Si en algo coinciden quienes han visitado el hotel Viña Vik en Millahue, al sur de Rancagua, es la espectacularidad de las vistas. Desde la piscina, construida como si estuviera encima de una laguna, a cada una de las 22 habitaciones, pasando por la sala de yoga y el restorán, cada espacio de la construcción da a cerros, viñedos y tranques que reflejan la belleza del campo chileno. El mérito sin duda es de los dueños, Alexander y Carrie Vik, quienes se tomaron su tiempo para elegir muy bien el lugar para producir “el mejor vino del mundo” y luego construir un hotel que permitiera a sus visitantes tener una experiencia de lujo en medio de la naturaleza.
La arquitectura estuvo a cargo del uruguayo Marcelo Daglio, quien trabajó codo a codo con los dueños de Viña Vik para diseñar un edificio que permitiera aprovechar al máximo el paisaje. Pensado como un cubo de cristal, la luz entra por todos lados, entregando una atmósfera clara, limpia y cálida a la vez. Pero a pesar de que desde dentro uno siente que está casi internado en los cerros, basta poner un pie fuera para saber que se está frente a una construcción que no tiene ninguna intención de fundirse con la geografía; todo lo contrario, la impresionante cúpula de titanio con forma ondulante se transforma en protagonista al instante.
Luego está la cuidada decoración, que además de original, constituye una experiencia de por sí: los dueños llamaron a artistas chilenos y extranjeros para que diseñaran las habitaciones, lo que le entrega a cada una mucha personalidad. Hay una con toques hiperrealistas a cargo del chileno Álvaro Gabler; otra con aire zen del japonés Takeo Hanazawa; está la con guiños a Hollywood que creó el también chileno Francisco Uzabeaga, quien pinta escenas de películas; la retro, hecha por Mario Toral e inspirada en los años 80; la grafiti, del chileno Diego Roa; la que hace referencia a la plata, que diseñó la artista uruguaya Vicky Aguirre, y cuyo baño está recubierto con monedas… Los pasajeros gozan yendo a conocer las demás piezas, porque, más allá de los distintos estilos, recorrer el hotel es una oportunidad de ver obras de arte en forma de cuadros, esculturas, muebles y objetos de diseño, como si se tratara de un museo.
La experiencia Vik no estaría completa sin un paseo por las viñas, ya sea caminando, andando en bicicleta o a caballo, y luego visitando la bodega para degustar los vinos de gran nivel que producen. Diseñada por el arquitecto chileno Smiljan Radic, es una mezcla de modernidad –que se ve en la sala de fermentación– y la tradición del vino –que se realizó en la sala de barricas–. Semi enterrada, pero con grandes ventanales que permiten el paso de la luz, a ella se llega luego de pasar una plaza de agua cuyos caminos de hormigón representan los ríos chilenos y las piedras entre ellos las rocas de los valles que llegan de la cordillera; la instalación es obra de la escultora Marcela Correa.
El recorrido termina en un café rodeado de viñedos, con vista espectacular a los cerros y al hotel. Al igual que el restorán, ubicado en el edificio principal, lo notable es que la mayoría de lo que se prepara ha sido producido ahí mismo, haciéndolo más rico y aún más valioso.