Óptica

Arquitectura situada: aprender del territorio y potenciar nuestro capital cultural

Como equipo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad San Sebastián, sede de la Patagonia, nos tocó liderar —junto a Belén Kimderg, de Ancud, y Joaquín Gutiérrez, de Quellón, ambos estudiantes de tercer año— el diseño del Pabellón que representa hoy a la Región de Los Lagos en la Feria Internacional del Libro de Santiago 2025. A este núcleo inicial se sumaron el cuerpo docente del Taller de Tercer Año, egresados y el equipo completo de la escuela, además del soporte técnico de nuestros talleres de fabricación análoga y digital. Por primera vez en la historia de FILSA una región, y no un país, es Invitada de Honor: un gesto que no sólo descentraliza, sino que reconoce la diversidad y el capital cultural del archipiélago austral.

La invitación del Gobierno Regional y de la Seremi de las Culturas abrió un umbral decisivo: pensar un pabellón no como objeto estático, sino como relato arquitectónico sobre quiénes somos, cómo habitamos y qué futuro queremos proyectar desde el sur. El proyecto nace de un vínculo territorial profundo y vivo, articulando equipos públicos, comunitarios y académicos. Su origen —un ejercicio académico distinguido con mención honrosa en el Concurso Nacional CORMA 2025— no es anecdótico: es declaración. Que la arquitectura exhibida en FILSA surja desde un taller universitario expresa nuestra convicción en una formación situada, en que los saberes locales y el arraigo territorial no son decorado, sino fundamento del oficio.

Tres principios estructuran este artefacto arquitectónico. El primero es la industrialización y prefabricación en madera, nuestra materia prima más abundante y culturalmente más significativa. Más de 700 piezas de terciado de 18 milímetros, ensambladas sin clavos ni adhesivos, permiten un montaje limpio, rápido y desmontable. La obra puede viajar, recorrer parques y plazas, volver a levantarse donde haga falta conversación. Su futuro ya proyecta su itinerancia en la red de parques de la Patagonia, en el marco del programa territorial Más Parques, que hemos impulsado por más de una década en alianza con Amigos de los Parques, Rewilding y CONAF.

El segundo principio es la activación urbano-territorial. El pabellón no se instala: actúa. Es un catalizador capaz de activar temporalmente espacios rurales, urbanos o naturales para observar dinámicas sociales antes de diseñar infraestructuras permanentes. Su geometría concéntrica —diez metros de diámetro y vocación de encuentro— es sólo una de muchas configuraciones posibles. El diseño habilita variaciones, adaptaciones y desplegables futuros; así entendemos la arquitectura: como negociación y escucha, no como imposición.

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El tercero es patrimonio. Lo construido en madera chilota es memoria, es técnica y es lengua. Los ensambles sin herrajes, la lógica modular y la geometría estructural dialogan con la carpintería de ribera, los astilleros, las iglesias del archipiélago. No buscamos replicar el pasado, sino metabolizarlo: en Estación Mapocho presentamos una síntesis entre innovación y arraigo, donde la tradición se vuelve plataforma y no frontera. Una región que piensa críticamente, lee con atención y construye futuros desde su identidad material y cultural.

La arquitectura situada, creemos, no es un estilo: es un método. Exige mirar la geografía, escuchar a las comunidades y aceptar que todo proyecto es, antes que forma, conversación. La Patagonia no sólo nos inspira; nos educa. Nos recuerda que el futuro no emerge de grandes gestos, sino de decisiones finas, conscientes y localizadas.

Si algo enseña este pabellón es esto: Chile tiene un capital cultural inmenso y aún no del todo leído por la arquitectura. Para construir bienestar y ciudad desde el sur, necesitamos diseñar con el territorio —no sobre él—. No basta levantar objetos bellos; debemos generar espacios vivos donde una comunidad pueda reconocerse.

Ese es nuestro desafío. Y también nuestra esperanza.

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