Mientras viví en Ciudad de México decidí hacer un viaje por la península de Yucatán, esta vez sin visitar los típicos destinos turísticos como Cancún o Playa del Carmen. Quise aventurarme a conocer pueblos interiores; visitar antiguas haciendas henequeneras que reflejan la época de esplendor de Yucatán en el umbral del siglo XX; nadar en alguno de los centenares de cenotes que se disponen a lo largo y ancho de la península entre ruinas mayas que vislumbran una de las culturas más sofisticadas registradas en la historia; y descansar en las turquesas aguas de las playas de Tulum y Holbox, donde los grandes resorts aún no destruyen el paisaje natural.
El recorrido comenzó en la ciudad de Mérida, conocida como la Ciudad Blanca, capital del estado de Yucatán, famosa por su rica historia maya y poseedora de los sitios arqueológicos más importantes del país. En su centro histórico predomina la Catedral de San Ildefonso, la más antigua de México y que fue construida entre 1561 y 1598 con las piedras de las ruinas de las pirámides y templos mayas, como símbolo del nuevo orden religioso que se imponía. A pocos metros está el famoso Paseo Montejo, donde a lo largo de cinco kilómetros se pueden apreciar las antiguas casonas de la época colonial, que entre tiendas y restoranes llaman al viajero a probar algunos de los sabores de la comida yucateca, famosa por su delicioso resultado de un mestizaje culinario que combina la influencia europea y la maya. Imperdible es probar la sopa de lima, los huevos motuleños, panchucos, o el famoso platillo de la región: el cochinita pibil, que se prepara con carne de cerdo adobada con achiote y envuelta en hojas de plátano. Es común ver carros ambulantes atestados de gente comiendo siempre un taquito, unas marquesitas, crepes rellenas con queso o la tradicional bebida tipo leche malteada hecha con sorbete, llamada champola, ideal para escapar del calor húmedo que hay durante todo el año. Para aquellos a los que les gusta la historia y la arquitectura colonial, al otro lado de la plaza central se encuentra la Casa de Montejo, una construcción del siglo XVI en estilo plateresco. Hoy es un museo auspiciado por la Fundación Banamex. Su fachada es una maravilla que merece ser visitada.
Luego de pasear un día, arrendé un auto para recorrer distintos pueblos cercanos y algunas de las antiguas haciendas que han sido refaccionadas como hoteles de lujo, museos y restoranes. En la época del “oro verde”, a finales del siglo XIX, las haciendas nacieron y vivieron el auge del henequén (también conocido como sisal, es una planta propia de la península). Sin embargo, en la década de 1940, la creación del hilo sintético marcó la decadencia de la industria y con ello, el esplendor de las haciendas de Yucatán. A pocos kilómetros de Mérida se puede visitar la hacienda de Santa Rosa de Lima, Temozón o almorzar en el reconocido restorán de la hacienda de San Pedro Ochil.
A 60 kilómetros al este de Mérida está Izamal, uno de los “pueblos mágicos” más lindos de Yucatán. Sus fachadas amarillas contrastan con el cielo azul y le dan un encanto peculiar a este pueblo colonial fundado a mediados del siglo XVI sobre los vestigios de una ciudad maya. También es conocida como la ciudad de las tres culturas por su influjo cultural del período maya, colonial y actual. Este encantador lugar llama a caminar por cada uno de sus rincones, y visitar el Templo de la Purísima Concepción y el ex Convento de San Antonio de Padua. También es muy lindo recorrerlo en calesa, un tradicional carruaje tirado por caballos.
Un imperdible de Izamal es subir la gran pirámide de Kinich Kakmó para apreciar una inigualable vista de este pueblo amarillo, y comprar algún recuerdo en uno de los mejores lugares para conseguir artesanía yucateca: hamacas, guayaberas, tejidos, etc.
