El gran olvidado - Retro Revista ED

Retro: El gran olvidado

El hombre que pensó la Escuela Militar, la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y el Templo Votivo de Maipú nos sorprende con su obra pictórica en acuarela. No encontramos mejor excusa para detenernos en el valor de su talento para pensar la ciudad. Juan Martínez es el desconocido prócer de monumentos patrimoniales claves en la arquitectura nacional. Sólo nos queda nunca dejar de admirarlo.

Alto, de contextura gruesa y por las fotos de la época, un hombre bastante apuesto. Bohemio y nostálgico. Juan Martínez fue denominado en una revista publicada a mediados de los 60 como “el gran olvidado”. Y es que la información sobre uno de los artífices del patrimonio arquitectónico de Santiago no es todo lo expedita que cualquiera podría esperar. Juan Martínez es un referente importante en la formación profesional de los arquitectos chilenos. Se trata del hombre detrás de edificios emblemáticos como la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, la Escuela Militar del General Libertador Bernardo O’Higgins, la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y el Templo Votivo de Maipú. Sin embargo, su nombre suena poco a nivel masivo.

Algo de justicia quiso hacerle la Corporación Cultural de Las Condes que, durante el mes pasado, montó la muestra Juan Martínez: Obra gruesa, en donde se descubre el lado más desconocido hasta ahora del arquitecto, y quizás su mayor pasión: las acuarelas. Discípulo de Juan Francisco González, eligió esta técnica como medio expresivo y la practicó con extraordinarios resultados. Asimismo –como sucede con todos los grandes arquitectos– su vida entera se traduce en bocetos, estudios y apuntes que realizaba en forma compulsiva. A propósito del trabajo expuesto, el crítico Ricardo Bindis, señala: “Son cientos de hojas las que el artista realizó y que jamás expuso en una muestra individual. Se trata de los secretos del maestro que dejan constancia de sus viajes, de su amor por los rincones clásicos de Florencia, por las agujas góticas y los caseríos del Viejo Mundo”. A propósito de este descubrimiento, el artista Juan Guillermo Tejeda explica que “dibujos, croquis, acuarelas y bocetos en los arquitectos convencen de que ellos piensan en imágenes más que palabras. Suelen reproducir sombras que evocan espacios, color y textura habitual en acuarelas y aguadas”.

Nacido en Bilbao, España, en 1901 y radicado en Chile desde niño junto a su familia vasca, Juan Martínez fue uno de los pioneros de la arquitectura moderna en nuestro país. Luego de una prolongada estadía en Europa, a cargo del diseño y construcción del pabellón chileno en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, trajo de Europa conceptos innovadores que aplicó a obras locales, lo que modificó para siempre la manera de hacer arquitectura en Chile. “Llegué a Europa con mis ansias de perfeccionamiento en lo que a mí me encantaba, que era la pintura. Estudié en París en la Grande Chaumière, en todas las grandes academias que había, con grandes maestros, y empecé a ver la verdadera arquitectura, allá en Holanda. Y me volví a interesar por la arquitectura y volví a Chile con las ideas de la nueva arquitectura y desarrollé todo lo que he desarrollado gracias a eso”, confesó en alguna instancia.

Los inicios de Juan Martínez como estudiante, según indica Fernando Riquelme, académico de la Universidad de Chile, se orientan más hacia las artes que a la arquitectura. “Su amor a la libertad y sus dotes innatas para el dibujo y el color le inclinaban hacia las artes plásticas. Se sentía más pintor que arquitecto y había estudiado esta profesión más por petición de su padre, que velaba por su futuro económico, que por propia decisión”. Ya como arquitecto, el primer encargo que Martínez recibió fue la casa de Tomás Brunton, en la calle Lota, hoy demolida. Este trabajo se constituiría en un referente importante de su obra ya que –aunque es un dato poco conocido– las viviendas conforman un poco más de la mitad de toda su producción como arquitecto.
Juan Martínez demostró desde sus inicios en el trabajo que era detallista hasta la exageración (hay listas escritas por él en las que solicita elementos para trabajar y menciona aproximadamente 200, entre ellos puntas de clavos, escofinas, tornillos y bisagras, además de compases, martillos y tenazas), minucioso, estudioso y observador de cada espacio. Definía como premisa clave que una buena planta de arquitectura permite tener una buena fachada y planteaba, en los hechos, que los proyectos se armaran desde adentro hacia fuera.

Resolvió la planta de la Escuela de Derecho de la Universida de Chile en tres cuerpos, que se integran articulándose de manera de ofrecer a la ciudad una imagen moderna, con una monumentalidad que otorga al sector un significado universitario y respeta las condiciones geográficas, a través de un diálogo con el puente Pío Nono, el río y la Plaza Italia. Por su parte, la arquitectura monumental del Templo Votivo de Maipú se ve claramente reflejada con sus 90 metros de altura en la fachada oriente da la bienvenida al sol del este y a los devotos y visitantes. El mismo Rodrigo Márquez de la Plata define a la obra como “un monumento conmemorativo de la Batalla de Maipú por el exterior y un santuario por el interior”. En el volumen –como era característico de las obras de Martínez– prima la verticalidad. También en forma vertical se exhibe el inmenso hall del acceso principal.

Lo monumental del edificio de la Escuela Militar quedó expresado en la fachada poniente, frente al patio de formación, con la magnífica escalinata al primer piso y los pilares de acceso al hall, previo espacio intermedio que protege del poniente.
Pero más allá de sus obras, poco se sabe del hombre fascinante, del profesor valiente y vital, del artista que observaba el mundo con una mirada tan aguda como ávida, pendiente de las formas, los colores y los espacios, la profundidad, la perspectiva, la fuerza y la sutileza. “No le gustaba mostrar sus bocetos, sólo se conocían una vez terminados y eso cuando eran desarrollados por alumnos del taller y sus ayudantes”, cuenta el arquitecto Raúl Veliz.

Recibió en 1969 el Premio de Honor del Colegio de Arquitectos de Chile, reconocimiento máximo de sus pares. Casi 40 años más tarde, su labor también fue premiada como Obra Bicentenario 2010 por la Comisión del año 2008 que distinguió a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y al Templo Votivo de Maipú. Juan Martínez falleció el 31 de enero de 1976, sin embargo, su obra quedará por siempre y el placer es mayor cuando 37 años después de su muerte, nos sigue deslumbrando con su versatilidad y sus talentos desconocidos.

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