solo su antigüedad, sino el oficio con que fue hecha, la calidad de sus materiales, sus terminaciones y, sobre todo, la pátina del tiempo: esa huella irremplazable que solo dejan los años. “Puede ser un mueble Luis XV o una silla de campo chilena, da lo mismo. Lo que nos importa es el oficio, la materia prima y la factura”, dice Jorge.
Parte de la propuesta de la tienda es mostrar lo que muchas veces cuesta ver: el valor de lo imperfecto, del objeto que fue hecho a mano, que tiene historia, que no se repite. “Una mesa que fue tallada por alguien con cariño, aunque no sea de diseño fino, tiene un valor. Hay una intención ahí, una dedicación, y eso se nota”, dice Jaime. Para Jorge, ese valor también se reconoce en los detalles: “Uno ve cuándo algo fue hecho en serie y cuándo no. Hay muebles que no son replicables”.
Aunque el lugar tiene un carácter profundamente visual, la experiencia va más allá de la vista. La música, los aromas, la calidez del espacio y la disposición de las piezas están pensadas para generar un ambiente particular. “La gente entra acelerada y le cambia el paso”, dice Jorge. “Empiezan a caminar más lento, a observar. Hay respeto”.




A diferencia de otras tiendas donde el lujo intimida, aquí existe una invitación a la curiosidad. Como expresan sus dueños, a ellos les importa que la gente vea y sienta el valor más allá del atractivo estético. “Nos interesa que las personas descubran, se conecten con lo que les gusta. Después, si quieren saber más, nosotros les contamos la historia del objeto, de dónde viene, cuántos años tiene, qué madera es”. Incluso, notan un creciente interés en las nuevas generaciones, con jóvenes que pasan horas observando y tocando los muebles, demostrando una sensibilidad hacia lo no seriado.
Habitar con identidad
El negocio de Jorge y Jaime es una lucha constante contra la cultura de lo desechable. “La gente se está acostumbrando a que las cosas no duren”, comenta Jaime. Su propuesta está en invertir en piezas que perduren, que puedan ser heredadas o revendidas sin perder su valor. «Es una inversión», afirman. «Porque finalmente la calidad la tienes que pagar. Y el dicho tradicional ‘lo barato sale caro’ en este caso no puede ser más acertado».
Este enfoque se extiende a sus propios diseños. Además de restaurar piezas antiguas, Jorge crea muebles nuevos a pedido, utilizando fierro sólido reciclado en propuestas minimalistas que buscan ser estructuras resistentes pero también ligeras. Sus diseños buscan desafiar la gravedad con la menor cantidad de material posible. “El desafío es lograr una pieza duradera y funcional, pero sin peso excesivo. Hay planos, cálculos, todo tiene que estar muy bien pensado”, dice.


Para estos socios, el objetivo no es vender cualquier cosa, sino contribuir a que las personas encuentren su propio estilo. “No queremos que las casas parezcan museos, pero sí que reflejen la identidad de quienes las habitan. Que no sea todo copiado del vecino”, dice Jorge. “Aquí en Chile, muchas veces la gente tiene miedo a tener un estilo propio. Y eso se nota en cómo decoran”.
Según Jorge y Jaime, el espacio donde se vive es el reflejo de la identidad. Su misión es educar y empoderar a los clientes, ayudándolos a valorar sus espacios y a elegir piezas con alma, rompiendo con la homogeneidad y la obsolescencia programada. En Las Siete Vidas del Mueble, la historia no es un adorno, sino el corazón de cada objeto, esperando para comenzar una nueva vida en un nuevo hogar.