Luego de almorzar en alguna “picada” de la región, seguimos nuestra ruta hacia la ciudad prehispánica de Chichén Itzá, que a finales del período clásico y postclásico fue la capital más sobresaliente del área maya. Esta zona arqueológica, reconocida como una de las siete maravillas del mundo moderno, es un imperdible al momento de visitar Yucatán. La mejor manera de conocer este asombroso lugar es contratar un guía que vaya orientando al turista acerca de la cosmovisión de la cultura maya, su organización y arquitectura. Me tomé el tiempo de caminar y dejarme llevar por la magia de este lugar; escuchar las historia que envuelve a la famosa pirámide de Kukulcán, que a través de un juego de luces y sombras, explica las estaciones, los días, la labor agrícola, así como la representación de la “Serpiente de Pluma”, que durante la jornada equinoccial de marzo y septiembre, desciende por la alfarada de la escalinata principal de la pirámide.
Después de un día muy cansador partí a la ciudad colonial de Valladolid, que encanta por sus coloridos, sus lindas construcciones virreinales y los variados cenotes que la rodean. El mejor hotel para hospedarse es el Coqui Coqui que, junto al de Tulum, es uno de los destinos más elegantes de la península de Yucatán. Este hotel boutique, que a la vez tiene una perfumería de la misma marca, fue creado por la diseñadora Francesca Bonato y su marido arquitecto Nicolás Malleville en el 2003 y es uno de los más exclusivos en los que se puede estar. Su entorno es fantástico. La habitación se ubica en un segundo piso con vista por un lado hacia los techos la ciudad y, hacia el otro, a un jardín tropical con una pequeña piscina y spa. Hay que reservar con bastante anticipación.
En el centro de la ciudad aún se respira un aire colonial provinciano. Vale la pena conocer el antiguo convento de San Bernardo de Siena, construido por los franciscanos a mediados del siglo XVI. También merece ser visitado, al menos para refrescar el calor húmedo de Yucatán, el Cenote Zaci en la mitad de la ciudad. Por mucho tiempo abasteció de agua a la población y hoy es un destino turístico con restoranes y tiendas de artesanías a su alrededor.
No se puede dejar de considerar un descanso en las mejores playas del Caribe mexicano. Elegí dos: Holbox y Tulum, nada turísticas si las comparamos con Cancún y Playa del Carmen. Ahí se mantiene el encanto y armonía con el entorno natural, un turismo ecológico que rechaza en gran parte la presencia de hoteles grandes y masivos, donde el comercio es artesanal y local, y donde los habitantes participan en el desarrollo de un turismo sustentable.
Holbox, que en maya significa “hoyo negro”, es una pequeña isla ubicada en el extremo norte de la península de Yucatán, en el estado de Quintana Roo. Este paraíso mexicano es uno de los pocos lugares a los que sólo se puede acceder en lancha y mantiene un aspecto local que invita al visitante a relajarse. Al estar ubicada en la confluencia de las corrientes del Golfo de México y el Mar Caribe, sus aguas se caracterizan por ser las más ricas en nutrientes de toda la región y, como resultado, tienen una vida marina inigualable y diversa. Allí se puede nadar con tiburones ballenas, ver enormes manta rayas y delfines, lo que por cierto constituye el principal atractivo de los visitantes, sobre todo en los meses de julio y agosto cuando los tiburones ballenas se acercan a las orillas para alimentarse. Holbox sigue siendo un pueblo de pescadores en el que no hay autos ni motos y donde los pequeños hoteles se mimetizan con la arquitectura rural. Lo mejor es alojarse en Casa de las Tortugas y comer alguna de las delicias típicas del lugar como la famosa pizza de langosta en el restorán Edelyn.
Luego atravesé hacia la costa del Caribe para aprovechar los últimos días en la playa de Tulum y visitar las ruinas. Para aquellos que quieran conocer más acerca de la cultura Maya, es recomendable recorrerlo a primera hora en la mañana o en el atardecer cuando la vista es aún mejor, y alojarse en algunos de los hoteles exclusivos como Be Tulum, Coqui Coqui, o en el Papaya Playa Project, que cuenta con variadas cabañas con vista al mar y al jardín, con una infraestructura que se esfuerza por preservar la belleza natural de Tulum. Es la perfecta combinación de playa tranquila, cultura, restoranes y shopping “chic”.