Tradición familiar

Clásica y acogedora, esta casa en Zapallar parece sacada de un cuento. Para su dueña, mas que un lugar de veraneo, es donde ha pasado la vida junto a su familia y amigos. Se dice que de invierno a verano la casa de los Letelier siempre tiene la luz prendida.

 

En septiembre de 1997 publicamos esta maravillosa casa en Zapallar. Esa vez María Teresa Letelier escribió la historia del lugar donde creció junto a sus padres y sus tres hermanos menores. Era como leer un cuento de la casa encantada del bosque, llena de rincones secretos, noches en familia y aventuras entre los árboles centenarios. Tenían mucha vida de barrio alrededor, desde la panadería de la esquina, donde compraban el pan de molde recién salido del horno, hasta la verdulería y el almacén. Tanto amigos como familiares han pasado los mejores momentos de su vida en esta casa. Por eso, más de uno ha dicho que las luces siempre están prendidas, “es que los Letelier siempre están”.

20 años después los volvemos a buscar y hoy la historia la cuenta su dueña, María Teresa Undurraga, quien habló sobre la casa donde se siguen reuniendo y disfrutando con su familia como el primer día. Ahora hay nietos y la casa se hizo más grande para recibirlos a todos. Los temporales cambiaron un poco el jardín, pero la magnífica vista al cerro La Higuera se mantiene intacta. Confiesa que, a pesar de vivir en Santiago, ella siente que en Zapallar está su lugar.

La construyó hace 32 años y continuó con una tradición familiar que venía de los abuelos de su marido. Recibió la propuesta de hacerla con un sistema térmico canadiense, lo que causó mucho revuelo en esa época por ser una de las primeras del país con esta tecnología. La arquitectura se la encargó a un amigo y usaron el plano de una casa tipo ley Pereira que él tenía en Santiago y que a María Teresa le encantaba.

Su intención era tener un lugar cómodo y funcional para vivir, por eso la casa fue emplazada en un gran terreno en el sector antiguo de Zapallar. Con los años, y la familia creciendo, la casa se amplió. Al comedor, que estaba dentro de la cocina, le hicieron un lugar propio. Al despejar este espacio, conectaron la cocina por medio de una galería vidriada, hacia un nuevo sector.
“Quedó amplio e iluminado” cuenta María Teresa. “La galería conecta con la cocina, y como no hay pared pusimos cortinas de fondo. No las cerramos nunca, excepto cuando mis nietos actúan ahí atrás y lo convierten en un escenario. Cantan, bailan y nosotros sentados desde la cocina los vemos”.

El living es otro centro de reunión; lo ha sido desde siempre. En el invierno y los días de frío prenden la chimenea y durante el verano las ventanas se abren dejando entrar el verde del jardín. Es que la casa, y este espacio en particular, acumula historias de varias generaciones.
María Teresa ocupó blanco en toda la casa, estampados simples y accesorios en tonos pastel. Muchos de los muebles se mantienen idénticos desde que llegaron y las modificaciones han sido mínimas. Siempre muy linda y acogedora, es como si el tiempo no pasara.

Trabajar por años en decoración la hizo muy segura de lo que buscaba lograr, pero admite que decorar para uno mismo es lo más difícil. Define su estilo como libre y cuenta que fue comprando cosa por cosa y que cada detalle, desde el papel mural hasta el género de los cojines, es 100% trabajo de ella. Hace 20 años, su hija decía: “Ella no se apura si de objetos se trata. Porque no busca, sino que encuentra. Porque nada de lo suyo viene listo, todo lo transforma. Son objetos que mi mamá ha ido encontrando por la vida”.

El jardín y la terraza son sus lugares favoritos. Dice que no hay nada más agradable que sentarse ahí a leer durante el día y ver a lo lejos el mar entre los árboles. La piscina, pintada de negro, refleja los arbustos y las flores que la envuelven, dando un efecto de transparencia casi mágico. Aquí, agapantos, amapolas y pinos conviven en armonía. Para ella el jardín siempre ha sido importante, sin embargo, la preocupación de tenerlo lindo es de su marido. Entre los dos lo trabajan y mantienen.

Para los Letelier esta casa es un baúl de recuerdos y lo ha sido por más de 30 años. La Navidad es uno de los imperdibles, como también los cumpleaños. Su hija contaba: “Aquí vemos pasar los meses, las lluvias, los vientos, la luna, los atardeceres y los primeros aromos en flor. Entre las risas y la música, este lugar se ha convertido en centro de reunión y de organización de múltiples paseos de familia y amigos”.

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